Le volvió a decir a su amigo Jorge Mario Bergoglio: “Espérame en el cielo, pero sin prisa” El Padre Ángel y los Lázaros de la tierra despiden a Francisco: un adiós desde el corazón de los pobres

El Padre Ángel y los Lázaros de la tierra despiden a Francisco
El Padre Ángel y los Lázaros de la tierra despiden a Francisco

"En Santa María La Mayor, rodeado de los últimos, de pobres y excluidos que portaban rosas blancas como ofrenda al Papa de los pobres, el sacerdote madrileño protagonizó un adiós que no necesita titulares, porque está escrito en el Evangelio vivo de los descartados"

"El Padre Ángel, icono de la solidaridad, no podía estar en otro lugar. Él, que ha dedicado su vida a los Lázaros de la tierra, a los que duermen en las calles de Madrid o buscan refugio en los comedores de Mensajeros de la Paz, sabía que el verdadero funeral de Francisco estaba aquí, en las periferias del poder"

“Me enseñaste a no cansarme, a seguir siendo cura de calle, a llevar la cruz en el corazón y no en el pecho”, confesó el Padre Ángel

"Este adiós no marca un final, sino un comienzo. Las rosas blancas de Santa María la Mayor son semillas de esperanza, plantadas en el corazón de los Lázaros de la tierra"

Mientras la Plaza de San Pedro rebosaba de líderes mundiales, coronas y poder, un cura español, menudo, de mirada limpia y corazón inmenso, eligió otro camino para despedir a su amigo, su Papa, su inspiración. El Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, escapó del funeral de los Epulones, de los focos y las grandezas, y se refugió en la basílica de Santa María la Mayor, el santuario mariano que Francisco tanto amó.

Allí, rodeado de los últimos, de pobres y excluidos que portaban rosas blancas como ofrenda al Papa de los pobres, el sacerdote madrileño protagonizó un adiós que no necesita titulares, porque está escrito en el Evangelio vivo de los descartados. Con lágrimas en los ojos, pero con la sonrisa que nunca lo abandona, el Padre Ángel alzó su voz al cielo y le volvió a decir a su amigo Jorge Mario Bergoglio: “Espérame en el cielo, pero sin prisa”.

Especial Papa Francisco y Cónclave

Rosas blancas para el Papa
Rosas blancas para el Papa

Un adiós en las periferias del poder

No hubo alfombras rojas ni protocolarios discursos en Santa María la Mayor. Solo rostros curtidos por la vida, manos temblorosas que apretaban rosas blancas, y un silencio que hablaba más que mil homilías. Los elegidos —migrantes, sintecho, trans, gays, mujeres maltratadas, jóvenes sin futuro, ancianos olvidados— no fueron invitados al funeral oficial en San Pedro, pero para el Padre Ángel, fiel al espíritu de Francisco, se convirtieron en los protagonistas de esta despedida.

Cada rosa blanca era un latido de gratitud al Papa que les dio voz, que les llamó “tesoros de la Iglesia” y "carne de Cristo", que les abrió las puertas de un Evangelio sin barreras.

El Padre Ángel, icono de la solidaridad, no podía estar en otro lugar. Él, que ha dedicado su vida a los Lázaros de la tierra, a los que duermen en las calles de Madrid o buscan refugio en los comedores de Mensajeros de la Paz, sabía que el verdadero funeral de Francisco estaba aquí, en las periferias del poder, donde el Papa argentino siempre quiso estar. “Francisco no era de los Epulones, era de los pobres”, dijo el sacerdote con esa sencillez que desarma.

Y en esa basílica, bajo la mirada maternal de María, se vivió un momento de comunión profunda: los últimos, los olvidados, homenajeaban a su Papa, al pastor que les enseñó que la misericordia no es caridad de sobras, sino justicia del corazón.

Rosas blancas para el Papa

Un amigo que marcó el camino

El Padre Ángel y Francisco fueron más que contemporáneos: fueron hermanos de alma. Desde aquel 2013, cuando un jesuita argentino sorprendió al mundo eligiendo el nombre del santo de Asís, el cura español vio en él un reflejo de su propia vocación. Francisco, con su apuesta por una “Iglesia pobre y para los pobres”, dio alas al sueño del Padre Ángel: una fe que no se encierra en sacristías, sino que sale a las plazas, a las chabolas, a los campos de refugiados. Juntos, en encuentros llenos de risas y complicidad, soñaron con un mundo más fraterno, donde nadie fuera descartado.

“Me enseñaste a no cansarme, a seguir siendo cura de calle, a llevar la cruz en el corazón y no en el pecho”, confesó el Padre Ángel, mientras colocaba su propia rosa blanca. Cada flor era un recuerdo: las visitas de Francisco a Lampedusa, su abrazo a los presos, su lavado de pies a los refugiados, su sonrisa que desarmaba odios. Y también un compromiso: el legado de Francisco no morirá mientras haya un solo Lázaro que necesite amor.

Rosas blancas, semillas de esperanza

El acto en Santa María la Mayor no fue un funeral solemne, sino una celebración de vida.  Cada rosa blanca era un “gracias” susurrado, un pedazo de Evangelio hecho carne.
El Padre Ángel, con su bufanda roja y su voz quebrada por la emoción, rezó una oración sencilla: “Señor, recibe a tu siervo Francisco, que nos enseñó a ser hermanos. Y danos fuerza para seguir su camino”. 

“Espérame en el cielo, pero sin prisa”

“Querido Francisco, amigo, hermano, Papa de los últimos. Espérame en el cielo, pero sin prisa, porque aquí abajo queda mucho por hacer. Los pobres, tus predilectos, me necesitan, y no pienso dejarlos solos”. Fue un compromiso, una promesa, un eco del “Hagan lío” que Francisco lanzó a los jóvenes y que el Padre Ángel ha hecho suyo toda la vida.

Este adiós no marca un final, sino un comienzo. Las rosas blancas de Santa María la Mayor son semillas de esperanza, plantadas en el corazón de los Lázaros de la tierra. El Padre Ángel, con su incansable espíritu, seguirá siendo la mano que riega esas semillas, fiel al mandato de su amigo Papa: “No se cansen de trabajar por los pobres, porque en ellos está Cristo”.

Gracias, Francisco, por inspirar a hombres como el Padre Ángel. Gracias por recordarnos que la Iglesia no es de los Epulones, sino de los Lázaros. Tu luz sigue brillando en las periferias, y mientras haya un cura de calle, un pobre con una rosa blanca, un corazón que crea en la fraternidad, tú vivirás. Hasta que nos encontremos en el cielo, sin prisa, pero con la certeza de que el amor siempre vence.

Padre Ángel en Santa María La Mayor
Padre Ángel en Santa María La Mayor

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