Versos que BUSCAN A DIOS 2
Golpeado por la luz de las estrellas
El homenaje de hoy se dirige a Leopoldo Panero, autor del poema inicial “Las manos ciegas”, que forma parte de “Escrito a cada instante”, su más reconocida obra lírica, galardonada en 1949 con el Premio Nacional de Literatura. En su “Antología de poetas españoles (1900/1936)”, María Dolores de Asís nos informa de este poemario destacando algunas observaciones: “En “Escrito a cada instante” sigue el tema nostálgico de los que se fueron –soledad del hombre–, pero también el canto a las hojas nuevas de este tronco –los hijos– o los versos enamorados y exultantes del poeta a su esposa, “Canción de la belleza mejor”. En toda la obra se advierte un fondo religioso de presencia de Dios, hallada a través de sus huellas en la naturaleza, en la angustia y el misterio de la existencia humana, en el sencillo fluir de lo cotidiano…”
PANERO, LEOPOLDO (Astorga, León, 1909 – Castrillo de las Piedras, León, 1962). Miembro de la Generación del 36. Licenciado en Derecho. Escribió una obra intimista, traspasada de sentimiento religioso, con temas tradicionales como el amor, la muerte, la tierra, la familia, el paisaje, Dios... Reproduzco su poema “Epitafio”, de sorprendente sinceridad y ternura, todo arrepentimiento, todo piedad, todo, todo corazón: “Ha muerto / acribillado por los besos de sus hijos, / absuelto por los ojos más dulcemente azules / y con el corazón más tranquilo que otros días, / el poeta Leopoldo Panero, / que nació en la ciudad de Astorga / y maduró su vida bajo el silencio de una encina. / Que amó mucho, / bebió mucho y ahora, / vendados sus ojos, / espera la resurrección de la carne / aquí, bajo esta piedra.”
GOLPEADO POR LA LUZ DE LAS ESTRELLAS
Se identifica Leopoldo Panero con su corazón–“ascua de hombre”–vacío sin Dios; mejor: vacío sin Cristo, sin su Cristo (“Cristo mío”). Avanza como un ciego, braceando en la noche del desamparo. Pero con esperanza: el corazón zahorí acierta la dirección y el poeta buscador “extiende al caminar las manos llenas / de anchura y alegría”. Como la savia fecunda el árbol, la fe en Jesús vivificará el corazón “que le nutre, / y le enflora y verdea...” Sugerencia:cerrar los ojos y moverse por la habitación tanteando y suplicando: “Señor, que vea...”
LAS MANOS CIEGAS
Ignorando mi vida,
golpeado por la luz de las estrellas,
como un ciego que extiende,
al caminar, las manos en la sombra,
todo yo, Cristo mío,
todo mi corazón, sin mengua, entero,
virginal y encendido, se reclina
en la futura vida, como el árbol
en la savia se apoya, que le nutre,
y le enflora y verdea.
Todo mi corazón, ascua de hombre,
inútil sin Tu amor, sin Ti vacío,
en la noche Te busca,
le siento que Te busca, como un ciego,
que extiende al caminar las manos llenas
de anchura y de alegría.
TU MANO QUE A DIARIO APRETABA
María Elvira Lacaci tiene fe. Siempre ha tenido fe (aunque imagina a Dios desolado por la indiferencia de los hombres). Vivió un tiempo experiencias de fervor y ternura acariciando la mano de Dios entre las suyas. Pero hoy es noche en su vida, y no acierta ni a rezar. Hasta su aliento es brumoso, como niebla... Sugerencia:poner en movimiento el aire detenido del pecho, “niebla estancada”. Respiración reposada: inspiro a Dios, me lleno de Él. Espiro la soledad, la oscuridad de mi noche, me desprendo de ellos. Y acaso se vayan encendiendo mis manos, hoy frías y solitarias, con el calor de las manos de Dios...
SIN LA MANO DE DIOS
Señor,
no he perdido la fe.
Creo en Ti. Existes.
Has hecho el Universo. Lo conservas.
Has creado a los hombres
y alientas su vivir. Desalentado.
Puedes aniquilarlos. Eres justo.
Y sé que nos aguardas
tras el vaho más último que se desprenda
de nuestros pechos.
Es tu mano lo que no sé sentir entre las mías.
Tu mano que a diario apretaba,
temblorosamente. Desgarradamente.
Apasionadamente.
No digo que fue alucinación esa tu entrega
palpitante y sensible –oh, aún conservo
unas sutiles rayas en la palma de mis manos–.
Pero hoy... no sé pedirte nada. Ni siquiera mi aliento
fluye desesperado hacia tu pecho. Porque hoy
tiene forma de niebla
estancada –es de noche–
en la vasija de este pecho mío.
LLAMANDO Y SIN ENTRADA EN LAS TINIEBLAS
Interesante situación de impasse entre la decidida entrega al Misterio y la rutina del día a día. El corazón espera y siempre espera, y nadie viene... Pero llega del fondo rumor de Dios, como una brisa que viniera de lejos, como una remota lucecilla... El corazón se alegra... “El pie vacila.” No será José Antonio Muñoz Rojas el primero, ¿verdad?, en postergar una y mil veces su decisión de abandonar corazón y vida propias en el regazo de Dios. Sugerencia:acotamos simbólicamente una zona del suelo como lugar de encuentro y entrega a Dios, y adelantamos un comprometido paso hacia su centro...
ESTO ES LARGO Y OSCURO...
Esto es largo y oscuro. Nadie viene.
El corazón espera y siempre espera.
y nadie viene. El corazón no sabe
más que esperar junto a las aguas negras,
donde pasan las sombras de las nubes
sin señalarse apenas.
El corazón está con lo que sabe,
llamando y sin entrada en las tinieblas.
Dicen que habitas en lo hondo y llega
como un rumor de ti, como una brisa
que viniera de lejos, como una
remota lucecilla.
El corazón se alegra. La mirada
te busca. El pie vacila.
ÍNDICE de ENLACES: pulsar el título de un Enlace
Versos que BUSCAN A DIOS
1. Abrir los ojos y mirar
CANCIÓN DE MI CEGUERA, de Francisco Garfias
ES UNA TARDE CENICIENTA Y MUSTIA, de Antonio Machado
SEÑOR, QUE ME HAS PERDIDO LAS GAFAS, de J. A. Muñoz Rojas
2. Golpeado por la luz de las estrellas
LAS MANOS CIEGAS, de Leopoldo Panero
SIN LA MANO DE DIOS, de María Elvira Lacaci
ESTO ES LARGO Y OSCURO, de José Antonio Muñoz Rojas
y3. Hombre de Dios me llamo, pero sin Dios estoy
BÚSQUEDA, de Griselda Álvarez
SALMO INICIAL, de José María Valverde
ALGO MÁS ESTOY SIENDO, de José García Nieto
Versos que ENCUENTRAN A DIOS
1. La imprevisible Presencia de Dios
UN MINUTO DE SILENCIO, de Manuel Mantero
HERMOSA PRESENCIA, de Vicente Gaos
NO OS ANGUSTIEIS POR VUESTRA VIDA, de Jesús de Nazaret
2. Aquí tu aliento y tu Presencia viva
ESTA CASA, SEÑOR, ES COMO UN TEMPLO, de Jesús Mauleón
DIOS ENCONTRADO, de Carlos Murciano
SU MANO TRANSPARENTE SOBRE EL HOMBRO, de Enrique Badosa
y3. Era Dios lo que tenía dentro de mi corazón
ANOCHE CUANDO DORMÍA, de Antonio Machado
HIJO MÍO QUE ESTÁS EN LA TIERRA, de J. L. Martín Descalzo
¿CÓMO…?, de Miguel D’Ors