Crónica de “un abrazo del Padre” en la prisión de Pamplona Roselló sigue abrazando a los presos, pero ahora como obispo

Para Roselló ese gesto seguramente no es nuevo, lo habrá realizado centenares de veces, pero ahora ya no es el capellán, es el obispo quien abraza, y eso imprime carácter
El pasado domingo día 16 de marzo celebramos en el Centro Penitenciario de Pamplona, el Jubileo de la Esperanza junto con internos e internas, voluntarios y capellanes de Pastoral Penitenciaria, funcionarios y nuestro arzobispo D. Florencio
| Vicente Luis García Corres (Txenti)
Me llega una foto que me resulta muy elocuente y significativa. Me dicen que ya aparece en el Facebook de Iglesia Navarra.

Es una foto sacada en el marco de una celebración en la cárcel de Pamplona. Se ve a un Cristo crucificado siendo testigo del abrazo entre monseñor Roselló y una persona, un hombre, posiblemente un recluso de la cárcel pamplonica.
Para Roselló ese gesto seguramente no es nuevo, lo habrá realizado centenares de veces, pero ahora ya no es el capellán, es el obispo quien abraza, y eso imprime carácter.
Además, “casualmente”, se había escogido para la celebración la lectura del hijo pródigo, y la foto es un resumen del final de la historia.
Paralelamente me llegó una crónica de esa celebración escrita por la mano de una buena amiga y voluntaria de la pastoral penitenciaria, Paloma, y con su permiso la comparto íntegra y no digo más, porque ella lo dice todo:
JUBILEO DE LA ESPERANZA, TAMBIÉN EN PRISIÓN

“El Señor me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…” -nos dice Jesús. (Isaías 61, 1).
El pasado domingo día 16 de marzo celebramos en el Centro Penitenciario de Pamplona, el Jubileo de la Esperanza junto con internos e internas, voluntarios y capellanes de Pastoral Penitenciaria, funcionarios y nuestro arzobispo D. Florencio.
Fue una mañana fría, muy fría, con viento gélido, pero se respiraba un dulce calor que nos envolvía y no podía ser otro que la suave brisa del Espíritu Santo alentándonos a vivir la Esperanza aun en momentos duros y complicados.
Y es que la cárcel de Pamplona es uno de los cinco lugares elegidos para ser Puerta Santa de este Jubileo, que nos invita a la reconciliación con Dios, con los demás y con nosotros mismos, como camino hacia la felicidad y la paz.
Nuestros hermanos privados de libertad experimentan cada día la dureza de la reclusión y la falta de libertad y de tantas cosas más, la lejanía de sus familias y de sus entornos. Así que celebramos esa Esperanza no como algo simplista de pensar que todo saldrá bien, sino una Esperanza basada en la confianza puesta en Dios de que Él nos acompaña, protege y nos ama por encima de todo.
Una Esperanza que sirva para reforzar la dignidad de nuestros hermanos presos, romper su estigma social y fortalecer su proceso de reinserción, recuperando así la confianza en sí mismos, porque la Esperanza nunca defrauda, tal y como nos dice el Papa Francisco.
Dimos paso a la apertura del año Jubilar y D. Florencio nos dirigió unas palabras a todos los congregados. El capellán diácono proclamó la parábola del Hijo Pródigo. Estas fueron las claves de su lectura: Un uso equivocado de la libertad; el vacío interior del Hijo; su arrepentimiento; el abrazo del Padre; la reconciliación y alegría y la posterior celebración por su regreso.
Observando nuestro espejo interior, dimos paso a unos momentos de silencio meditando en cómo debemos enfocar esta Esperanza que Dios nos regala de forma especial durante este Jubileo. Cómo deben ser nuestras actitudes frente a Dios, frente a los compañeros y si estamos dispuestos a convertir nuestras vidas en ofrenda agradable a Dios.
Seguidamente hicimos una pequeña peregrinación hasta la capilla con una vela encendida entre las manos y así también encendida nuestra llama interior, aquella que nos ha sido regalada y que nada ni nadie puede apagar. Esta peregrinación nos recordó que todos somos peregrinos y que debemos ponernos en camino para que nuestra transformación sea real, porque cuando nos movemos, no sólo cambiamos de lugar, sino que el camino nos transforma por dentro. Peregrinando juntos como hermanos hacia Dios, compartimos una misma fe y una misma esperanza.
El siguiente momento y, tal vez, el más importante y emotivo, fue cruzar la Puerta Santa, el umbral de la Esperanza. Después de terminar nuestra peregrinación con nuestra luz encendida y de haber reflexionado sobre nuestras caídas y nuestros errores, sentimos que, aunque a veces pensemos que todo está perdido, hay esperanza para nuestro futuro… (Jeremías 31, 17). Hay esperanza porque Dios nos da la oportunidad de reconciliarnos con Él, pidiéndole su perdón y misericordia, tal como lo hizo el Hijo Pródigo en los brazos de su Padre.
Apenas era un pequeño paso el que nos separaba de la puerta de la capilla, convertida en Puerta Santa, pero que se convirtió en un gran paso de Esperanza y sanación para nuestra vida.
La puerta se convirtió en una invitación a dejar atrás las cargas, los errores y las cadenas del pasado. Nos recordó que Dios nos ama tal y como somos con nuestro pasado, heridas y luchas y también con nuestros anhelos y esperanzas. Él no nos juzga como lo hace el mundo, sino que nos espera con los brazos abiertos para darnos un abrazo de Padre, y en ese abrazo, tomamos conciencia de que somos Hijos amados suyos.

Uno por uno fuimos entrando en la capilla, internos e internas, voluntarios y capellanes de Pastoral Penitenciaria y funcionarios. D. Florencio nos esperaba ya dentro de la capilla para darnos su abrazo, transmitiéndonos el perdón y el amor de Dios por cada uno de nosotros. Fue un momento lleno de emoción, de fe y agradecimiento. Un solo abrazo dado con tanto amor realmente redime a quien lo recibe. Se vieron lágrimas, sonrisas, miradas cómplices, silencios… Depositamos nuestra vela encendida junto a la figura de nuestra Madre, Virgen de la Merced, patrona del mundo penitenciario. Colocamos dos cajas donde depositar las intenciones de oración de los presentes, para que desde fuera se rece por todas y cada una de estas necesidades.
Una vez sentados en los bancos de la capilla y con el corazón ardiente y emocionado, rezamos el Padrenuestro, recibimos la bendición y cantamos un canto de esperanza. Y conforme fuimos saliendo al término de la Celebración, nos hicieron entrega de una pulsera y una tarjeta con el logo y la oración del Jubileo en recuerdo de este gozoso e inolvidable día.
El arzobispo animó a todos los internos allí convocados que cuando cruzaran la Puerta Santa de la capilla, sintieran de nuevo el abrazo y la caricia de Dios que los ama. Algunos internos transmitieron en sus módulos ese abrazo recibido a otros compañeros que no pudieron asistir.
Todos los momentos que vivo como voluntaria de Pastoral Penitenciaria son de una gran profundidad, viendo cómo Dios actúa en cada persona que se deja. Experimento cada día que Dios nunca nos abandona, es más, que Él nos lleva en brazos cuando ni nosotros mismos podemos caminar y más cuando nuestra carga es pesada y dolorosa. Aunque a veces pensemos que no tenemos remedio y que nuestra vida no vale la pena, Dios nos recuerda que Él tiene esperanza en nosotros, que cree en ti y en mí y que nunca dejará de hacerlo, que no nos abandona, que pase lo que pase, nos ama incondicionalmente. Y como dice San Pablo: “La Esperanza no defrauda…” (Romanos 5, 5)
Paloma Pérez Muniáin
Voluntaria de Pastoral Penitenciaria Diocesana
Marzo de 2025

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