Carta a una monja contemplativa



Querida Sor Maria Luz :
El tiempo ha ido pasando; ya lo ves. Se cumplen los 50 otoños de aquella fecha memorable, en que portando una guirnalda nupcial sobre tu cabeza, te acercaste al altar de la Capilla monacal de la Visitación en el barrio Ategorrieta de S. Sebastián, para consagrarte a Cristo y desposarte con su Cruz. Fue un lejano día de Noviembre de 1958, cuando echaste tu barca al mar para navegar bajo un cielo de Libertad inmenso y limpio. Un día de feliz memoria, de esos que marcan una vida y que después de medio siglo nos congrega en torno a ti a todos los que te queremos; los de la tierra y los del cielo. ¡Cuantas emociones contenidas, cuantos silencios íntimos, cuantas soledades profundas, cuantas heridas dolorosas y también cuantos gozos íntimos, se han ido acumulando a lo largo de tu vida, desde aquella tibia mañana otoñal!.
El histórico Monasterio madrileño de la Visitación de la calle S. Bernardo, sería tu segunda morada, donde has pasado la mayor parte de tu vida consagrada, testimonio vivo, en tiempos de sequía religiosa. Sus muros han sido testigos mudos de tu entrega generosa, como lo han sido también de tantos y tantos ejemplos heroicos, perdidos en el anonimato. ¡Ah si ellos pudieran hablar…!

¿Sabes? La gente que te conoció pregunta por aquella muchacha llamada Tere, alegre y generosa, abierta al mundo y a la vida. ¿Qué fue de ella? ¿ Es feliz? Recuerdan, cómo un día te fuiste del pueblo, dejándolo todo, para vivir pobremente, lo que saben de ti es que voluntariamente renunciaste a las legítimas aspiraciones de una vida que te pertenecían por entero y por ello te admiran, sin duda; pero también te compadecen, porque no terminan de entender tu apuesta. No acabaron nunca de comprender que si tú te abrazaste a la pobreza, quedándote sin nada, fue para ganarlo todo, que si te hiciste monja fue para poder vivir el amor en plenitud, que si renunciaste a ser madre de algún hijo, de alguna hija, fue para poder serlo de quienes en una enfermería necesitan ayuda, cuidados y cariño.

Querida Hna. Maria Luz, has de saber que tú vida consagrada al Amor, como tantas otras, sigue siendo ejemplo y esperanza para este mundo nuestro que se hunde en el barro, por ello yo quiero expresarte mi reconocimiento.

¡Qué feliz recuerdo el de este día, sabiéndote en el grupo de los elegidos, pensando que Jesucristo te hizo esposa suya y que Él es para ti tu Bien-Amado! ¡ Qué feliz por haber respondido a su llamada y haberle sido fiel durante tanto tiempo! Temblando de emoción habrás revivido mil veces el momento gozoso de tu consagración y o sabrás cómo dar gracias a Dios

Sé que eres exigente y cuando te pongas a hacer balanza de estos años de tu vida, encontrarás motivos de insatisfacción contigo misma, tal vez te lamentes de que tus fervores juveniles se han ido apagando y que tu ilusionado entusiasmo no es ya como el del primer día; pero ¿Qué importa que las rosas de tu guirnalda nupcial se hayan marchitado, si su aroma permanece intacto?
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