La ley del Revanchismo Histórico alcanza al Valle de los Caídos
Si al laicismo beligerante no se le combate en todos los frentes acaba abriendo brecha
Se ha repetido por activa y por pasiva que la transición pacífica fue posible porque se partió de una previa reconciliación nacional, que obligaba a las dos Españas a olvidar y perdonar, pero ahora que los viejos demonios familiares vuelven a resucitar en forma de “memoria histórica”, uno piensa que todo aquello fue fraude, un engaño a todos los españoles de buena voluntad. Llevamos ya muchos años viendo cómo se ensalza a los de un bando y se humilla a los del otro, cómo se derriban estatuas, monumentos, símbolos que forman parte de nuestro legado historico y en su lugar aparecen otros de signo completamente distinto. Se cambia la denominación de calles y plazas y donde había unos nombres son sustituidos por otros con connotaciones políticas contrarias. El sectarismo político y la tergiversación histórica han sido una constante en estos últimos años. Alguien se ha encargado de borrar de nuestra geografía lo que les convenía y de recordar lo que les interesaba, con el silencio cómplice de los cobardes y traidores. Es así como hemos llegado a considerar normal una de las leyes más inicuas e injustas de nuestra historia.Ahora le ha tocado el turno al Valle de los Caídos. Ya sabemos qué es lo que se pretende hacer con los restos del Jefe del Estado, Francisco Franco; ya sabemos cuál va a ser el último destino de la imponente cruz del Valle de los Caídos y a qué usos va a ser destinado el sagrado recinto de la Basílica. Yo no sé si la palabra vandalismo es la palabra que mejor define el proyecto que ya está en marcha, en cualquier caso lo que se piensa hacer parece poco respetuoso con la persona del Rey emérito, quien por voluntad propia ordenó que allí fuera enterrado el Jefe del Estado que le precedió. Produce estupor que a estas alturas de la película un revanchismo rencoroso venga a alterar el reposo de los muertos, no dejándoles descansar en paz. ¿Quién es el gobierno para exhumar los restos de un difunto sin autorización de sus familiares? ¿ No es esto un caso de profanación?. Por si fuera poco estamos hablando de un lugar que nada tiene que ver con el Estado y que pertenece por entero a la Iglesia, por lo que en definitiva es a ella a la que le corresponde decidir qué se puede hacer y dejar de hacer con el Valle de los Caídos.
Muchos católicos estamos expectantes por lo que pueda pasar en los próximos días. Con inmensa perplejidad estamos leyendo informaciones referentes a la actitud que vayan a tomar nuestros pastores de la Archidiócesis de Madrid en este asunto. Si al final se confirma la noticia de que la autoridad eclesiástica responsable no se atreve a tomar cartas en el asunto o se muestra complacida con las intenciones del actual gobierno, sepa que muchos católicos nos vamos a sentir decepcionados y abrumados por un inmenso dolor, pues pensamos que es un atropello. Una de las más peligrosas tentaciones de los católicos hoy día, está precisamente en contemporizar con todo y con todos. A mí personalmente me producen escalofrío las palabras terribles que se pueden leer en el Apocalipsis de S. Juan: “No eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente. Pero porque eres tibio y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca ( 3, 15-17)Tengo para mí que si al laicismo beligerante no se le combate en todos sus frentes acaba por abrir brecha.
Sobre nuestro reciente pasado histórico, se pueden discutir muchas cosas, ahora bien de lo que no cabe la menor duda es que Franco entregó su vida a la defensa de España y de la Iglesia Católica, así se lo reconocieron Pio XII, Juan XXIII y el mismo Pablo VI, quien después de haber leído su testamento, lo más que pudo decir fue esto: “Me he equivocado con ese hombre”. Los obispos españoles, incluido Mons.Tarancón, no dudaron en reconocer los servicios por él prestados y no era para menos. Olvidarnos en estos momentos de la trascendental misión que llevó a cabo arriesgando su propia vida implica no sólo ingratitud, sino también una histórica injusticia. Mons. José Guerra Campos pudo decir que “La Iglesia católica ha tenido en Franco a un hijo muy suyo, como San Fernando, rey de España, o San Luis, rey de Francia. Aquellos que tratan de descalificarle buscan descalificar a la Iglesia”
La quema de iglesias, la matanza de innumerables obispos, sacerdotes y laicos católicos llegó a generalizarse tanto que de no haber sido por su intervención tal vez no estuviéramos aquí para contarlo, pues sabido es que el hecho de ser católico era motivo suficiente para merecer la pena de muerte. A los acusadores les resulta fácil imputar delitos a un muerto, que no puede defenderse y los mismos que se muestran tan celosos por la presunción de inocencia son ahora los que le niegan un juicio justo. Cierto que hubo condenas, pero no es menos cierto que del 32 al 39 se cometieron crímenes horrendos, que aunque solo fuera por respeto a las victimas era preciso sancionar y ello explica que los tribunales se vieran obligados a juzgar según las leyes vigentes y condenar incluso a la pena de muerte, que dicho sea de paso por aquel entonces también estaba vigente en Francia, y en otros países de nuestro entorno. Como último recurso se podía solicitar el indulto, gracia que por cierto en innumerables ocasiones concedió quien es tildado de inmisericorde y sanguinario dictador; pero así es la vida y así se escribe la historia inspirada por el odio.
El asunto del Valle de los Caídos que ahora nos ocupa está inserto en esa espiral de odio y no pasaría de ser una anécdota, todo lo deplorable que se quiera pero mera anécdota, si no fuera porque detrás se esconden las intenciones aviesas de un siniestro proyecto. No nos engañemos, los herederos ideológicos del Frente Nacional pretenden conseguir ahora lo que no pudieron alcanzar en el 39. Con motivo de su viaje a Santiago de Compostela el Papa Benedicto XVI nos recordaba que en España existe un "laicismo agresivo" comparable con el "anticlericalismo fuerte y agresivo” que se vivió en los años 30".
Los sin Patria y sin Dios siguen pensando en un España sovietizada, ajustada naturalmente a los tiempos modernos, materialista y atea. Está claro que a nivel parlamentario se ha conseguido acabar con el espíritu del 18 de Julio; pero de este espíritu aún quedaban resquicios en la sociedad española, nítidamente simbolizados en el Valle de los Caídos, que las izquierdas se apresuran a depurar lo antes posible.
Este sagrado recinto sobre el suelo patrio, venía representando el último subterfugio donde se cobijaba la identidad de la nación española. Por una parte teníamos a Franco y a José Antonio, símbolos del patriotismo y la unidad nacional, figuras históricas que personificaban el espíritu del 18 de julio, en conexión directa con la idea de la España Imperial de los Reyes Católicos: Una Grande y Libre. La España nodriza de culturas, modelo de Naciones, grandiosa, asombro del mudo. Una España fiel a sus raíces y valores occidentales, que supo mantenerse firme en tiempos difíciles y que durante un tiempo pudo ser vista como la reserva de Europa, cuando ésta tiraba por la borda sus esencias milenarias y dejaba de ser lo que siempre había sido y le correspondía ser.
Aparte del simbolismo político representado por Franco y por José Antonio,existe otro símbolo en el Valle de los Caídos, que es su gigantesca cruz, que viene a representar la catolicidad de nuestra Patria, sin la cual España dejaría de ser lo que es y sobre todo lo que ha sido a lo largo de la historia. España nació y creció a la sombra de la cruz, en conjunción íntima con su escudo y su bandera, hasta llegar a convertirse en santo y seña de su identidad como nación y como pueblo. Esta simbiosis de Patria y Religión la vemos hecha realidad en nuestros mártires de la Cruzada. Con las reservas que el caso requiere, bien podemos decir que muchas de las víctimas del bando nacional murieron al grito de “por Dios y por España”. Verdad es que se ha tratado de despolitizar la imagen de los mártires, presentándoles como personas que sólo vivían para Dios, al margen de lo que pasaba a su alrededor. A mí me cuesta trabajo creer que esto pudiera ser así. Yo no concibo a un santo con esa falta de compromiso en unos momentos tan trágicos, no me lo imagino indiferente cuando se estaban jugando los destinos de su Nación; cuesta trabajo imaginarse a un cristiano auténtico ausentado del mundo, como si la España sangrante no le doliera también a él. Lo lógico es pensar que los héroes y los mártires estaban adornados de la virtud del patriotismo.
Si partimos del hecho de que en el Valle de los Caídos, religiosidad y patriotismo se dan la mano y que además este sagrado recinto puede ser visto como un recordatorio de que el proyecto político y el ideal religioso son compatibles, entonces no hacen falta mayores explicaciones para entender los ataques furibundos de las izquierdas, orientados a este emblemático lugar, que quieren finiquitar lo antes posible y que si Dios no lo remedia desgraciadamente así va a ser, porque ya apenas quedan españoles y españolas de acendrado espíritu patriótico y religioso que traten de impedirlo.
Nos queda eso sí, su memoria imborrable, con la seguridad de que siempre habrá alguien que los tenga presentes. “¿Cómo es posible, dijo Pio XII en una ocasión, que los españoles hayan olvidado a sus mártires a quienes yo me encomiendo todos los días?”. Todos los que combatieron por Dios y por España se merecen ser recordados en este remanso de paz, aventado por el aire puro y recio de la sierra de Guadarrama. Se lo ganaron con su vida, lo pagaron generosamente con el precio de su sangre. Si un día a nuestros gloriosos muertos se les niega este derecho y los herederos del anticlericalismo y del fanatismo antirreligioso del Frente Popular convierten este sagrado lugar en un gueto desacralizado, presidido por un símbolo laicista que bien pudiera ser la hoz y el martillo, entonces hemos de pensar que volvemos al punto de partida. Después de haber dilapidado la gloriosa herencia de nuestros héroes y mártires, ahora no podemos borrarlos de nuestra mente, no debiéramos permitir que se profanara el lugar donde duermen su sueño de esperanza eterna.
El problema no puede ser la cruz, nunca lo ha sido. Ella no es signo de contradicción y enfrentamiento sino de reconciliación y de perdón, sin distinción de trincheras. ¿Quién puede sentirse ofendido por la presencia de un símbolo tan inocente, que no va contra nadie? Ella no es exclusiva ni excluyente, sino patrimonio de todos. El problema está en que exista voluntad sincera de pacificación y que los espíritus tengan la suficiente generosidad para olvidar y perdonar. Esto los cristianos hace tiempo que lo hicimos. ¿Lo han hecho los demás? ¿Están dispuestos a hacerlo? Porque si no es así la reconciliación será tarea poco menos que imposible. Acabo con unas palabras de Ortega y Gasset quien decía que hay épocas en las que el “Odium Dei” aflora con virulencia” y mucho me temo yo que la nuestra bien pudiera ser una de ellas. Quiera Dios compadecerse de esta España nuestra y que por la intercesión gloriosa de sus mártires, le conceda una paz y prosperidad duraderas y sobre todo un poco de decencia.
Sobre nuestro reciente pasado histórico, se pueden discutir muchas cosas, ahora bien de lo que no cabe la menor duda es que Franco entregó su vida a la defensa de España y de la Iglesia Católica, así se lo reconocieron Pio XII, Juan XXIII y el mismo Pablo VI, quien después de haber leído su testamento, lo más que pudo decir fue esto: “Me he equivocado con ese hombre”. Los obispos españoles, incluido Mons.Tarancón, no dudaron en reconocer los servicios por él prestados y no era para menos. Olvidarnos en estos momentos de la trascendental misión que llevó a cabo arriesgando su propia vida implica no sólo ingratitud, sino también una histórica injusticia. Mons. José Guerra Campos pudo decir que “La Iglesia católica ha tenido en Franco a un hijo muy suyo, como San Fernando, rey de España, o San Luis, rey de Francia. Aquellos que tratan de descalificarle buscan descalificar a la Iglesia”
La quema de iglesias, la matanza de innumerables obispos, sacerdotes y laicos católicos llegó a generalizarse tanto que de no haber sido por su intervención tal vez no estuviéramos aquí para contarlo, pues sabido es que el hecho de ser católico era motivo suficiente para merecer la pena de muerte. A los acusadores les resulta fácil imputar delitos a un muerto, que no puede defenderse y los mismos que se muestran tan celosos por la presunción de inocencia son ahora los que le niegan un juicio justo. Cierto que hubo condenas, pero no es menos cierto que del 32 al 39 se cometieron crímenes horrendos, que aunque solo fuera por respeto a las victimas era preciso sancionar y ello explica que los tribunales se vieran obligados a juzgar según las leyes vigentes y condenar incluso a la pena de muerte, que dicho sea de paso por aquel entonces también estaba vigente en Francia, y en otros países de nuestro entorno. Como último recurso se podía solicitar el indulto, gracia que por cierto en innumerables ocasiones concedió quien es tildado de inmisericorde y sanguinario dictador; pero así es la vida y así se escribe la historia inspirada por el odio.
El asunto del Valle de los Caídos que ahora nos ocupa está inserto en esa espiral de odio y no pasaría de ser una anécdota, todo lo deplorable que se quiera pero mera anécdota, si no fuera porque detrás se esconden las intenciones aviesas de un siniestro proyecto. No nos engañemos, los herederos ideológicos del Frente Nacional pretenden conseguir ahora lo que no pudieron alcanzar en el 39. Con motivo de su viaje a Santiago de Compostela el Papa Benedicto XVI nos recordaba que en España existe un "laicismo agresivo" comparable con el "anticlericalismo fuerte y agresivo” que se vivió en los años 30".
Los sin Patria y sin Dios siguen pensando en un España sovietizada, ajustada naturalmente a los tiempos modernos, materialista y atea. Está claro que a nivel parlamentario se ha conseguido acabar con el espíritu del 18 de Julio; pero de este espíritu aún quedaban resquicios en la sociedad española, nítidamente simbolizados en el Valle de los Caídos, que las izquierdas se apresuran a depurar lo antes posible.
Este sagrado recinto sobre el suelo patrio, venía representando el último subterfugio donde se cobijaba la identidad de la nación española. Por una parte teníamos a Franco y a José Antonio, símbolos del patriotismo y la unidad nacional, figuras históricas que personificaban el espíritu del 18 de julio, en conexión directa con la idea de la España Imperial de los Reyes Católicos: Una Grande y Libre. La España nodriza de culturas, modelo de Naciones, grandiosa, asombro del mudo. Una España fiel a sus raíces y valores occidentales, que supo mantenerse firme en tiempos difíciles y que durante un tiempo pudo ser vista como la reserva de Europa, cuando ésta tiraba por la borda sus esencias milenarias y dejaba de ser lo que siempre había sido y le correspondía ser.
Aparte del simbolismo político representado por Franco y por José Antonio,existe otro símbolo en el Valle de los Caídos, que es su gigantesca cruz, que viene a representar la catolicidad de nuestra Patria, sin la cual España dejaría de ser lo que es y sobre todo lo que ha sido a lo largo de la historia. España nació y creció a la sombra de la cruz, en conjunción íntima con su escudo y su bandera, hasta llegar a convertirse en santo y seña de su identidad como nación y como pueblo. Esta simbiosis de Patria y Religión la vemos hecha realidad en nuestros mártires de la Cruzada. Con las reservas que el caso requiere, bien podemos decir que muchas de las víctimas del bando nacional murieron al grito de “por Dios y por España”. Verdad es que se ha tratado de despolitizar la imagen de los mártires, presentándoles como personas que sólo vivían para Dios, al margen de lo que pasaba a su alrededor. A mí me cuesta trabajo creer que esto pudiera ser así. Yo no concibo a un santo con esa falta de compromiso en unos momentos tan trágicos, no me lo imagino indiferente cuando se estaban jugando los destinos de su Nación; cuesta trabajo imaginarse a un cristiano auténtico ausentado del mundo, como si la España sangrante no le doliera también a él. Lo lógico es pensar que los héroes y los mártires estaban adornados de la virtud del patriotismo.
Si partimos del hecho de que en el Valle de los Caídos, religiosidad y patriotismo se dan la mano y que además este sagrado recinto puede ser visto como un recordatorio de que el proyecto político y el ideal religioso son compatibles, entonces no hacen falta mayores explicaciones para entender los ataques furibundos de las izquierdas, orientados a este emblemático lugar, que quieren finiquitar lo antes posible y que si Dios no lo remedia desgraciadamente así va a ser, porque ya apenas quedan españoles y españolas de acendrado espíritu patriótico y religioso que traten de impedirlo.
Nos queda eso sí, su memoria imborrable, con la seguridad de que siempre habrá alguien que los tenga presentes. “¿Cómo es posible, dijo Pio XII en una ocasión, que los españoles hayan olvidado a sus mártires a quienes yo me encomiendo todos los días?”. Todos los que combatieron por Dios y por España se merecen ser recordados en este remanso de paz, aventado por el aire puro y recio de la sierra de Guadarrama. Se lo ganaron con su vida, lo pagaron generosamente con el precio de su sangre. Si un día a nuestros gloriosos muertos se les niega este derecho y los herederos del anticlericalismo y del fanatismo antirreligioso del Frente Popular convierten este sagrado lugar en un gueto desacralizado, presidido por un símbolo laicista que bien pudiera ser la hoz y el martillo, entonces hemos de pensar que volvemos al punto de partida. Después de haber dilapidado la gloriosa herencia de nuestros héroes y mártires, ahora no podemos borrarlos de nuestra mente, no debiéramos permitir que se profanara el lugar donde duermen su sueño de esperanza eterna.
El problema no puede ser la cruz, nunca lo ha sido. Ella no es signo de contradicción y enfrentamiento sino de reconciliación y de perdón, sin distinción de trincheras. ¿Quién puede sentirse ofendido por la presencia de un símbolo tan inocente, que no va contra nadie? Ella no es exclusiva ni excluyente, sino patrimonio de todos. El problema está en que exista voluntad sincera de pacificación y que los espíritus tengan la suficiente generosidad para olvidar y perdonar. Esto los cristianos hace tiempo que lo hicimos. ¿Lo han hecho los demás? ¿Están dispuestos a hacerlo? Porque si no es así la reconciliación será tarea poco menos que imposible. Acabo con unas palabras de Ortega y Gasset quien decía que hay épocas en las que el “Odium Dei” aflora con virulencia” y mucho me temo yo que la nuestra bien pudiera ser una de ellas. Quiera Dios compadecerse de esta España nuestra y que por la intercesión gloriosa de sus mártires, le conceda una paz y prosperidad duraderas y sobre todo un poco de decencia.