La familia que nosotros conocimos
Matrimonio y familia son dos instituciones que están atravesando una crisis, seguramente sin precedentes en la historia de la humanidad civilizada. Hoy son frecuentes los matrimonios separados, las familias rotas. Según estadísticas fiables por cada 100 parejas que se casan, el 55, 09 se separan. Se comienza a hablar ya con toda normalidad de parejas de hecho, matrimonios entre homosexuales, matrimonios compartidos, a plazos, parejas a prueba. A ver si ahora lo anormal va a ser el matrimonio de por vida de una hombre con una mujer. La situación comienza a ser preocupante. Parece como si alguien estuviera empeñado en cargarse a la familia ante la pasividad de los que tenemos mil razones para creer en ella. Mientras tanto el amor libre sigue contando con la propaganda demagógica de lobbys de diferente signo.Pese a todo, según parece, el amor libre ha resultado ser uno de los grandes enemigos de la convivencia familiar. Se nos ha querido vender un amor exento de compromisos, exento de fidelidades, libre de uniones conyugales y ya se está viendo que esto no se traduce en buenos resultados. Se nos ha vendido un amor que tiene muy poco de amor y mucho de sexo, un amor de “usar y tirar”, un amor convertido en objeto, del que se puede cambiar como quien se cambia de camisa y ahí tenemos sus frutos.
Los próximos años, existe un vago presentimiento de que pudiera agudizarse aún más la crisis por la que atraviesa la familia. En un momento en que está haciendo falta una urgente política familiar proteccionista, resulta nefasto que desde las altas instancias se trate de equiparar la familia natural, con realidades que poco tienen que ver. Preparémonos para la que se nos puede venir encima, si la familia estable que hasta ahora hemos conocido como modelo de institución natural llega a ser suplantada por otras formas al uso dictadas por el capricho.
En las actuales circunstancias, lo menos que se puede pedir a los gobiernos es que no se pongan al frente de esas campañas propagandísticas desestabilizadoras de la familia que incitan al desenfreno y que hacen creer a las jóvenes generaciones que el sexo es un puro juego exento de responsabilidades, una actividad humana puramente fisiológica que nada tiene que ver con la moralidad y de la cual se puede hacer uso y abuso como a cada cual le venga en gana.
En realidad, todo ello forma parte de la cultura de nuestro tiempo, relativista y vanal Estamos asistiendo aún sin ser muy conscientes de ello a una revolución pacífica que aglutina todos sus esfuerzos en imponernos la categoría del género. La primera batalla librada en el campo semántico ya está casi ganada por la progresía, hasta el punto de que este término comienza a ser ya habitual en el lenguaje coloquial. No existe el sexo lo que existe es el género. Lo que distingue al hombre de la mujer no es el sexo, sino el género, que es tanto como decir que ser hombre o mujer, no es cosa de la naturaleza sino de la educación, con todo lo que ello conlleva. Detrás de la cultura de género se esconde una ideología que apunta a desnaturalizar las relaciones humanas más íntimas
Todo ha de quedar a la libre elección de cada cual. En tal sentido Simone de Beauvoir en su obra El segundo sexo llegó a afirmar que no se nace mujer sino que se llega a ser mujer, expresión que según me imagino llenará de satisfacción a no pocos. Estaríamos así ante la conclusión de que la heterosexualidad, la bisexualidad o la homosexualidad son posturas igualmente dignas y que todo dependerá de la opción personal de cada uno. En tal sentido la familia tradicional sería una de las posibles opciones, no más, incluso para algunos este tipo de familia no sería el recomendable porque esclaviza a la mujer. Hemos pasado así del matrimonio como institución natural al matrimonio a la carta. Algún día nos lamentaremos de los rsultados.