Los inmigrantes tienen derecho a vivir dignamente
Haz con los demás lo que quisieras que los demás hicieran contigo
Sin duda alguna, el dibujo sobre el papel que de la Humanidad nos han ido trazando políticos y estadistas de los nuevos tiempos se aproxima bastante a lo que podía ser una visión idílica. La Declaración Universal de Derechos Humanos, Convenio de Ginebra, Protocolo de Nueva York, Convenio Europeo de Derechos Humanos etc. garantizan a cualquier ciudadano del mundo lo necesario para disfrutar de una vida digna, sólo por el mero hecho de ser persona. Todo muy estupendo, todo muy guay, en una palabra “chapeau”. Lo que sucede es que las solemnes proclamaciones no pasan de ser papel mojado, que nada cambian la situación real, pues de nada sirve predicar cuando no se está dispuesto a soltar el granoLos tristes acontecimientos de las pateras a la deriva abandonados a su suerte, sin que nadie quiera hacerse cargo de sus ocupantes, hablan por sí solas y ponen de manifiesto la profunda crisis de valores en la que Europa está sumida. La llegada de los refugiados se ha convertido en un problema del que nadie quiere saber nada. El flujo migratorio uno de los grandes retos que la Comunidad Europea se resiste a afrontar con decisión. Todos se pasan la patata caliente en un flagrante ejercicio de irresponsabilidad y de falta de compromiso. Es como quien decía que “aquí cada cual va a lo suyo, excepto yo que voy a lo mío” y naturalmente así no vamos a llegar a ninguna parte por mucho que aticemos el fuego del desarrollo y consigamos un nivel de civilización elevadísimo, porque en este mundo globalizado o nos salvamos todos o no se salva nadie
Hemos olvidado las ancestrales normas de hospitalidad y el derecho de asilo al extranjero practicado en casi todas las culturas; hemos olvidado que todos en algún momento de nuestra vida hemos sido inmigrantes, en el sentido amplio de la palabra y nos hemos visto en la necesidad de ser acogidos por alguien, no acabamos de comprender que los unos somos para los otros, atrincherándonos dentro de nuestras fronteras sin querer saber nada de lo que pasa a nuestro alrededor. ¿Por qué en lugar de levantar barreras, incluso en el mar, no levantamos puentes? ¿Por qué si nos es imposible recibir en nuestra casa al hermano, al menos no le prestamos la ayuda necesaria para que pueda vivir con dignidad en la suya propia? ¿Por qué?....
Mucho me temo que la sociedad opulenta e industrializada de Occidente, no tardando mucho, va a ser víctima de un egoísmo miope que acabará con ella. La historia nos ha dado sobradas muestras de que los signos de los tiempos son cambiantes y yo tengo para mí que la filosofía del “ande yo caliente…” tiene poco recorrido. Cada época histórica ha venido marcada por una impronta que se traduce en una cierta actitud ante la vida. El hombre medieval vivió con los ojos puestos en la trascendencia que daba sentido a su vida. Se pensaba que lo de aquí abajo pasa pronto y sólo lo de arriba permanecía, por ello toda diligencia en encontrar un confortable acomodo a la existencia presente carecía de sentido. Es así como la “fuga mundi” llegó a ser una aspiración generalizada. Los hombres del Renacimiento en cambio vinieron a corregir esta actitud radicalizada y trataron de encontrar aquí abajo una felicidad universal para toda la Humanidad, que podía llegar a través del progreso material y espiritual. Pensaron que los latidos del corazón humano no podían ser sofocados sin que se corriera un serio riesgo de deshumanización, por eso se consumieron en el afán de construir un futuro mejor para todos a costa de lo que fuera. Los tiempos han ido cambiando, los hombres y mujeres nos hemos vuelto escépticos y pragmáticos ante tal desafío, llegando a ver las cosas de manera bien distinta. El sentido de trascendencia medieval se ha perdido y el optimismo futurista característico de la modernidad también y lo que nos ha quedado ha sido un cierto inmanentismo nihilista, rebosante de materialismo y egoísmo con pocos atisbos de altruismo y generosidad, signos inequívocos de una cultura caduca y decadente
Hoy día vivimos concentrados en nosotros mismos y volcados en el momento presente tratando de sacarle jugo a la vida sin mayores complicaciones. El lema de nuestra actual cultura ha quedado reducido al “Vive y deja vivir”. Tal es la expresión que oímos por todas las partes, y que está en perfecta consonancia con esa falta de solidaridad y compromiso hacia los demás. La tragedia que millones de persona viven en medio del desamparo más absoluto y al borde de la desesperación, ha llegado a ser una de tantas cosas que pasan en el mundo a las que nos hemos acostumbrado, sin que para nada se haya alterado nuestro ritmo de vida. Nosotros a lo nuestro, los demás que se las apañen como puedan, a vivir que son dos días. ¿No es esto lo que por todas las partes se oye? ¿No es esto lo que nosotros mismos alguna vez hemos dicho? Alguien tendrá que recordarnos que el mundo es de todos y para todos y que no es justo, ni humano, que unos vivan en la opulencia mientras otros carecen de lo más elemental para poder seguir subsistiendo.
Si por razones de justicia y humanidad no queremos responsabilizarnos de la situación extrema en que viven millones de seres humanos, debiéramos hacerlo por motivos de propia conveniencia. No hay vallas ni fronteras que puedan resistir por mucho tiempo el empuje de una muchedumbre hambrienta y desesperada que no tiene nada que perder. ¿Acaso es creíble que unos van a poder disfrutar indefinida y plácidamente de paraísos artificiales, a la vista de quienes no tienen ninguna perspectiva de futuro? Esto no va a poder ser y comienzan a aparecer signos de que las cosas pudieran complicarse. Por eso antes de que las riadas incontroladas comiencen a arrasar los campos, bueno sería ser previsores y comenzar ya a canalizar las corrientes migratorias en los lugares de origen, antes de que sea demasiado tarde.
Yo no dudo que sea legítimo que cada cual trate de vivir su propia vida, al contrario pienso que la vida hay que vivirla, pues para eso se nos ha dado, pero también creo que es difícil vivir en plenitud una vida que no se consume en favor y en servicio de los demás. Vivir sin compartir es vivir a medias y un yo sin un nosotros es un yo empobrecido y deshumanizado. Es Aristóteles quien nos dice claramente que una vida vivida al margen de la dimensión social puede ser la que corresponde a los dioses o las bestias, pero nunca la que corresponde a los seres dotados de condición humana. Pienso igualmente que hay que “dejar vivir” si con ello lo que queremos decir es que no podemos ser un obstáculo en el ejercicio de la libertad de los demás, si bien he de añadir que no es suficiente con dejar que los demás sean libres, hay que ayudarles a serlo. Es aquí donde está cuestión
No se puede dar por buena la actitud insolidaria de quienes tratan de llevar a la práctica la filosofía del “sálvese el que pueda”. Como tampoco puede darse por buena la pasividad de los gobiernos del mundo civilizado frente al escándalo que representa la injusta desigualdad existente entre Norte – Sur. A veces los problemas reales se esconden bajo un ropaje semántico que todo lo encubre. Eso de “dejar vivir” qué duda cabe de que suena bien, pero la verdad es que tal expresión en muchos casos viene a ser sinónimo de “dejar morir” y esto naturalmente ya no sólo suena mal, sino que resulta ser una auténtica canallada. La frase en cuestión de “vive y deja vivir” que está en boca de todos debería ser cambiada por la de “vive y ayuda a vivir” y de esta forma evitaríamos equívocos y malentendidos y sobre todo nos colocaría frente a una responsabilidad humana trascendente
El abrir las puertas al hermano necesitado contemplado desde la expectativa cristiana constituye una exigencia primordial de la caridad fraterna que solamente puede ser vivida plenamente en el marco de una dimensión sobrenatural que nos une a Cristo porque todo lo que hacemos en ayuda de los demás a El mismo se lo hacemos y además nos enriquece sobreabundantemente porque socorrer al prójimo que se encuentra en necesidad aunque sea con un simple baso de agua nos llena de tesoros espirituales y tiene la promesa de recompensa eterna. El problema es que nos hemos inventado un cristianismo interiorizado de puertas adentro al que decimos pertenecer que no quiere saber nada de lo que pasa a nuestro alrededor
Nos preocupa la crisis religiosa y no tanto de la crisis de humanismo. No dejamos de hablar de la falta de fe y de esperanza sin reparar siquiera en que la crisis más acuciante es la crisis de caridad para con el prójimo. Dios es lo primero decimos y teniéndole a él lo tenemos todo lo cual no deja de ser verdad ; pero es una verdad que hay que entenderla dentro de un contexto más amplio si no queremos adulterar nuestra religiosidad. El amor a Dios y el amor al prójimo no son dos alternativas que un cristiano puede elegir por separado sino dos opciones que van en el mismo paquete.
No acabamos de convencernos que el amor a Dios sin el amor al prójimo no es posible, que tratar de ayudar a Cristo a llevar su cruz sin echar una mano al hermano que va de tumbo en tumbo es una pretensión vana . Ayudar a sobrellevar la cruz del mundo es tarea de todos los cristianos sabiendo que esa cruz no es otra que la que a diario soportan millones y millones de mujeres que han perdido las ganas de vivir, niños desamparados, jóvenes desesperados que se suben a una patera sin saber nadar conscientes de que es preferible morir en un golpe de mar que tener que soportar la agonía lenta de una vida a la que no se la ve salida por ninguna parte. Ayudar a sobrellevar la cruz del mundo es tomar parte activa y hacer lo que está en nuestras manos para salvar a millones de personas inocentes que nuestro egoísmo ha condenado a morir de hambre o a vivir sin paz y sin esperanza.
Los cristianos de hoy nos hemos ido acomodando a las circunstancias y hemos fabricado una religión a nuestra medida y para nuestro uso personal, pensamos que con creer es suficiente y aún esto sin excesos, en realidad es bien poco lo que nos distinguiría de los no creyentes pues como ellos somos individualistas e insolidario, como ellos tratamos de encontrar un puesto acomodado en un mundo presidido por la injusticia social y por la falta de compromisos para con los demás. O ¿es que vamos a pensar que los cristianos de hoy estamos siendo ejemplo de vida para los demás y que podemos sentirnos satisfechos con lo que hacemos y sobre todo con lo que dejamos de hacer?
El hecho de que entre nosotros haya un puñado de hombres, misioneros y misioneras que están consumiendo sus vidas por atender a los hermanos necesitados debiera ser un reclamo que nos hiciera reflexionar y cambiar de actitud y nunca un subterfugio para poder decir que el cristianismo en general está a la altura que las circunstancias exigen. Cristianos somos todos evidentemente ; pero unos más que otros.
Hemos olvidado las ancestrales normas de hospitalidad y el derecho de asilo al extranjero practicado en casi todas las culturas; hemos olvidado que todos en algún momento de nuestra vida hemos sido inmigrantes, en el sentido amplio de la palabra y nos hemos visto en la necesidad de ser acogidos por alguien, no acabamos de comprender que los unos somos para los otros, atrincherándonos dentro de nuestras fronteras sin querer saber nada de lo que pasa a nuestro alrededor. ¿Por qué en lugar de levantar barreras, incluso en el mar, no levantamos puentes? ¿Por qué si nos es imposible recibir en nuestra casa al hermano, al menos no le prestamos la ayuda necesaria para que pueda vivir con dignidad en la suya propia? ¿Por qué?....
Mucho me temo que la sociedad opulenta e industrializada de Occidente, no tardando mucho, va a ser víctima de un egoísmo miope que acabará con ella. La historia nos ha dado sobradas muestras de que los signos de los tiempos son cambiantes y yo tengo para mí que la filosofía del “ande yo caliente…” tiene poco recorrido. Cada época histórica ha venido marcada por una impronta que se traduce en una cierta actitud ante la vida. El hombre medieval vivió con los ojos puestos en la trascendencia que daba sentido a su vida. Se pensaba que lo de aquí abajo pasa pronto y sólo lo de arriba permanecía, por ello toda diligencia en encontrar un confortable acomodo a la existencia presente carecía de sentido. Es así como la “fuga mundi” llegó a ser una aspiración generalizada. Los hombres del Renacimiento en cambio vinieron a corregir esta actitud radicalizada y trataron de encontrar aquí abajo una felicidad universal para toda la Humanidad, que podía llegar a través del progreso material y espiritual. Pensaron que los latidos del corazón humano no podían ser sofocados sin que se corriera un serio riesgo de deshumanización, por eso se consumieron en el afán de construir un futuro mejor para todos a costa de lo que fuera. Los tiempos han ido cambiando, los hombres y mujeres nos hemos vuelto escépticos y pragmáticos ante tal desafío, llegando a ver las cosas de manera bien distinta. El sentido de trascendencia medieval se ha perdido y el optimismo futurista característico de la modernidad también y lo que nos ha quedado ha sido un cierto inmanentismo nihilista, rebosante de materialismo y egoísmo con pocos atisbos de altruismo y generosidad, signos inequívocos de una cultura caduca y decadente
Hoy día vivimos concentrados en nosotros mismos y volcados en el momento presente tratando de sacarle jugo a la vida sin mayores complicaciones. El lema de nuestra actual cultura ha quedado reducido al “Vive y deja vivir”. Tal es la expresión que oímos por todas las partes, y que está en perfecta consonancia con esa falta de solidaridad y compromiso hacia los demás. La tragedia que millones de persona viven en medio del desamparo más absoluto y al borde de la desesperación, ha llegado a ser una de tantas cosas que pasan en el mundo a las que nos hemos acostumbrado, sin que para nada se haya alterado nuestro ritmo de vida. Nosotros a lo nuestro, los demás que se las apañen como puedan, a vivir que son dos días. ¿No es esto lo que por todas las partes se oye? ¿No es esto lo que nosotros mismos alguna vez hemos dicho? Alguien tendrá que recordarnos que el mundo es de todos y para todos y que no es justo, ni humano, que unos vivan en la opulencia mientras otros carecen de lo más elemental para poder seguir subsistiendo.
Si por razones de justicia y humanidad no queremos responsabilizarnos de la situación extrema en que viven millones de seres humanos, debiéramos hacerlo por motivos de propia conveniencia. No hay vallas ni fronteras que puedan resistir por mucho tiempo el empuje de una muchedumbre hambrienta y desesperada que no tiene nada que perder. ¿Acaso es creíble que unos van a poder disfrutar indefinida y plácidamente de paraísos artificiales, a la vista de quienes no tienen ninguna perspectiva de futuro? Esto no va a poder ser y comienzan a aparecer signos de que las cosas pudieran complicarse. Por eso antes de que las riadas incontroladas comiencen a arrasar los campos, bueno sería ser previsores y comenzar ya a canalizar las corrientes migratorias en los lugares de origen, antes de que sea demasiado tarde.
Yo no dudo que sea legítimo que cada cual trate de vivir su propia vida, al contrario pienso que la vida hay que vivirla, pues para eso se nos ha dado, pero también creo que es difícil vivir en plenitud una vida que no se consume en favor y en servicio de los demás. Vivir sin compartir es vivir a medias y un yo sin un nosotros es un yo empobrecido y deshumanizado. Es Aristóteles quien nos dice claramente que una vida vivida al margen de la dimensión social puede ser la que corresponde a los dioses o las bestias, pero nunca la que corresponde a los seres dotados de condición humana. Pienso igualmente que hay que “dejar vivir” si con ello lo que queremos decir es que no podemos ser un obstáculo en el ejercicio de la libertad de los demás, si bien he de añadir que no es suficiente con dejar que los demás sean libres, hay que ayudarles a serlo. Es aquí donde está cuestión
No se puede dar por buena la actitud insolidaria de quienes tratan de llevar a la práctica la filosofía del “sálvese el que pueda”. Como tampoco puede darse por buena la pasividad de los gobiernos del mundo civilizado frente al escándalo que representa la injusta desigualdad existente entre Norte – Sur. A veces los problemas reales se esconden bajo un ropaje semántico que todo lo encubre. Eso de “dejar vivir” qué duda cabe de que suena bien, pero la verdad es que tal expresión en muchos casos viene a ser sinónimo de “dejar morir” y esto naturalmente ya no sólo suena mal, sino que resulta ser una auténtica canallada. La frase en cuestión de “vive y deja vivir” que está en boca de todos debería ser cambiada por la de “vive y ayuda a vivir” y de esta forma evitaríamos equívocos y malentendidos y sobre todo nos colocaría frente a una responsabilidad humana trascendente
El abrir las puertas al hermano necesitado contemplado desde la expectativa cristiana constituye una exigencia primordial de la caridad fraterna que solamente puede ser vivida plenamente en el marco de una dimensión sobrenatural que nos une a Cristo porque todo lo que hacemos en ayuda de los demás a El mismo se lo hacemos y además nos enriquece sobreabundantemente porque socorrer al prójimo que se encuentra en necesidad aunque sea con un simple baso de agua nos llena de tesoros espirituales y tiene la promesa de recompensa eterna. El problema es que nos hemos inventado un cristianismo interiorizado de puertas adentro al que decimos pertenecer que no quiere saber nada de lo que pasa a nuestro alrededor
Nos preocupa la crisis religiosa y no tanto de la crisis de humanismo. No dejamos de hablar de la falta de fe y de esperanza sin reparar siquiera en que la crisis más acuciante es la crisis de caridad para con el prójimo. Dios es lo primero decimos y teniéndole a él lo tenemos todo lo cual no deja de ser verdad ; pero es una verdad que hay que entenderla dentro de un contexto más amplio si no queremos adulterar nuestra religiosidad. El amor a Dios y el amor al prójimo no son dos alternativas que un cristiano puede elegir por separado sino dos opciones que van en el mismo paquete.
No acabamos de convencernos que el amor a Dios sin el amor al prójimo no es posible, que tratar de ayudar a Cristo a llevar su cruz sin echar una mano al hermano que va de tumbo en tumbo es una pretensión vana . Ayudar a sobrellevar la cruz del mundo es tarea de todos los cristianos sabiendo que esa cruz no es otra que la que a diario soportan millones y millones de mujeres que han perdido las ganas de vivir, niños desamparados, jóvenes desesperados que se suben a una patera sin saber nadar conscientes de que es preferible morir en un golpe de mar que tener que soportar la agonía lenta de una vida a la que no se la ve salida por ninguna parte. Ayudar a sobrellevar la cruz del mundo es tomar parte activa y hacer lo que está en nuestras manos para salvar a millones de personas inocentes que nuestro egoísmo ha condenado a morir de hambre o a vivir sin paz y sin esperanza.
Los cristianos de hoy nos hemos ido acomodando a las circunstancias y hemos fabricado una religión a nuestra medida y para nuestro uso personal, pensamos que con creer es suficiente y aún esto sin excesos, en realidad es bien poco lo que nos distinguiría de los no creyentes pues como ellos somos individualistas e insolidario, como ellos tratamos de encontrar un puesto acomodado en un mundo presidido por la injusticia social y por la falta de compromisos para con los demás. O ¿es que vamos a pensar que los cristianos de hoy estamos siendo ejemplo de vida para los demás y que podemos sentirnos satisfechos con lo que hacemos y sobre todo con lo que dejamos de hacer?
El hecho de que entre nosotros haya un puñado de hombres, misioneros y misioneras que están consumiendo sus vidas por atender a los hermanos necesitados debiera ser un reclamo que nos hiciera reflexionar y cambiar de actitud y nunca un subterfugio para poder decir que el cristianismo en general está a la altura que las circunstancias exigen. Cristianos somos todos evidentemente ; pero unos más que otros.