Aquella tenebrosa tarde del Gólgota
Cristo tuvo, sobre todo, que soportar un profundo dolor espiritual. Vivió en toda su intensidad la terrible noche oscura del alma al sentirse abandonado de Dios. Quedamos desconcertados y no sabemos que decir al contemplar a Jesús abatido en medio de profundas tinieblas oyéndole pronunciar palabras terribles “Me muero de dolor”… “Dios mío aleja de mi este cáliz”, “Padre, Padre ¿por qué me has abandonado”? ¿Acaso Jesucristo no era Dios ¿Por qué el Padre no le escucha y no acude en socorro de su Hijo amado que le suplica le libre de este trance? Ni siquiera los evangelistas se atreven a dar una explicación del abandono de Cristo en estos momentos supremos.
Ciertamente que quien sufre y muere en la cruz es el hombre llamado Jesús; pero ese hombre a la vez es Dios, el Hijo predilecto del Padre. Más difícil que responder a la pregunta del cómo es responder a la pregunta de ¿Por qué Cristo tuvo que padecer y morir? Los teólogos más osados lo han intentado y tratando de profundizar en este tema hasta han llegado a plantear el siguiente dilema: Si Dios pudo salvar a su Hijo y no quiso ¿cómo puede llamarse Padre? Si Dios quiso y no pudo ¿como puede llamarse Dios? Yo pienso humildemente que hay otra forma de plantear la cuestión.
A mi modo de ver la pregunta de que debemos partir es esta otra ¿Convenía o no convenía que todo trascurriera según los planes de Dios? y la respuesta no puede ser otra más que un SÍ rotundo. Hasta cierto punto ello puede ser comprensibles incluso desde nuestra condición de menesterosa indigencia. Era conveniente que Dios pusiera de manifiesto su infinito amor al hombre y lo hiciera de la forma más contundente y ¿qué prueba más evidente que llegar a dar la vida por la persona amada? Es como si Dios, sabiendo lo obstinados que somos no hubiera encontrado forma mejor de romper nuestros recelos y ganarse nuestra confianza.
Después de lo sucedido ya no podemos tener duda alguna, de que Dios nos ama infinitamente, sin mérito alguno por nuestra parte; ya queda meridianamente probado que Jesucristo ha pagado nuestro rescate generosa y sobreabundantemente. La prueba fue costosa; pero ahí está para quien quiera verla. Dios nos ha dado lo mejor de sí mismo y ha sido bueno con nosotros. Con el dolor y la muerte de Cristo crucificado quedaban para siempre al descubierto las entrañas del Dios de la misericordia y esto era importante que lo entendiéramos nosotros que somos tan desconfiados y suspicaces.
El drama del Gólgota entraba en los planes de Dios porque con él se daba también respuesta a la pregunta inquietante que tantos hombres y mujeres se vienen haciendo a lo largo de la historia ¿por qué existe el mal y el dolor en el mundo, donde está Dios cuando suceden esas horrendas catástrofes con niños y víctimas inocentes como protagonistas? ¿ Donde está Dios cuando esto sucede…? Los cristianos lo sabemos muy bien. Dios está con las víctimas inocentes.
Cualquiera que contemple a Cristo doliente puede estar seguro de la bondad de un Dios que está de parte de las víctimas. Cristo pendiente de la cruz es expresión suprema de solidaridad, el más alto grado de complicidad con el hombre que cabía imaginar.
Sería injusto sentar en el banquillo de los acusados para pedir cuentas del dolor en el mundo a quien, como bien dice Albert Camus, voluntariamente abandonó su felicidad y renunció a sus privilegios de la divinidad para bajar a esta tierra y cargar sobre sus espaldas con todas las desdichas de la humanidad herida por el pecado, tal vez por eso, millones de hombres y mujeres en medio de la crisis religiosa por la que atravesamos se resisten a olvidarse del Dios doliente y todos los años por Semana Santa abarrotan los templos y salen a las calles y las plazas de sus pueblos o ciudades para ver pasar al Nazareno camino del Calvario, sin poder reprimir las lágrimas.
Por fin en los planes de Dios previsiblemente existía un motivo de ejemplaridad. Necesitábamos tener como modelo a Cristo crucificado para que pudiéramos aprender de Él todos los que tenemos que caminar a través de este valle de lágrimas. El Cristo doliente, tal como decía Unamuno, se nos muestra a los hombres y mujeres como ese Divino Maestro del que aprendemos dolores que surten esperanzas. Los que hemos crecido a la sombra de la cruz de Cristo bien sabemos que cuando nos hemos acercado a besar sus pies nos hemos sentido reconfortados. Bien sabemos que siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, lo que estamos haciendo es acercarnos a la vía de la luz. Con los ojos puestos en ti, Cristo del Calvario, y apretando los labios, te damos gracias por todo lo que has hecho por nosotros, te pedimos también que seas ejemplo para nuestra vida y sepamos imitarte en los momentos tristes. Queremos unir nuestro corazón al suyo, estar junto a tu imagen muerta, repitiendo una mil veces que nos sentimos orgullosos de ser hombre como tú y que el sufrir contigo y por ti, más que sufrir es gozar.