"Así son las cosas" Antonio Aradillas: Sin púlpitos y sin confesonarios

Púlpito
Púlpito

De los PÚLPITOS –“plataforma elevada generalmente prevista de una baranda desde la que se predica”-, hay que referir que están en desuso

En relación con los CONFESONARIOS, apenas si se confiesa la gente , sin que esto les haga desistir de recibir la Eucaristía…

Además:

¿Qué es eso de la confesión? ¿Qué es el pecado? ¿Por qué se necesita de un sacerdote – por supuesto siempre varón- para ser el perdonador “oficial” y único de nuestros pecados?

¿Es que no es posible, ni válido, "confesarse" directamente con Dios, con resultados salvadores –perdonadores- idénticos?

Si hasta tiempos relativamente recientes los púlpitos y los confesonarios formaban parte principal –para algunos hasta ”esencial”- de los templos-iglesias que frecuentamos, en la actualidad, aún a los mismos potenciales usuarios les está siendo preciso buscar tales términos en los diccionarios, para averiguar qué son y cual es la aportación religiosa que unos y otros aportaron, y aportan, a los cristianos. En los alrededores de estos conceptos instalo con devoción, piedad, sensatez y realismo estas sugerencias:

De los PÚLPITOS –“plataforma elevada generalmente prevista de una baranda desde la que se predica”-, hay que referir que están en desuso. Algunos de ellos hasta desaparecieron. A otros les salvó el pretexto de ser verdaderas obras de arte. El historial de los púlpitos no es evangelizadora en demasía de la palabra de Dios, pese a que en su tornavoz se haga presente el Espíritu Santo con el símbolo de la “inspiradora” y “pacificadora” paloma.

El púlpito no fue para el pueblo en general, certeramente edificador de la religión. Ni tuvo ni tiene lo que hoy se dice “buena prensa”. Lo de “orador sagrado” le suena a este pueblo a “función”, pero no a catequesis, ni a misa, “Predícame, padre, que por un oído me entra y por el otro me sale”; “predicar en el desierto”; “hay que hablar con el ejemplo”:; “una cosa es predicar y otra dar trigo”… junto con las acepciones académicas de “predicar” y “sermonear” referidas inexorablemente a “reñir, regañar o fustigar”, pregonan con claridad la poca o nula devoción que le profesa el pueblo a los “oradores sagrados”, que además solían cobrar una “buena pasta”, o al menos el establecido y parco estipendio. El ambón desde el que hoy se imparte la palabra de Dios está más cercano. Más a ras del suelo. Es más familiar. Más de “homilía”, es decir, de posible conversación con los con-celebrantes…

Es posible que los púlpitos, y el uso que de ellos se hizo con tan reiterada frecuencia, no contribuyeran a la educación- formación- información de la fe, como fuera menester y más cuando el tono de voz “religiosa”, ceremonial y clerical, así como las rutinas y la falta de preparación, fueron tentaciones insalvables, e inequívocas, para desear que el sermón terminara cuanto antes, a consecuencia del aburrimiento que producían…

Los actuales medios técnicos de comunicación, la cultura y el buen sentido de muchos contribuyeron a que su inexistencia apenas si llegara a notarse, por lo que se prescindió de los mismos sin añoranzas y sin temor alguno de que sufriera quebranto la necesaria proclamación de la palabra de Dios, sobre la que se edifica y mantiene la Iglesia de Jesús. Precisamente éste –Jesús- no se distinguió por impartirla en los lugares sagrados de su religión judía, sino en las bodas de Caná, en las comidas y cenas con sus amigos y amigas, pecadores/ o no tanto, a orillas del mar galileo o haciéndose el encontradizo con quienes caminaban en su misma dirección o en la contraria, sin dejar a un lado a los que espigaban en sábados, por no tener un trozo de pan que llevarse a la boca…

Desde el púlpito, con su baranda, es difícil adoctrinar en el evangelio. No sé cuantos se convirtieron por oír hablar a curas y a obispos desde los púlpitos. La Iglesia, que desde ellos se predica, suele ser como más de “cruzada”, además de “triunfante” y panegírica.

En relación con los CONFESONARIOS, lo que estaba ya a punto de lograrse en la disciplina de la Iglesia ”en salida”, lo han acelerado las normas y leyes civiles dimanantes del Ministerio de Sanidad, con ocasión de la pandemia producida cruelmente por los envenenadores “coronavirus”. En los antiguos “Órdines” penitenciales, alrededor del año 1,000, el sacerdote administraba la penitencia privada en casa, sentado en una silla cualquiera o, a ser posible, delante de un altar. Después lo hizo en capillas laterales, mediando entre él, y el o la, penitente, una cancela. De los primeros confesonarios fijos en las paredes de las iglesias-templos, siempre abiertas, hay referencias en la ciudad italiana de Pisa, en el siglo XIV. A su tiempo, el arte barroco encontró en este elemento del ajuar sagrado, ancho campo para desplegar sus virtualidades, diseñando confesonarios grandiosos y monumentales.

Pero ocurrió que, entre unas cosas y otras, y pese a la devoción que hacen crecer algunos “movimientos” religiosos a favor del confesor y del director espiritual, dedicando a este menester capillas y tiempos especiales, apenas si se confiesa la gente , sin que esto les haga desistir de recibir la Eucaristía… La falta de sacerdotes y, más que nada, el “sensus fidelium”, están logrando que también hasta los mismos educandos en los colegios llamados religiosos, tengan que buscar en el diccionario qué es eso de “confesonario”, con excepción de cuanto y cuando se relaciona con el episodio de las Primera Comuniones, que ese es otro capítulo…

No sé si todo esto es bueno, malo o regular. Pero así son las cosas. Y así lo confirman obispos y curas. Mientras decrece en proporciones tan notorias las confesiones, no por eso decrece el número de las comuniones…

En el entorno de estas sugerencias revuelan los ecos de preguntas como estas:

¿Qué es eso de la confesión? ¿Qué es el pecado? ¿Por qué se necesita de un sacerdote – por supuesto siempre varón- para ser el perdonador “oficial” y único de nuestros pecados? ¿Es que no es posible, ni válido, “confesarse” directamentecon Dios, con resultados salvadores –perdonadores- idénticos?

De todos modos, las leyes ”anti –coronavíricas” ayudarán a que los confesonarios también sean desinfectados de algunos miasmas, término que en griego piadosamente significa “manchas o mancillas”.

Confesión

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