De cómo, cuándo y por qué Pablo VI tiró la tiara Antonio Aradillas: "La tiara no ha lugar en la Iglesia"
"Para algunos Santos Padres de la Iglesia e incipientes teólogos, cada una de las tres coronas ducales se correspondieron con el dominio sobre la Iglesia 'purgante, militante y triunfante'"
"En los cuadros y representaciones de algunos –pocos- papas que abdicaron durante sus vidas o que rehusaron la dignidad pontificia, se encuentra la tiara depositada en el santo suelo"
"El último papa que se coronó con la tiara fue Pablo VI (a.1963). Quien, a la terminación de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, la dejó sobre el altar de la basílica de san Pedro, con el propósito de que el dinero que se recaudara por su venta fuera donado a los pobres"
"El último papa que se coronó con la tiara fue Pablo VI (a.1963). Quien, a la terminación de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, la dejó sobre el altar de la basílica de san Pedro, con el propósito de que el dinero que se recaudara por su venta fuera donado a los pobres"
Tal y como rezan los diccionarios, “tiara” es “un gorro alto usado por el papa, formado por tres coronas y rematado en una cruz sobre un globo”. En la antigua literatura griega, el término “tiara” designa “el tocado persa en forma de tronco truncado, de fieltro que usaban los reyes persas, adornado con almenas y estrellas”, y con especial mención para Darío III, representado en el mosaico pompeyano, en su batalla contra Alejandro Magno.
Ya desde el siglo VIII, y durante toda la Edad Media, se rebautizó la tiara como pieza importante del ajuar pontificio, con indefectibles referencias al “trirregnum”, o gobierno de las tres “regiones” del “cielo, tierra y mundo subterráneo” o “celestial, humano y terrestre”, siguiendo las pautas, y en conformidad, con los exegetas más baratos, en unas ocasiones. En otras, las referencias no eran otras sino las de los tres continentes clásicos –Europa, Asia y África-, de los que se dice que poblaron los descendientes de Noé, que fueron Sem, Jafet y Cam. Para algunos Santos Padres de la Iglesia e incipientes teólogos, cada una de las tres coronas ducales se correspondieron con el dominio sobre la Iglesia “purgante, militante y triunfante”.
Del mundo- de todo el mundo- era, y se consideraba, dueño y señor el papa, por aquello de la expresa voluntad de “la gracia de Dios”, y la tiara era santo y seña de proclamación y reconocimiento tan solemne con carácter semi-dogmático. En los cuadros y representaciones de algunos –pocos- papas que abdicaron durante sus vidas o que rehusaron la dignidad pontificia, se encuentra la tiara depositada en el santo suelo…
La tiara marcó y enmarcó la “vida y milagros” de los papas, dentro y fuera de la Iglesia, con todas sus consecuencias humanas y, por supuesto, divinas. Representantes únicos, legítimos y legitimados de Dios, creador del mundo universo, los papas se apropiaron de él y de la administración de sus “reinos” con plenos poderes, tal y como aconteció, por ejemplo, en el Tratado de Tordesillas, gestionado por Alejandro VI. Las tiaras estuvieron siempre sobradas de joyas “que superaron a las incrustadas en las coronas de los príncipes, con numerosos rubíes, esmeraldas y 66 perlas grandes”.
El último papa que se coronó con la tiara fue Pablo VI (a.1963). Quien, a la terminación de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, la dejó sobre el altar de la basílica de san Pedro, con el propósito de que el dinero que se recaudara por su venta fuera donado a los pobres. Comprada la tiara por católicos norteamericanos, hoy se conserva como “celestial” reliquia en el Santuario Nacional de la Inmaculada, de Washington D.C. Es de reseñar que, aunque no cuente ya esta joya en el ajuar pontificio, su simbolismo todavía perdura -y perdurará-, tal y como lo hace en el escudo heráldico de armas del Vaticano y hasta en la mentalidad de católicos –personas y movimientos “espirituales”-, que siguen añorando tiempos imperiales pretéritos, con sus sillas gestatorias correspondientes, hoy mecanizadas con el nombre, función y representatividad del “papamóvil”.
El papa Pablo VI, aunque asiduo devoto de la silla gestatoria, asumió ante la Iglesia, y por exigencias del Vaticano II, la sagrada misión de desligar a la institución eclesiástica, y de quien la preside, de disponer del absurdo y tontorrón y anticristiano privilegio de tener que ser y actuar como “dueño y señor del universo, sobre los reinos y reyes del mundo”. Presentarse de esta manera, acorazado además con argumentos llamados teológicos y bíblicos, y al margen y en contradicción con el santo evangelio y las enseñanzas y ejemplos de Jesús, necesitaba exonerarse de tan rica y ostentosa pieza litúrgica de la tiara en la rica diversidad de versiones, todas ellas eminentemente paganas.
"Asumió ante la Iglesia, y por exigencias del Vaticano II, la sagrada misión de desligar a la institución eclesiástica, y de quien la preside, de disponer del absurdo y tontorrón y anticristiano privilegio de tener que ser y actuar como dueño y señor del universo"
La tiara no ha lugar en la Iglesia. Está de más en los actos litúrgicos. Vicia de raíz la solemnidad de las coronaciones pontificias. Revestida la testa con las joyas de la tiara pontificia, no es posible albergar pensamientos cristianos. La Iglesia -“Nuestra Santa Madre la Iglesia”-, demanda la desaparición de la tiara y de su recuerdo, tal y como aconteció para facilitarle a Pablo VI el camino de su reciente canonización. Creo que, entre los méritos y “milagros” que facilitaron su “ascenso al honor de los altares”, el gesto de la tiara tuvo su importancia…
Pablo VI “tiró”, es decir, re-tiró la tiara. El beneficio que ello le supuso a la Iglesia es digno de reconocimiento cristiano. La corona de espinas, que no las de los cuernos “mitrales”, ni las “ducales” con sus “rubíes y 66 perlas grandes”, es el veraz testimonio y capítulo principal de la Iglesia, puerta de salvación y de vida.
NOTA: Es de lamentar que, en la solemne celebración de la misa en sufragio de las almas de las víctimas “coronavíricas”, promovida por el episcopado (CEE) y con asistencia de las autoridades máximas de la nación, los obispos presentes no hubieran dejado –“tirado”- sus mitras en los museos de sus diócesis, y hubieran con-celebrado la misa sin tal aditamento, antiestético, anti-litúrgico y eminentemente pagano. Lo siento. RIP.
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