Sanas, santas y necesarias, además nos igualan a los hijos de Dios Antonio Aradillas: ¡Más mascarillas y menos mitras!
La mascarilla posee valores religiosos aún no sometidos a discusión teológica y pastoral alguna
Las mitras son y están al servicio de la persona y de sus grados jerárquicos, mientras que la mascarilla lo está al servicio del pueblo…
¡También sean benditos los fieles cristianos, hoy convencidos, o a punto de estarlo, de que a los obispos les sientan más y mejor las mascarillas, que las mitras y otros adefesios, que se dicen litúrgicos…!
¡También sean benditos los fieles cristianos, hoy convencidos, o a punto de estarlo, de que a los obispos les sientan más y mejor las mascarillas, que las mitras y otros adefesios, que se dicen litúrgicos…!
“Máscaras” y “mascarillas” fueron, y son, términos también con indudable y misterioso sentido religioso en la historia de las más antiguas culturas. “Ocultar la cara, o parte de ella”, así como “cubrirse la nariz y la boca para proteger de posibles agentes patógenos o tóxicos” a los demás, es la función o tarea reservada a máscaras y mascarillas en relación con la Divinidad, para adorarla, así como para salvar la convivencia-comunidad entre los seres humanos, componentes y agentes principales de la obra creada por Dios.
Dada la importancia del tema, con tan fiables previsiones de que, de aquí en adelante nos veremos obligados hasta a presentarnos ante la faz de Dios en la otra vida, aún con nuestras respectivas mascarillas, reflexionar una y otra vez sobre ellas, desde perspectivas distintas, y en sincronía con los tiempos, no será ocioso, sino constructivo.
Y que conste, como punto de referencia en la urgencia y justificación del uso de la mascarilla, que este no reside ni solo ni fundamentalmente en protegerse a sí mismo de “agentes patógenos o tóxicos”, procedentes de personas con quienes nos relacionamos. La razón está en resguardar o defender a estas personas, de las limitaciones y miserias que generamos nosotros y de las que somos portadores y cuya comunicación, traslado y traspaso puede ocasionarles hasta la misma muerte. Las mascarillas de mi referencia no son las egoístas de por sí, sino las radicalmente comunitarias y convivenciales.
Una vez más, los legisladores civiles, en consonancia con las realidades terrenales, y al dictado de la ciencia, han interpretado a la luz del santo evangelio y en beneficio de la colectividad, principios tan elementales para convivir, al margen de ancestrales interpretaciones del “primero, nosotros; y después, y si es posible, también los demás”.
Creer de verdad en la formulación de este principio, y llevarlo a la práctica con todas sus consecuencias, incomodidades y gastos, es tarea cristiana, al igual que cívica, perseguible con imposición de las multas y castigos legalmente establecidos en los Boletines Oficiales del Estado.
Es de lamentar que todavía, y en proporciones idénticas, y aún superiores, tal planteamiento ciudadano no haya sido objeto de reflexión, meditación y oración, catequesis y adoctrinamiento en homilías, Cartas Pastorales y prédicas en el ámbito litúrgico.
La mascarilla posee valores religiosos aún no sometidos a discusión teológica y pastoral alguna. De entre ellos, se menciona el de su contribución a la igualdad entre todos, con inclusión de los laicos y de la jerarquía, por muy altos e ilustrísimos que sean los componentes de la misma. Aún a los portadores de los solideos y de las mitras –“de quita y pon”- litúrgicas, la mascarilla, los definen con mayor equidad y autenticidad religiosa y más en las solemnidades espectaculares y sobresalientes. Las mitras son y están al servicio de la persona y de sus grados jerárquicos, mientras que la mascarilla lo está al servicio del pueblo…
En el ordenamiento litúrgico tan misterioso e indescifrable, todavía vigente, lo que nos iguala a los hijos de Dios, por ejemplo en las misas solemnes, es la mascarilla. Las mitras,, los incensarios, las bendiciones, los ornamentos llamados sagrados, la predicación-interpretación de la “palabra de Dios”, los gestos rituales… son mayoritaria y solemnemente jerárquicos, con ridícula y mínima participación del pueblo, que en la actualidad, ni siquiera puede efectuar el frío lejano gesto de darse la mano en señal del don de la paz… La mascarilla, y solo la mascarilla y porque así lo manda el Boletín Oficial del Estado, con aquiescencia en este caso de la Conferencia Episcopal Española (CEE), es el único signo litúrgico común en el ceremonial religioso.
Aunque a algunos “cristianos de toda la vida”, tal aseveración les resulte una ingerencia escandalosa e insufrible, a otros -tal vez los más-, comience por fin a parecerles sana, santa y necesaria para vencer las graves embestidas “coronavíricas” ya pasadas, y las por venir todavía.
Por tanto, ¡“benditas sean las mascarillas”! por lo que son, representan y significan también en la Iglesia. ¡También sean benditos los fieles cristianos, hoy convencidos, o a punto de estarlo, de que a los obispos les sientan más y mejor las mascarillas, que las mitras y otros adefesios, que se dicen litúrgicos…!
Etiquetas