"La Iglesia –esta Iglesia- no tiene futuro. Se acaba" Aradillas: "La Iglesia es mucho más que los templos que la albergan y los burócratas que la sirven"
Mitras, báculos, anillos, cetros, tronos, capas pluviales, sillas gestatorias, ceremonias litúrgicas o para- litúrgicas, ornamentos que se dicen sagrados, privilegios, broches de oro o de plata, piedras preciosas, inciensos, tratamientos, gestos regios o imperiales, mansiones palaciegas...
Una vez más, ni quiero, ni debo dejar de proclamar, con legitimidad, evangelio, buen gusto y sentido común, algunas de las reacciones que sienten y padecen los cristianos ante estampas tan absurdamente clericales como las que se nos prodigan sobre todo en las ceremonias litúrgicas …A todas ellas, y a tantas otras más, las definen el poder, la soberbia, el sentirse poseedor de la verdad y, sobre todo y por encima de todo, su tan cuestionada sacralidad, por su condición de “ministros sacramentalizados” del único y verdadero Dios, Creador y Señor del cielo y la tierra
Representada, revestida, predicada y propuesta la Iglesia de esta manera, automáticamente dejó de ser la Iglesia de Jesús, para convertirse en otra cosa, institución, organización o en un contubernio cualquiera. Sus protagonistas dimitieron “ipso facto” de toda consideración y estigmatización religiosas, para no pasar de siervos y esclavos de intereses personas o de grupos, en provecho exclusivo de satisfacciones plenarias en esta vida y hasta en la otra, aún cuando tal satisfacción exigiera manipular no pocos textos, y buena parte de la doctrina impartida y vivida en los santos evangelios.
La Iglesia –esta Iglesia- no tiene futuro. Se acaba. Es decir, se nos está acabando sobre todo jerárquicamente. El mismo concepto de “jerarquía” y -”servicio sagrado al pueblo”-, y la vigencia y estilo de quienes la componen en líneas generales, así lo testimonian, afirman y reafirman. Es incomprensible, inexplicable y absurdo aspirar a ser, y a ejercer de “jerarquía”, haciendo uso de los símbolos, con los que se presentan y actúan sus miembros, paganos por historia, por “santas” tradiciones y por los abusos que justificaron y hasta “consagraron”…
Mitras, báculos, anillos, cetros, tronos, capas pluviales, sillas gestatorias, ceremonias litúrgicas o para- litúrgicas, ornamentos que se dicen sagrados, privilegios, broches de oro o de plata, piedras preciosas, inciensos, tratamientos, gestos regios o imperiales, mansiones palaciegas, acólitos en su diversidad de versiones (desde las “dignidades eclesiásticas canonicales” hasta las de los monaguillos/as) , tintinábulos y campanas, sermones… difícilmente hacen y son testimonios vivientes de la Iglesia, por supuesto que sin el “Visto Bueno” de los santos evangelios, que silenciará no pocos artículos del Código de Derecho Canónico, y algunos “preceptos” conciliares elaborados y proclamados al dictado de intereses políticos regios o “feudales”
La Iglesia es mucho más –y muchísimo menos- que los templos que la albergan y que los burócratas que la sirven, en el caso en el que no se sirvan de ella como suprema justificación para sus desmanes.. Servirse de la Iglesia es tarea, actitud y vocación carrerista merecedora de las tonantes descalificaciones “franciscanas”, de las que emplea con rigor el papa actual. Servirse, que no servir, a la Iglesia, y en ella a quienes más lo necesitan por sus pobrezas y desvalimientos, es una ofensa a Dios y a Jesús, su “Alter Ego” enviado por Él para tan santa misión y ministerio.
La presencia activa y litúrgica de las capas magnas cardenalicias y tantos otros signos- sacramentos, que exornan los actos de piedad, de culto y adoración a Dios en sus santos y santas , espantan al personal que todavía participa, “oye”, “va” o “está” en las misas, con promesas definitivas por su parte de no exponerse más a asistir a tal espectáculo ornamental, que le roban la piedad y la razón de ser religiosa…
Desde aquí, con santas urgencias y con el evangelio en la mano, en nombre de muchos le pido a Dios que las misas sean misas de verdad y que la parte añadida que tienen de función, de misterio y de aparatosa espectacularidad y puesta en escena de sus protagonistas, pase a mejor vida, enclaustrada en los archivos, bibliotecas y museos….
Pero, ¿cómo es posible que a estas alturas, y con la que está cayendo sobre las mitras episcopales –gracias sean dadas a una monja de 95 años cumplidos- , ninguno de sus ilustrísimos y reverendísimos porteadores se haya decidido a prescindir voluntariamente de ellas? ¿Será acaso por la sencilla, práctica y “pastoral” exigencia de que en el diccionario de la RAE, además de “gorro alto”, mitra expresa también la idea académica, nada menos que la de “cargo de obispo o de arzobispo”?
Y, por favor, y además del tema de las mitras, aclárennos de una santa vez, el sentido y contenido actuales de los colores propios de los tiempos litúrgicos y de las fiestas de santos y santas. En el organigrama hoy vigente y activo en la vida social y convivencial, los colores, precisamente estos colores, donde, cuando y entre quienes poseen plena vigencia, con himnos, compromisos, financiación y entusiasmo, “dimes y diretes”, sacrificios y, en ocasiones, hasta persecuciones, es en las esferas que se relacionan con los partidos políticos o con los clubes y equipos de fútbol y otros deportes…