Antonio Aradillas Bruselas 'dixit'
(Antonio Aradillas).- En los doctos y curiales tiempos romanos, cuando se precisaba recurrir al argumento supremo de la autoridad, para sustentar doctrinas y enseñanzas, fórmula con carácter poco menos que infalible era, y es, "Roma locuta, causa finita".
En la época costumbrista en la que don Miguel de Unamuno sitúa el personaje de su novela "San Manuel Bueno, mártir", el rector de Salamanca resolvió la cuestión aludiendo a la frase "Habló -o lo dijo- Blas, punto redondo", y ya está. En la actualidad pan- europea, con ribetes y amenazas, se suscribe como "palabra de Dios" la afirmación de "Bruselas "dixit", por lo que cualquier otra opción u opinión está de más, con el ultimátum de penas pecuniarias que pueden llevar a colectivos, y aún a naciones enteras, a irreparables ruinas.
De entre los penúltimos infalibles e irrecurribles "dixit" Bruselas", destaca como objeto de mi reflexión "la prohibición de las exacciones fiscales de las que disfruta la Iglesia católica en España catalogadas como otras tantas ayudas a una institución religiosa". Colaborar al esclarecimiento de tal envergadura y significación, es tarea principal de estas, y otras, reflexiones, procedan de donde procedan - en todos los estamentos, -con inclusión de los agnósticos y ateos-, siempre y cuando la sensatez intelectual presida y se proyecte hacia el bien de la colectividad.
. La Iglesia, tal y como hoy está concebida y ordenada, necesita de medios económicos para ejercer la misión, de la que se dice y argumenta que le fuera encomendada como institución. Como punto de partida, podrá y deberá ser este cuestionable, desde múltiples perspectivas teológicas y pastorales. Pero así son los hechos, y esta es la historia, aún con claras posibilidades de haber sido otra, y hasta de que en determinados tiempos neotestamentarios jamás resultara factible la argumentación de la existencia legal y canónica de bienes, cuyos destinatarios no fueran otros que los pobres, o los más necesitados.
. En la Iglesia, también y un tanto más que en instituciones similares, los privilegios de orden económico, con directa participación y compromiso de los estamentos civiles, con mención suprema para los políticos y los poderosos, el desbordamiento de concesiones, "inmatriculadas" o no, fue norma, regla y sistema universalmente aceptado, con provecho y reflejo en esta vida y en la otra. El capítulo de los privilegios, de los fueros, de las exenciones, de las bulas, y de las regalías, con connotaciones canónicas, y "en el nombre de Dios", resulta de los más tristes y desdichados de la historia de la Iglesia, entre otras razones por que "la humana fragilitas" dispone de nombres, "dignidades" y apellidos concretos, de los que hoy se tiene documentada y fiable noticia.
. El estudio certero, desapasionado y fiel de la historia, y no la indecente y vergonzosa interpretación que en frecuentes ocasiones se hizo, y se sigue haciendo, de ella, interpelaría a la cristiandad, y a los cristianos, al replanteamiento de situaciones, tantas veces perversas, con perentoria necesidad de arrepentimiento y reparación de los daños y males generados al pueblo de Dios, con el subsiguiente mal ejemplo para el resto de la colectividad.
. La teología, la liturgia, la formación religiosa, la fe, el sentido común y el devenir de la historia, disponen de elementos tan convincentes como para habernos desvelado ya que a la situación ventajosa en medios y en consideraciones eclesiásticas "católicas, apostólicas y romanas" en España, habría de llegarle un fin similar al de el anunciado terminantemente en la última fórmula de "Bruselas "dixit". El sentido de la común- unión, de Iglesia- comunidad de vida y acción-, de confraternización universal, de ministerio-servicio... han de abrir de par en par las puertas de la responsabilidad a los miembros de la Iglesia -jerarquía y laicos-, para hacerse partícipes activos de su mantenimiento y de la evangelización.
. El dinero y los bienes de fortuna, no es propio ni exclusivo de personas, grupos, Órdenes Religiosas, colegios, instituciones, organismos sagrados, cofradías, santos o Vírgenes. Son del pueblo-pueblo. El pan es pan- Eucaristía, gracias a que es, o puede ser, compartido. Sin compartir - distribuir, participar, dividir-, el pan -la Iglesia- Comunión-, deja de ser pan y se convierte a lo más, en pastel del que viven los más listos o los "pasteleros", es decir, "las personas que transigen o contemporizan, al margen de mediaciones, siempre en su propio beneficio".
. Contribuir con sacrificios y medios proporcionados a cuanto se es, o se tiene, en la "celebración" de la fe, por la misa y por el compromiso con los demás, equivaldría a contarle, y "cantarle" a Bruselas, y al "lucero del alba" que, por encima, o al margen, de exenciones y ayudas, la Iglesia lo será para siempre, dado que así, y solo así, será cómo evangélicamente "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".
En esta tarea, los obispos, los templos, los joyeles, las coronas, los tesoros, las obras de arte..., sin, o con, pignoración, deberán optar por soluciones mucho más sociales que las estrictamente rituales o piadosas, sin rehuir el propio trabajo extra canónico y sin tener que asumir los encargados de las "finanzas" parroquiales la ingrata tarea de contar y recontar los céntimos -sí, céntimos- de euros, que todavía se depositan en los "cestillos" de las "misas de doce" de parroquias "pudientes" del centro de Madrid.
. Lo de las desafortunadas "Desamortizaciones encubiertas", y su relación con el evangelio, el espíritu cristiano y las lógicas y "prudentísimas" glosas mercantiles del intérprete oficial - Secretario General de la Conferencia Episcopal Española- , merecerá en su día capítulo aparte. La libertad de expresión, la conciencia y el mismo papa Francisco, así como la reciente desaparición de los penúltimos resquicios "inquisitoriales", no solo no lo permiten, sino que lo estimulan, aprueban y apremian.
Con sinceridad cristiana, destaco que los "Colegios Episcopales" necesitan de otros planteamientos y léxicos más apropiados a la teología y a la pastoral, al intentar afrontar los temas sagradamente relacionados con la economía de la Iglesia. Es cuestión de sensibilidad y cultura y esto no se improvisa.