Antonio Aradillas Carta a don Ricardo Blázquez

(Antonio Aradillas).- También en su caso me decido a anteponerle a su nombre el "Don", apócope de "Dominus", con explícita referencia evangélica al "Dominus o Señor", con el contenido enaltecedor y cristiano que le confiere el pueblo a quien religiosamente es el representante oficial de la jerarquía de la Iglesia en España.

Siendo obvio que este pueblo es ignorante supino respecto a providencias y ceremoniales, la elección de su "Don", es de relevancia, y más si usted es su destinatario, acostumbrado otrora al tratamiento que usaron en algunas de sus épocas pastorales, con mención jesuítica displicente e indeterminado, a "un tal, -perengano o quidam- Blázquez, obispo de Bilbao".

Cumplió usted ya felizmente los años establecidos para la presentación de la renuncia episcopal, si bien canónicamente está en manos del papa la aceptación de la misma. En nombre propio, y haciéndome eco de lo que piensa parte del pueblo de Dios, le dirijo esta carta con las siguientes sugerencias:

Con la confianza de que la reciente elección como Presidente de la Conferencia Episcopal Española se alargará al menos durante un trienio, por amor de Dios, haga cuanto esté de su parte, y algo más, a favor de la renovación del episcopado...

Reconocido usted por sus cualidades y características pastorales, "franciscanas", como uno de los más devotos seguidores del papa actual, el colegio episcopal que optó por su elección, no está capacitado para asumir la tarea reformadora que él representa, anima y subscribe. Los obispos, sus obispos, están en gran parte, en desacuerdo con el espíritu y las normas que encarna. Las rechazan, precisamente porque para eso, y por eso, fueron nombrados. Revisar sus procedencias y comportamientos sacerdotales o religiosos, previa eliminación del consejo-conciliábulo que asiste al Nuncio de SS., es labor perentoria en su ejercicio como Presidente de la Iglesia en España.

Tome plena conciencia de lo que es, y significa, la desertización y despoblación de los Seminarios, al terminar su trienio, entre los sacerdotes que "por ley natural" se han de morir, y los que decidieron secularizarse, ahítos de reproches y de incomprensiones, el índice de los llamados "ministros del Señor" quedará reducido en proporciones ciertamente lastimosas.

Sé que la solución no está solo en sus manos, sino también en las "pontificias" y en las del pueblo de Dios. Pero sé igualmente que, desde sus competencias episcopales, es posible, y hasta decisivo, impulsar movimientos y corrientes de opinión y de espíritu religioso, que estimulen, promocionen e impulsen soluciones para resolver el problema, aún al margen, o en contra, de los cánones o normas hoy vigentes, entre otras cosas, porque no son doctrinales, sino poco más o menos que disciplinares.

Afrontar el tema de la mujer, no solo enfocado desde la perspectiva de su sacerdocio, sino de su presencia y tan menguada actividad y responsabilidad en la Iglesia, es urgente e incuestionable. Es ilícito, antisocial, insólito antihumano y nada evangélico, el trato y la discriminación que la mujer, por mujer, recibe hoy en la Iglesia. Clama al cielo que, habiéndoseles abierto tantas puertas como persona, en igualdad con el hombre, en "Nuestra Santa Madre la Iglesia", con asentimientos y bendiciones episcopales "et supra", la mujer se vea obligada a sentirse preterida y con conciencia de pecado y de pecadora. No se olvide que "viri probati", por elementales consecuencias lógicas, pastorales e históricas, habrá de aplicárseles, en su día, también a "mulieres probatae", en consonancia con la sagrada voluntad de Dios, quien "hombres y mujeres los creó por igual, a su imagen y semejanza."

Permítame esta amable monición: sugiérales a sus co-epíscopos, con inclusión de los cardenales, que dejen ya de vivir en sus respectivos palacios, que dediquen estos a otros menesteres y que, de paso, les llegue a resultar tedioso , impropio y esperpéntico el uso y abuso de títulos "superlativísimos", símbolos y capisayos, de origen pagano, que cultiven la humildad y la humanidad, que sean y se comporten como padres y hermanos, que se encarnen en el pueblo, que se traten y fíen de sus sacerdotes, que dejen de ser, y ejercer, como "autoridad" -¡ordeno y mando¡-, que se consideren y se comporten como personas normales, que prescindan de ser "omniscientes", sabelotodos, infalibles y todopoderosos, burócratas, intransigentes y "carreristas", y que, por encima de todo, sean tolerantes y libres, y contribuyan a que así lo sean todos, cristianos o no.

Vivir incomunicados, o apostar con voto de estabilidad y esclavitud por la COPE y la "13 TV", y no estar abiertos a otros noticiarios y medios de comunicación social, no es propio de personas responsables. Dejar incontestadas las cartas de sus emisarios, pendientes los pleitos y recabar para sí privilegios, "concordatarios" o no, incapacitará sistemáticamente el buen orden, el entendimiento y el encuentro. La pedagogía episcopal hoy en uso, no tiene futuro. La patrocinada y vivida por el papa Francisco, lo tiene y lo seguirá teniendo. El tiempo, con sabiduría y esperanza dará la razón a unos y a otros

Y ahora recojo aquí el eco de una pregunta correctamente evangélica, que se formula y vive la "grey" -pueblo de Dios-, con referencias devotas a los palios, báculos, mitras, cáligas y ornamentos sagrados "epicopalicios": ¿Reflexionó colectivamente la Asamblea que preside, acerca del ignominioso dato de que tantos políticos corruptos, "judicializados" ya, o en vísperas de serlo, fueron mayoritariamente alumnos preclaros de colegios religiosos, o de religiosos, así como que los votos más `píos y "santos" fueron dirigidos a engrosar los partidos políticos de la llama "derecha"?

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