El Papa del abrazo. El de los zapatos viejos. El de la sonrisa de barrio "Francisco: el que me miró a los ojos"

Pinilla con Francisco
Pinilla con Francisco

Así fueron mis encuentros con Francisco. Dos veces, en años distintos. Momentos que hoy, tras su partida, se me aparecen como estaciones de un mismo camino, el de un profeta que vino a descalzar la tierra sagrada del sufrimiento humano

Hay momentos en la vida en que uno no estrecha una mano: abraza un destino.

Hay miradas que no se cruzan: te atraviesan.

Así fueron mis encuentros con Francisco. Dos   veces, en años distintos. Momentos que hoy, tras su partida, se me aparecen como estaciones de un mismo camino, el de un profeta que vino a descalzar la tierra sagrada del sufrimiento humano.

Especial Papa Francisco y Cónclave

Lo recuerdo ahora. Al repasar el escrito en estas misma paginas hace años.  Al reposarlo de nuevo . “Una mirada afectuosa un apretón de manos.

La primera vez: "¿Quién le metió en este lío?"

Fue un saludo ligero, casi fugaz.

Le dije que era jesuita, que trabajaba con migrantes, y entonces —con esa chispa que llevaba en los ojos— me soltó:

"¿Y quién te metió en este lío?"

Respondí sin pensar:

"El mismo que a usted, Santidad: la obediencia."

José Luis Pinilla, con el Papa

Y entonces ocurrió el milagro menor, ese que precede a todos los demás: su sonrisa

Una sonrisa franca, humana, desarmante.

En ese gesto entendí que había encontrado no solo a un Papa, sino a un hermano mayor en la fe, que sabía que obedecer no era tanto arrodillarse, sino caminar con los pies heridos hacia donde el Evangelio duele, marcados por el rumbo del Obispo de Roma,  Sucesor de Cristo

Es ese  voto y esa actitud de disponibilidad que facilita el que cada uno en particular, y todos en conjunto, puedan compartir proyecto y misión. Porque la misión no es particular, y las obras o los proyectos no son propiedad de un jesuita, por mucho que se pueda implicar en ello. El conjunto es de la Compañía de Jesús, para servir a la Iglesia y la sociedad.

La segunda vez: "El apretón que era oración"

Ya no bastaron las palabras.

Esta vez, al saludarme, tomó mi mano derecha con la suya, y con la izquierda, la apretó contra mi muñeca.

No soltó. Me miró a los ojos.

Y mientras yo hablaba —de menores migrantes sin voz, de fronteras que no son líneas sino cicatrices, de parroquias que se hacen hogar para los que no tienen casa de víctimas de la trata — él no decía nada.

Pero su mirada oraba.

Francisco, con José Luis Pinilla, sj.
Francisco, con José Luis Pinilla, sj.

En su silencio latía el Evangelio entero.

Y cuando finalmente habló, fue para decir:

"Reza por mí."

¿Cómo decirle no a un hombre que está cargando el mundo con los ojos húmedos y los zapatos gastados?

"Cuatro verbos y un corazón"

Recuerdo el aire solemne en Roma, y sin embargo, cuando volvió a tomar mi mano, todo volvió a ser íntimo. Profundamente humano.

Yo había ido con documentos, discursos, datos que ofrecí en un Congreso eclesial sobre Migraciones ...

Pero me bastó ver su rostro para entender que había ido solo por una cosa:

saber si mi corazón aún latía al mismo ritmo que el suyo.

Y así fue.

En su despedida, me apretó la mano una vez más. Cuatro veces.

Como si en cada presión quisiera dejarme grabado a fuego esos cuatro verbos que habían guiado su pontificado como un faro en la niebla de los que nos había hablado :

acoger, proteger, promover, integrar.

Y mientras volvía a mi asiento, murmuraba esas cuatro palabras como un salmo,

y sentía que, sí…

mi corazón latía al compás del suyo.

Hoy: "La noticia"

Y ahora me dicen que ha muerto.

El Papa del abrazo. El de los zapatos viejos. El de la sonrisa de barrio.

Francisco, que fue viento fresco entre los muros del Vaticano.

Francisco, que lloró a los migrantes sin nombre y abrazó a los descartados como si fueran sus propios nietos.

Se fue caminando más allá del horizonte,

a ver si allá también hay alambradas que pueda derribar,

o pobres o enfermos a quien besar la frente.

Y yo: "El que fue mirado"

Yo no fui su amigo cercano. Ni su confidente.

Pero fui uno de los que fue mirado por él.

Porque en esa mirada había fuego y ternura,

denuncia y compasión,

profecía y abrazo.

Francisco no fue un pontífice de mármol. Fue carne tocable.

Fue padre y madre. Pastor y vecino.

Y aunque ha muerto, su alma sigue soplando por las grietas de este mundo que quiso curar.

Fue servidor de Cristo con acento argentino y alma universal.

La estela que queda

Ahora, cuando el protocolo lo despida, y su nombre pase a la historia,

yo guardaré algo mejor que medallas, documentos o fotos.

Guardaré ese apretón de manos. Esa mirada. Ese latido.

Y le prometo, que seguiré caminando rápido —como él pedía—

para alcanzar al pastor que iba delante.

Con pasos torpes, sí. Pero fieles.

Porque ahora sé que la obediencia verdadera no es sumisión:

es amor en marcha.

Y así caminaré, Francisco, para “en todo amar y servir” .

Al aire o al soplo de Ignacio de Loyola

Como usted me enseñó:

con los pies en el polvo y el corazón en Dios

buscando siempre “el conocimiento interno de Cristo”.

El mejor camino para un caminante. Como él

Caminando –orando-  juntos,

obispo y pueblo, en fraternidad amor, confianza y esperanza

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