Jubileo, Lutero y una lectura crítica para repensar ecuménicamente los “Años Santos”
Si el papa Francisco destaca que el “próximo jubileo será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no defrauda” (“Spes non confundit” 25c), es oportuno ahondar en algunos “elementos” de su “organización”, -pensamos que ajenos al papa- que parecen desorientar y tal vez no terminan de sintonizar con el momento actual y conjugar con los acentos de los núcleos centrales de la fe del Evangelio
Esta “dislexia espiritual” instalada en gran parte de la Iglesia católica (en particular en los “responsables” de organizar estos “eventos”), hace incapaz de leer los “signos de estos tiempos”, que preocupan y provocan, sobre todo a la inmensa mayoría de los pueblos pobres y a los pobres de los pueblos
La bula de Francisco para la convocatoria al jubileo “Spes non confundit” (“la esperanza no defrauda”, [Rm 5,5]), firmada el 9 de mayo de 2024, día de la ascensión del Señor, para recordar los 1700 años del concilio de Nicea en 2025, tiene los condimentos teológicos y espirituales de los jubileos anteriores. Sin embargo, luego del gran jubileo del 2000 y después de marzo de 2013, el jubileo extraordinario (2015) al que convocó el papa Francisco recién elegido, para llevar a la Iglesia a encontrarse con el “rostro de la misericordia de Dios”, tuvo lugar un acontecimiento ecuménico de especial trascendencia, aunque lamentablemente con poca o casi nula “recepción” en las iglesias locales: la “Conmemoración Conjunta Luterano-Católico Romana de la Reforma en el 2017[1].
Los jubileos son para los católicos, momentos especiales de “gracia” de conversión y esperanza, pero no deben hacernos olvidar las raíces de nuestras profundas divisiones eclesiales, que constituyen “un escándalo para el mundo y que daña a la causa santísima de la predicación del Evangelio” (Cf. Decreto “Unitatis redintegratio” del concilio Vaticano II, proemio). Si el papa Francisco destaca que el “próximo jubileo será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no defrauda” (“Spes non confundit” 25c), es oportuno ahondar en algunos “elementos” de su “organización”, -pensamos que ajenos al papa- que parecen desorientar y tal vez no terminan de sintonizar con el momento actual y conjugar con los acentos de los núcleos centrales de la fe del Evangelio.
La enseñanza de Lutero y de la tradición protestante
Dado que el texto inspirador de la bula de convocatoria al jubileo de 2025, está tomado de la carta a los Romanos, y que tanto Lutero como la entera tradición protestante han dado un lugar eminente al comentario de la misma, resulta iluminador recordar algunas de sus enseñanza[2]. Es un lugar común, que la más importante contribución de Martín Lutero al avance del ecumenismo junto a la reivindicación del “primado” de la Palabra de Dios, no radica en los planteamientos eclesiológicos, en él todavía abiertos, sino en su originaria concentración, como punto de partida, en el “Evangelio de la gracia y la misericordia”, (Cf. Walter Kasper, “Martin Lutero. Una prospettiva ecumenica”, Queriniana, Brescia, 2016, p. 71).
Ya Benedicto XVI, en su visita a los evangélicos de Erfurt, decía: “La pregunta: ¿cómo se sitúa Dios respecto a mí, cómo me posiciono yo ante Dios? Esta pregunta candente de Lutero debe convertirse otra vez, y ciertamente de un modo nuevo, también en una pregunta nuestra, no académica, sino concreta. El pensamiento de Lutero y toda su espiritualidad eran completamente cristocéntrica. Para Lutero, el criterio hermenéutico decisivo en la interpretación de la Sagrada Escritura era: “lo que promueve la causa de Cristo”. Sin embargo -agrega Benedicto- esto presupone que Jesucristo sea el centro de nuestra espiritualidad y que el amor a él, la intimidad con él, oriente nuetra vida” (CF. Benedicto XVI, “En Busca de un Dios misericordioso”. En el encuentro con los evangélicos de Erfurt, [en línea:] https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2011/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20110923_augustinian-convent-erfurt.html.
La centralidad del Evangelio que Lutero predicó y vivió en su época, fueron lo que le dieron credibilidad y capacidad de proyección a la Reforma; aunque con desdicha, los resultados, dado el encono con la autoridad romana, llevaran por “culpas de ambas partes” a la ruptura de la comunión eclesial. Esto no impidió que en época ecuménica y gracias a los modernos estudios históricos, Lutero pudiera llegar a ser considerado un “Testigo del Evangelio”[3], incluso un “Maestro común” para luteranos y católicos[4].
Sin embargo, para el próximo jubileo de 2025, será necesario una vez más, hacer memoria del conflicto de las “indulgencias” -su “venta” para edificar la actual Basílica de San Pedro- constituyó el punto álgido de la Reforma[5]. Como señala el historiador alemán Joseph Lortz (†1975), el contexto del papado con que tropezaron Lutero y la Reforma y en el que crecieron en buena parte, es el papado del Renacimiento. Este papado pretendía ser guía de la cultura, y de hecho ha tenido su reviviscencia en las últimas décadas[6].
La Iglesia se había hecho profundamente rica. El grandioso y profuso tesoro de muchas iglesias en cálices, obras de arte, ornamentos, no son nada más que un hecho inocente en este sentido. El verdadero cáncer es que para todo se necesitaba un “óbolo”. Lo que entonces fue criticado como “injusta obligación” y “mercado semanal”, era odiado desde hacía mucho tiempo en amplios sectores de la Iglesia (Cf. Joseph Lortz, “La Riforma in Germania”, Vol. 1, Premesse, inizio, primi risultati”, Jaca Book, Milano, 1971, pp. 87-88, 95).
Francisco ha recordado que “es fácil caer hoy en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante […] Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa” (Cf. Francisco, Carta encíclica “Fratelli Tutti”, sobre la fraternidad y la amistad social, n. 249). Sorprende ver como aún hoy, los servicios de difusión del jubileo, “privilegian” tantas exterioridades, que opacan y entretienen de aquello que debería ser ante todo un acontecimiento de celebración de la gracia del perdón y la conversión, o para decirlo en lenguaje de la teología latinoamericana, de “liberación” de tanto “culto superfluo atrapado en la injusticia”.
Así lo quiso el concilio al hablar de los ritos litúrgicos refiriéndose a la “nobili simplicitate” [“noble sencillez”], (SC n.34)[7]. A estos “eventos jubilares” les falta tal vez, la “noble simplicidad”[8], que no ofende a los pobres y ubica a los ricos frente a lo “único necesario” (Lc 10,42), ya que como decía Ignacio Ellacuría refiriéndose a un mundo donde a la inmensa mayoría le falta lo necesario para vivir, “nadie tiene derecho a lo superfluo hasta que todos dispongan de lo esencial” (Cf. Ignacio Ellacuría, “Salvación y Liberación” en Ignacio Ellacuría, “Escritos Teológicos” I, UCA, El Salvador, 2000, p. 645).
El contraste con lo que venimos diciendo es significativo en lo que ha difusión del Jubileo se refiere. Basta visitar el canal web “Rome Reports”, para darse una idea aproximada por donde viene orientada la organización del jubileo, con múltiples “atracciones” con las que se intenta “enganchar” a los peregrinos, dejándo en la opacidad lo único importante que es el “encuentro” con el don gratuito de la gracia.
En efecto, los miles de visitantes, seguramente muchos jóvenes, serán “piadosamente” seducidos entre otras cosas, por la “exposición de la cátedra de Pedro”, “el baldaquino de Bernini restaurado”, “San Pedro llega a Minecraft”, “Dos días dedicados a los ‘influencers’ católicos, el “Cristo de Salvador Dalí”, la exposición de la “Capa pluvial de Juan Pablo II utilizada en el jubileo del 2000”, “las pinturas de Marc Chagall en Roma”, “restos romanos de la época entre Augusto y Nerón”, “visitas al Venerable Colegio Inglés”, “Bed and Breakfast en el jubileo”; esto, junto a otras ofertas, sostenidas con el “Kit del Peregrino”, un “merchandising jubilar” que logrará hacer más identitaria esta especie de “masificación” de los peregrinos a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo (“Ad limina martyrum”)
Sin embargo, un “fan fest espiritual”, montado entorno al jubileo, no es capaz de aplacar la tribulación por la que pasan millones de seres humanos cada día, debido a la pobreza con sus múltiples rostros, la persecución y el desarraigo de por vida de aquellos que deben emigrar a causa de la guerra y el hambre, o las catástrofes ecológicas, como las recientes trágicas “inundaciones de Valencia y Málaga” que han dejado miles de muertos y una población entera desarmada en la impotencia.
Esta “dislexia espiritual” instalada en gran parte de la Iglesia católica (en particular en los “responsables” de organizar estos “eventos”), hace incapaz de leer los “signos de estos tiempos”, que preocupan y provocan, sobre todo a la inmensa mayoría de los pueblos pobres y a los pobres de los pueblos. Son ellos, quienes ven y sufren este “espectáculo” de manera “atónita”, el de unas “minorías ricas” o de “cristianos notorios y acomodados”, que llenos de insensibilidad, avalan con “actos piadosos” el imperio de la injusticia que les ha robado a la inmensa mayoría la esperanza, condenándolos en vida a vivir de manera inhumana[9].
En esta cuerda “afina” el pensamiento de Lutero, cuando al comentar la cita de Romanos que intitula la bula papal, dice: “La tribulación barre con todos los recursos y lo deja al ser humano desnudo y solo. No le permite tampoco ver su socorro y salvación en méritos materiales o entretenerse en baratijas espirituales. Y así le hace desesperar de todas las cosas creadas, le hace desprenderse de ellas y de sí mismo y buscar ayuda fuera de su propia persona y de todo lo demás, en Dios solo y cantar con el salmista: ‘Pero tú Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza’ (Sal. 3,3). Esto y no otra cosa, es el verdadero significado de ‘esperar’, y así es, como la prueba produce esperanza”[10].
Estas reflexiones de Lutero, parten de su propia experiencia de Dios. Y es sobre el trasfondo de sus lecciones en la Universidad de Wittenberg sobre la Carta a los Romanos, donde toma conciencia de que “la justicia de Dios no sigue la lógica distributiva de premio por las buenas obras y penas por los castigos, sino que Dios acoge a hombres y mujeres de manera del todo gratuita o también, la hace justa y creatura nueva”[11].
En el pasado trágico siglo XX, con sus guerras mundiales, de las cuales la segunda estará cumpliendo 80 años de su finalización (1945-2025), el teólogo suizo reformado Karl Barth, aportó una perspectiva complementaria a la anterior en su “Comentario a la carta a los Romanos (1919/1922). Una idea central se concentra en su lema, que será el de la absoluta disociación entre la “inmanencia” y la “trascendencia”, el “mundo es mundo” y “Dios es Dios”. Barth intenta aproximarse a la realidad central, que no es otra que nuestro conocimiento de Dios a través de Cristo. Pues no tenemos acceso alguno a Dios como un “ser” (aunque “supremo”) entre otros seres, sino solo desde su presencia libre creadora y actuante en Cristo, en quien nos sale al encuentro.
Al comentar Romanos 5,5 señala: “El hombre es presa de una agitación convulsiva siempre que nota la angustia. Sin duda, mientras nombremos nuestra perseverancia, acreditación y esperanza y las consideremos como datos humanos visibles, deberemos borrarlas y abandonarlas de inmediato. Porque tampoco el ser humano que “persevera”, que se acredita, que espera, podrá gloriarse de su tribulación. Pero n uestra esperanza es “en” la fe; ella nunca se solapa con las oscilaciones de nuestro esperar humano. Ella, como la fe, tiene su nervio vital no en una competencia humana, sino en la meta. La esperanza, como meta y contenido “no defrauda” (Sal 22,5-6; 25,20) aunque toda esperanza humana defraude. Por eso nos “gloriamos” de la esperanza: porque ella no se basa en una acción de nuestro espíritu creado, sino en una acción del Espíritu Santo”[12].
Francisco ha señalado en el mismo sentido que “la esperanza efectivamente nace del amor y se hunde en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz” (“Spes non confundit” n.3). El teólogo Ulrich Wilckens, profesor de exégesis en la Universidad de Hamburgo y obispo de la Iglesia evangélica, en su monumental comentario a la Carta a los Romanos, dice en el pasaje que nos ocupa: “La esperanza no es ninguna ilusión vacía. Para Pablo no es éste el caso solo, porque el cristiano espera precisamente en la gracia de Dios. Aquí la interpretación paulina de “jaris” (gracia) se diferencia esencialmente de la comprensión de la gracia del pensamiento jurídico romano, así como también de la interpretación rabínica; la gracia de Dios no se acerca a su justicia punitiva para sustraer de su brazo punitivo al caído en ella, sino que la justicia de Dios consiste en su gracia porque ella se ha identificado con su amor”[13].
Como puede apreciarse, las voces son sinfónicas, si afinan en la gracia del perdón, que “esperando perdona y perdonando espera”, pero siempre a condición que esta “gracia divina” no sea entendida como “gracia barata” según veremos más adelante.
La cuestión de las indugencias: ¿posibilidad de abandonar ese nombre?
En el n.23 de “Spes no confundit”, Francisco señala que “la indulgencia, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de indulgencia, precisamente por pretender expresar la plenitud del perdón que no conoce límites”. El Papa brinda una oportunidad para repensar un tema sensible en el diálogo ecuménico, cada vez que la Iglesia católica celebra un “Año Santo”, y en este tema, la palabra de Lutero no es en absoluto marginal[14].
Cabe tener en cuenta, que el “Martirologio ecumenico”[15], ubica la memoria de Martin Lutero el 31 de octubre, recordándo aquel día de 1517, en que según la leyenda, el agustino clavó las noventa y cinco Tesis sobre las indulgencias en la puerta de la capilla del castillo de Wittenberg. Más allá del “hecho” simbólico que el historiador católico alemán Erwin Iserloh en 1966 se encargó de destruir, impactando en la comunidad científica, al sostener que las Tesis -en realidad- fueron enviadas por Lutero al obispo de Magderburgo y Maguncia, y luego publicitadas contra su voluntad; c onviene recordar el núcleo teológico y espiritual de estos textos.
Las Tesis redactadas en latín, constituían más un documento de estudio que un manifiesto, y habrían sido pensadas por Lutero para un círculo de personas doctas y no para el gran público, con las que intentaba instalar un debate doctrinal y de práctica pastoral, con consecuencias para la vida de fe. El hallazgo reformador básico de Lutero, sería según Iserloh, sustancialmente “católico” y no tenía por que ser cismático; solo las polarizaciones y enfrentamientos a partir de 1518, después de la disputa de Leipzig (debate con Johannes Eck), llevaron a radicalizaciones que terminaron con la ruptura (Cf. Theo M.M.A.C Bell, “Roman Catholic Luther Research in the twentieth century”, en Robert Kolb, Irene Dingel, L’ubomír Batka (eds.), “The Oxford Handbook of Martin Luther’s Theology”, Oxford University Press, Oxford, 2014, p. 587.).
Cuando entre 2008 y 2009 se celebró el Año Paulino, en ámbito ecuménico surgieron polémicas respecto de las indulgencias. Las continuas preguntas y cabeceos desaprobatorios por parte protestante sobre algo supuestamente anticuado y que se creía superado llevaron al Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos a invitar, ya en febrero de 2001, justo tras la clausura del Año Santo del 2000, a luteranos y reformados (calvinistas y zuinglianos) a un simposio sobre el tema “Indulgencias”, en el que se transmitió información objetiva sobre la “realidad” a la que se hallan referidas las indulgencias y sobre la comprensión actual de estas.
Con ello se pretendía sobre todo disipar la objeción y la sospecha de que, con la reavivada praxis de las indulgencias, la Iglesia católica habría perdido su credibilidad. Pues estaría contradiciendo la “Declaración conjunta” firmada por ella misma con los luteranos, con la que en 1999 se dio expresión en Augsburgo al consenso de ambas Iglesias en algunas cuestiones fundamentales de la doctrina de la justificación[16].
En un serio estudio sobre las indulgencias, escrito en el marco de los 500 años de la Reforma (2017) el teólogo francés Bernard Sesboüé, destaca, que a pesar de que los antigüos reproches entre protestantes y católicos ya han pasado, sin embargo, dado que la Iglesia continúa enseñando y practicando la doctrina de las indulgencias, con una teología y praxis diversa de la del siglo XVI, tal como lo expresó el papa Pablo VI en 1967, al publicar la constitución apostólica “Indulgentiorum doctrina”, sería oportuno, algunos “gestos” de carácter ecuménico, en atención a los “Años Santos”. Por ejemplo, la Iglesia católica no ha expresado jamás “arrepentimiento” por los escándalos del tráfico de indulgencias acontecido en el siglo XVI. Parece haberse instalado en el imaginario popular católico una amnesia, acerca de que la Reforma, tuvo que ver en gran medida con esta “prédica antievangélica” llevada adelante sin escrúpulos, para “lucrar” a expensa de los pobres y en favor del principal templo que hoy cobija los actos jubilares. Sesboüé, propone que los católicos deberían aceptar “cambiar el nombre del proceso penitencial que lleva a la plena liberación de las consecuencias del pecado”.
El término “indulgencia” está muy gravado por el peso de los conflictos históricos para poder ser aceptado hoy con espíritu ecuménico. Aquí, sería de gran utilidad el aporte de los “teólogos”, buscando otro nombre, de matriz bíblica y acuñado en la gran Tradición de la Iglesia, como p.ej., “bendición”, “misericordia”, “benevolencia” o “divina gratuidad”. Este punto, no es ni más ni menos que un aspecto de la teología de la gracia, lo cual exigiría también, una revisión de los textos oficiales que regulan la cuestión y el abandono de muchas fórmulas que ya no tienen sentido, porque los contextos históricos y culturales han cambiado privándolos de su significado preciso[17].
Volver a lo esencial del Jubileo bíblico
En Levítico 25, las prescripciones relativas al año sabático están reunidas con las referencias al año jubilar, Lev 25,8-17,23-25, donde, por lo demás, varios pasajes convienen el uno al otro. El “jubileo”, “yôbel” se llama así, porque su inauguración se anuncia al son de trompeta, “yôbel”. Tenía lugar cada cincuenta años, al expirar siete semanas de años. Era una franquicia, “derôr”, de todos los habitantes. Las tierras quedaban en reposo, cada cual volvía a entrar en posesión de su patrimonio, es decir, los campos y las casas que se habían enajenado volvían a su primitivo propietario, excepto las casas de ciudad, que no se podían retrovender sino al año siguiente de su venta. Por consiguiente, las transacciones inmobiliarias debían hacerse calculando los años que seguirían hasta el próximo jubileo, no se compraba el terreno, sino cierto número de cosechas. En fin, los deudores insolventes, los esclavos israelitas liberados; consiguientemente, el precio de rescate de estos esclavos se calculaba según el número de años que separaban el próximo jubileo.
Se dan razones religiosas de estas medidas: la tierra no se puede vender con pérdida de derecho, ya que pertenece a Dios; los israelitas no pueden ser reducidos a esclavitud perpetua porque son servidores de Dios, que los hizo salir de Egipto[18]. Como hace notar el teólogo protestante norteamericano Walter Brueggemann, “la revolución mosaica posee connotaciones políticas, económicas, morales y étnicas, pero su principal fuerza, consiste en establecer la justicia como elemento focal de la vida de Yahvé en el mundo y en la vida de Israel con Yahvé”. En este sentido, agrega el autor, la revolución mosaica, que es el enfoque fundamental del Pentateuco (el cual, a su vez, es el principal punto de refencia de la posterior tradición de Israel), tiene dos acentos principales: como acontecimiento y como institución.
El acontecimiento que constituye el centro de la imaginación litúrgica de Israel es el éxodo. El éxodo, tal como ha quedado expresado en los textos litúrgicos de Israel, tiene por objeto la glorificación de Yahvé (Cf. Ex 14,4.17). Sin embargo, esa glorificación de Yahvé era posible solamente mediante la liberación de los esclavos hebreos de la opresión de la esclavitud egipcia (Cf. Ex 14,14.25; también Ez 36,22-32, 25-29). A Yahvé se le conoce desde el comienzo como a un Dios “comprometido” con el establecimiento de una justicia “concreta” en el ámbito socioeconómico de un mundo donde el poder está masivamente organizado contra ella”[19].
El jubileo en Israel adquiere toda su consistencia de “denuncia” con la protesta de los profetas. No podríamos pasar por alto el reclamo de ellos, y entre todos, Miqueas, último profeta del siglo VIII, en quien la denuncia social alcanza sus cotas más altas. Aunque su obra es breve, y los textos que tratan el tema abarcan pocas páginas, es difícil transmitir en tan pocas palabras contenido tan rico, variado, profundo y ardiente como el de Miqueas. Con razón se lo considera como uno de los más grandes portavoces de la justicia. Solo a manera de ejemplo: los capítulos 2-3 parten de un hecho muy concreto: la apropiación de casas y campos por parte de los poderosos.
Por esto pone en marcha un fenómeno más complejo y nos hace descubrir la terrible opresión en que vive el pueblo: carne de matadero con que se alimentan las autoridades (3,1-4) y cuya sangre sirve para construir el esplendor de Jerusalén (3,9-11). Por eso, aunque el lenguaje de Miqueas es plástico y vivo, haciendo desfilar ante nosotros a las mujeres expulsadas de sus casas, a los niños desprovistos de libertad, a los hombres explotados, lo que más impresiona, no son los hechos concretos, sino la visión de conjunto. Una sociedad “dividida” en dos grandes bloques: el de los terratenientes, autoridades civiles y militares, jueces, sacerdotes y falsos profetas por una parte; frente a ellos, “mi pueblo” (2,8; 3,5; 6,3 passim), víctima de toda clase de desmanes y oprobios. Y llama la atención el carácter “religioso” de los opresores, que consideran a Dios de su parte, invocan las grandes tradiciones de Israel y cuentan con el apoyo de los falsos profetas[20].
Los pobres, la Tierra, los perseguidos y marginados valen más que cualquier “indulgencia”
En las Tesis 62 y 65 Lutero hace un desplazamiento de acentos respecto del concepto que se tenía y aún se tiene de las “indulgencias”. Allí expresa que “el tesoro verdadero de la Iglesia consiste en el sacrosancto evangelio de la gloria y la gracia de Dios” y también que “los tesoros evangélicos son las redes con que en otros tiempos se pescaba a los hombres ricos” (Cf. Paolo Ricca, op. cit. p. 78). Como ha señalado el historiador Thomas Kaufmann, de la Universidad de Gotinga, cuando Lutero atacó las indulgencias, no sabía nada del trasfondo sobre que se las usaría para costear la construcción de la basílica de San Pedro.
Puede decirse, que el aspecto financiero del asunto le interesaba en general bastante menos que a algunos de los que coincidían con él en la crítica de las indulgencias. El escándalo que en Lutero producían las indulgencias se originaba en el centro mismo de su comprensión de la existencia cristiana, como una penitencia permanente ante Dios en el sentido del Evangelio. La llamada de Jesús a la penitencia (Mt 4,17) no se refería, según Lutero en la primera de sus 95 tesis, a la penitencia sacramental, según la doctrina eclesiástica, sino a toda la vida del creyente, especialmente la “práctica de los signos del Reino”, hechos de “compasión” y “solidardiad” con los que menos tienen (Cf. Thomas Kaufmann, Martín Lutero. Vida, mundo, palabra”, Trotta, Madrid, 2017, pp. 47-48).
Con algunos temas tomados de la tradición intento explicar de qué se trata. El primero: “los pobres y la riqueza”. Del mártir Lorenzo, diácono romano, que según la “Depositio martyrum” del calendario jeronimiano, sufrió el martirio en la vía Tiburtina, un 10 de agosto de 258, bajo el Emperador Valeriano,[21] nos ha dejado un poema inmortal, el poeta cristiano de Calahorra Aurelio Prudencio Clemente, durante el siglo V. Escogemos algunos versos, que expresan la sabia del evangelio del reino. Ante el reclamo inapelable del Prefecto romano de reunirle en tres días todas las riquezas de la Iglesia de Roma, Prudencio, canta en sus versos[22]:
“Lorenzo no responde a aquel discurso (110)
con ira ni aspereza; mas, dispuesto
a conformarse a los deseos del prefecto
condescendió sumiso”.
“Es rica -dijo-, no lo niego, (115)
y tiene nuestra Iglesia
riquezas y cuantioso oro;
más rico que ella ninguno hay en el mundo”.
“El tiempo de tres días acordaron (140)
Después, colmado de alabanzas,
se deja ir a Lorenzo, fiador de sí
y fiador de la ganancia inmensa”.
“Recorrer por tres días la ciudad, (145)
juntando en un mismo lugar y congregando
la multitud de los enfermos
y a los que por las calles limosna solicitan”.
“A éstos busca por las plazas todas,
A recibir el alimento acostumbrado
de la despensa de la madre Iglesia,
y que Lorenzo su intendente conocía”. (155)
“Entonces dice el mártir: ‘Yo quisiera
que vinieses a admirar públicamente
las riquezas dispuestas que el Dios nuestro (170)
tan rico tiene en sus lugares santos”.
“Verás un atrio inmenso
resplandecer en vasos de oro, (175)
y por los pórticos abiertos,
en orden de valor, montones de talentos”.
“El prefecto va y sigue a Lorenzo sin reparos.
Llegados ya a la sagrada puerta,
multitudes de pobres aguardaban,
tropas de lamentable aspecto”. (180)
“Alzan la voz horrísona pidiendo una limosna;
Lleno de pasmo, se aterra allí el prefecto,
y vuelto hacia Lorenzo,
con ojos irritados le amenaza”.
“Y Lorenzo: ‘¿Por qué los dientes rechinando -dice- (185)
me amenazas? ¿Qué cosas no te agrada?
¿Acaso son sucias o viles estas cosas?
¿Acaso piensas hay que despreciarlas?”
“¿Por qué tú ese veneno de la gloria
ensalzas y en tanto precio tienes?
Si el oro buscas que es más verdadero
Éste es la luz y la raza humana”.
El texto de Prudencio que exalta la fe del mártir Lorenzo, puede ser releído desde la dialéctica protestante de la fe y la “obra buena”. La actitud de Jesús para con los pobres no es la de realizar una “obra buena”, sino un signo de la fe en “su” Abbá, pues allí es, donde Jesús enraiza su predicación del Reino, y revela el “lugar teológico” que ocupan los pobres. Sin Jesús y su Evangelio del Reino, la Iglesia no predica más que una idea, un teorema[23]. Esta es la fe que asegura la salvación. El teólogo evangélico Oswald Bayer de la Universidad de Tubinga, dice: “Lutero critica a los teólogos que exigen obras buenas, pero dudan en la cuestión de la certeza de la salvación. Según Lutero, ni las mejores obras me sirven de nada si no sé en qué situación me encuentro ante Dios. Sin fe, hasta la mejor obra está muerta (Cf. Oswald Bayer, “La Teología de Martín Lutero”, Sígueme, Salamanca, 2020, p. 305).
El segundo tema es la “Tierra”. El papa Francisco destaca en la bula que “los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos”. Por eso exhorta a que aquellos que “poseen riquezas sean generosos, reconociendo el rostro de los hermanos que pasan necesidad” (Spes non confundit n.16). Invita asimismo a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen “condonar las deudas” de los países que nunca podrán saldarlas. Los obispos africanos con más énfasis, reunidos el 19 de julio en la capital ruandesa (Kigali), emitieron una declaración con un llamamiento “duro y profético” a los países del G20, al G7, la ONU, el FMI y el Banco Mundial, para que se “produzca un nuevo jubileo de la deuda para dar esperanza a la humanidad y sacar al planeta del borde de la inhabilitación” (Cf. Marcelo González Alonso, “Los obispos africanos confían en que el jubileo suavice la deuda de los países más pobres”, Vida Nueva, 6/8/2024).
Lutero que conocía muy bien las Sagradas Escrituras, redactó sus 95 Tesis poniéndo el acento en el carácter social de las indulgencias, hacía resonar el reclamo de los profetas y el anuncio del Evangelio de Jesús, donde la atención a los pobres son la “medida” del vínculo con la gracia del Reino. Así intentaba “liberar” el sacramento de la reconciliación de un intimismo solipsista y a la penitencia de un descompromiso con la realidad y el padecimiento de los marginados. En la Tesis 43, Lutero señala: “Hay que enseñar a los cristianos que obrar con fe es dar limosna a un pobre, devolverle su pequeña parcela de tierra o ayudar al necesitado, esto es mucho más que quien lucra una indulgencia”(Cf. Paolo Ricca-Giorgio Tourn, “Le 95 Tesi di Lutero”, Claudiana, Torino, 2010, p. 76).
A modo de súplica invitaba Francisco en “Laudato si”: “Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos […] Toca los corazones de los que buscan sólo beneficios a costa de los pobres y de la tierra” (Francisco, Carta encíclica “Laudato si”. Sobre el cuidado de la casa común, Agape, Buenos Aires, 2015, n.246 pp. 140-141). También la Asamblea para la Región Panamazónica, levantaba el tono, diciendo: “El desplazamiento de grupos indígenas expulsados de sus territorios o atraídos por el falso brillo de la cultura urbana, representa una especificidad única de los movimientos migratorios en la Amazonía. Los casos en que la movilidad de estos grupos se produce en territorios de circulación indígena tradicional, separados por fronteras nacionales e internacionales, exige atención pastoral transfronteriza capaz de comprender el derecho a la libre circulación de estos pueblos. La movilidad humana en la Amazonía revela el rostro de Jesús Cristo empobrecido y hambriento (Cf. Mt 25,35), expulsado y sin hogar (Cf. Lc 3,1-3), y también en la feminización de la migración que hace que miles de mujeres sean vulnerables a la trata de personas, una de las peores formas de violencia contra las mujeres y una de las violaciones más perversas de los derechos humanos” (Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica, “Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”. Documento final, Agape, Buenos Aires, 2020, n.13 p. 70).
¿Qué gracia debemos esperar del Jubileo?
Cuando el Evangelio habla del seguimiento de Cristo, predica con ello la “liberación” de hombres y mujeres, con respecto a todos los preceptos humanos, especialmente con respecto a todo lo que oprime y agobia, todo lo que preocupa y atormenta la conciencia. El precepto de Jesús no tiene nada que ver con una curación del alma por medio de “shocks”. Jesús no exige nada de nosotros sin darnos la fuerza para cumplirlo. El precepto de Jesús nunca quiere destruir la vida, sino conservarla, robustecerla y sanarla. ¿Cuánto dista el mensaje del Reino predicado por Jesús con lo que a lo largo de los siglos “tantas veces” a propuesto la Iglesia como su mensaje? Es difícil responder. Pero es inevitable no intentar hacerlo.
A la vista del mensaje de Jesús los cristianos/as comprometidos eclesialmente no tienen ninguna razón para rehuir la crítica a la Iglesia, dejándola en manos de los de “fuera”. Ninguna crítica desde “fuera”, por radical que sea, puede sustituir ni siquiera superar la de “dentro”. Si la Iglesia mantiene tan firmemente su carácter de cosa visible fundada por Cristo, con eso se expone ella misma a una posible crítica, justificada, e incluso necesaria[24]. Jubileos -como señala Francisco- existen en la Iglesia desde Bonifacio VIII en 1300, pero con este nivel de “espectáculo” y “oferta turística” no podrá uno remontarse más allá de Juan Pablo II, el papa mediático y con talante artístico por excelencia, que no desaprovechó ocasión alguna de presentarse a sí mismo como persona piadosa.
Este estilo de celebración, donde la presencia y actuación del papa poseen un valor en sí mismo, no resiste la historia de la Iglesia en sus dos milenios. Ha sido el creciente “maximalismo papal” iniciado con Gregorio VII, afirmado con Bonifacio VIII, hecho “infalible” con Pío IX y desarrollado en grandes puestas escénicas durante Pío XII, lo que ha gestado que la Iglesia católica “deviniera” en este modelo. Ni el Vaticano II, con sus objetivos de reforma, pudieron sacudir el milenario polvo de la era Constantiniana, al menos, en lo que la Iglesia pretende mostrar en estos acontecimientos.
A pesar de las convicciones bien fundadas del teólogo Marie Dominique Chenu OP., al finalizar el concilio, cuando afirmaba el “fin de la era constantiniana”, la basílica de San Pedro volvió a ser testigo de importantes espectáculos, basta recordar con unos ejemplos, el “imponente” concierto de la orquesta filarmónica de Viena, dirigida nada menos que por Herbert von Karajan, interpretando la “Misa de coronación” de Mozart, el 28 de junio de 1985. También el del 16 de abril ofrecido por la orquesta sinfónica de la Radiotelevisión de Stuttgart, con motivo de los 80 cumpleaños de Benedicto XVI[25]. Afortunadamente estos gustos palaciegos se terminaron, cuando semanas antes del 29 de junio de 2013 (Fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo y “Día del Papa”), le preguntaron a Francisco si se realizaría el Concierto en su “honor” en el Aula Pablo VI, a lo que respondió: “no soy un papa del renacimiento para que me honren con conciertos”.
Sin embargo, estos “lujos” renacentistas se multiplicaron durante el “invierno eclesial”[26], y significaron importantes inversiones de la Santa Sede para costearlos[27].
La cuestión es qué “gracia” se obtiene con estos espectáculos preparados hasta el último detalle, como si fueran para Hollywood. Parafraseando al gran biblista alemán Gerhard Lohkink, ¿puede ser esta la Iglesia que Jesús quería?[28] Hemos hablado de los núcleos de fe que los cristianos/as no deberían dejar pasar durante el próximo jubileo. La oración, la centralidad de los pobres, la paz, el cuidado del planeta, la justicia y denuncia social para una distribución de la riqueza más equitativa. En definitiva, la “gracia” al “más alto precio”. No, por cierto, una gracia barata, que es la predicación del perdón sin arrepentimiento, es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin identificación con el Evangelio del Reino: “tuve, hambre, sed, desnudo, preso, y me socorrieron” (Cf. Mt 25, 31ss).
La gracia “cara”, que es el tesoro en el campo, por lo que se es capaz de vender todo lo que uno tiene; es el reino por el que uno se arranca el ojo que le escandaliza; es el Evangelio que siempre hemos de buscar, los dones que hemos de pedir, las puertas a las que hemos de llamar[29]. Es “cara” porque el seguimiento de Jesucristo, es mucho más que un “peregrinar turístico con fines religiosos”. Es ligar la propia vida a la esperanza que no defrauda, pero a la que no se puede manejar y controlar. La gracia “cara” o es gracia que Jesús ofrece a todos y a todas, o es mercancía que administran las elites, tanto peor, si son eclesiásticas. No debe olvidarse que el 2025, recordará también los 60 años de la clausura del Concilio Vaticano II. Juan XXIII, y el concilio hablaron de la “Iglesia de los pobres” en repetidas oportunidades; además, un mes antes de su clausura, el 16 de noviembre en la catacumba de Domitila, un grupo de obispos, 39, firmaron el que se conococe como “El Pacto de las catacumbas”[30]. Querían tener una celebración “discreta” lejos de la prensa, y que no se pensara que querían influenciar a la asamblea.
El mensaje se conoció en el diario francés “Le Monde”, tres meses después. No este el lugar de su análisis, pero no cabe duda que los obispos del “pacto”, los que firmaron aquel día y los cientos que desde los cinco continentes adhirieron después, bien pueden ser considerados “los mejores hijos del Vaticano II”. Habían entendido que para recibir y predicar de manera creíble la “gracia cara”, debían despojarse de títulos, honores, comodidades, viajes, privilegios sociales, y definitivamente hacerse “uno” con los pobres, principales destinatarios del Evangelio. Se puede pensar, ¡por qué no!, que Lutero de buena gana hubiera suscripto el pacto, incluso se habría asombrado, que lo que él predicó, a veces con vehemencia volcánica, daría finalmente sus frutos más bellos que siguen aún hoy, irradiando el mejor sabor del Evangelio, el de una “esperanza que no defrauda”.
Notas de referencias
[1] El documento de la comisión mixta: “Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta Luterano-católico romana de la Reforma en el 2017”, no tuvo lamentablemente la debida “recepción” en las Iglesias locales: allí se indica entre otras cosas: el sentido de la conmemoración, las nuevas perspectivas sobre Martín Lutero, un bosquejo histórico de la Reforma Luterana y la respuesta católica, temas fundamentales de la Teología de Lutero a la luz de los diálogos Luterano-católicos Romanos, el “llamado” a una conmemoración conjunta y “cinco imperativos ecuménicos”, (Cf. Conmemoración conjunta Luterano- católica Romana de la Reforma en el 2017, “Del Conflicto a la comunión”, Sal Tarrae, Santander, 2013).
[2] Sobre el lugar y la influencia de la Carta a los Romanos en la teología de Lutero, puede verse: Giancarlo Pani, “Lutero tra eresia e profezia”, EDB, Bologna, 2017, pp. 19-80.
[3] Cf. Commissione Congiunta Cattolica Romana – Evangelica Luterana, Dichiarazione “Martin Lutero, testimone di Gesù Cristo” (500° anniversario della nascita di Martin Lutero), Enchiridion Oecumenicum. Documenti del Dialogo teologico Intercondessionale, 1. Dialoghi Internazionali 1931-1984, EDB, Bologna, 1986, pp. 743-751.
[4] Cf. Johannes Willebrands, “Discurso en la V Asamblea plenaria de la Federación Luterana Mundial”, Il Regno – Documenti 15 (1970) p. 355; también: Karl Lehmann, “Martin Lutero. Nostro maestro comune”, Il Regno Attualità 43 (1998) p. 204.
[5] Cf. Informe de la Comisión Luterano – Católico Romana sobre la unidad, “De conflicto a la comunión”. Conmemoración Conjunta Luterano – Católico Romana de la Reforma en 2017, Sal Terrae, Santander, 2013, pp. 29-30.
[6] El teólogo y ecumenista Yves Congar, otorgaba un dignóstico ya en los inicios del concilio que conserva toda su actualidad: “Lo que en la situación actual es más literalmente conforme al estatuto de la existencia cristiana es, ante todo, la distinción y la tensión entre Iglesia y el mundo, debilidades, no anuladas, por un régimen de cristiandad. Es, por una lógica idéntica, la liberación de los peligros de una asociación o de una simbiosis tal con la sociedad temporal, que corría el peligro de llevar a los hombres y mujeres de Iglesia a identificarse con las actitudes del mundo, a no sonrojarse de hablar su lengua y portar sus miserables lentejuelas. En un mundo que ha llegado a ser -o ha vuelto- a ser puramento “mundo”, la Iglesia, si quiere ser “algo todavía”, se encuentra en cierto modo obligada a no ser más que la Iglesia, testigo del Evangelio y del Reino de Dios” (Cf. Yves Congar, “Pour une Église servant et pauvre”, Du Cerf, Paris, 1963, pp. 132-133). También es su “Diario del Concilio”, hace una descripción y dura crítica de la Ceremonia inaugural: “La nave está enteramente ocupada por 2500 butacas dispuestas sobre gradas, delante del altar de la confesión. A la derecha, la estatua de San Pedro revestido con hábitos de Bonifacio VIII…todo resplandece, muy solemne, pero frío. Gusto decorativo teatral, barroco. Entre las tribunas, en los nichos, estatuas enormes de fundadores de órdenes religiosas. Reconozco solo a San Ignacio que expulsa la impiedad. ¡Si esta estatua hablase! ¿Qué cosas diría? Imagino los discursos de estos hombres de Dios, devorados por el fuego evangélico. Advierto en todo, el peso, jamás denunciado, desde el tiempo en que la Iglesia tenía lazos estrechos con el feudalismo, poseía el poder temporal, y los papas y obispos que tenían corte, protegían a los artistas, pretendían una pompa similar a los césares. Todo esto la Iglesia de Roma, no lo ha repudiado jamás. No ha existido jamás en su programa una huída de la era constantiniana. El desventurado Pío IX, que de la marcha de la historia no había comprendido nada, ha hundido al catolicismo francés en una estéril actitud de oposición, de conservadurismo, de espíritu de restauración. Pero Pío IX hizo lo contrario. Desventurado, que no sabía qué cosa era la “Ecclesia” ni la “Tradición”, y que la ha empujado a ser siempre del mundo y no para el mundo que aún necesitaba de ella. Y Pío IX, reina todavía, al igual que Pío XII. También Bonifacio VIII reina todavía, y se ¡sobrepone a Simón Pedro, el humilde pescador de Galilea!” (Yves Congar, “Mon Journal du Concile” II, Cerf, Paris, 2000, pp. 145-148). Aunque de manera “escueta” pero del mismo parecer es la visión que tiene Henri de Lubac: “Ceremonia imponente. Tristeza, a pesar de todo, pensando en el contraste con la situación real de la pobreza en el mundo y de la Iglesia en el mundo” (Henri de Lubac, “Quaderni del Concilio” I, Jaca Book, Milano, 2009, p. 95).
[7] Puede verse el artículo de Ignacio Ellacuría: “Lo que la Iglesia ha contribuido a la alienación del pueblo ha sido en gran parte a través de la liturgia”, en Ignacio Ellacuría, “Conversión de la Iglesia al Reino de Dios. Para anunciarlo y realizarlo en la historia”, Sal Terrae, Santander, 1984, pp. 283-292. No hay que olvidar que la reacción de Lutero vino por un tema pastoral y no por un cuestionamiento doctrinal. Hoy sabemos, gracias a los estudios históricos, que en el año 1517, en la capilla del castillo de Wittemberg, se celebraron 1850 misas; con lo cual, si los días del año son 365, hay que pensar que llegaron a celebrarse hasta 5 misas diarias, con el solo objeto de percibir el estipendio. Para estas cuestiones, puede verse: Heinz Schilling, “Martin Lutero. Ribelle in un’epoca di cambiamenti radicali”, Claudiana, Torino, 2016, pp. 126-128.
[8] Decía el teólogo Víctor Codina: “Sueño con otra estructura espacial de la eucaristía, donde el pueblo pueda rodear la mesa eucarística y todos sentados en torno a la mesa ¿No fue así la última cena del Señor? ¿No se ilumina la última cena con las comidas de Jesús de Nazaret con el pueblo, con pecadores e incluso con fariseos? ¿No comió el Resucitado con los suyos después de la Pascua, en unas comidas con profundo sentido eucarístico?”, (Víctor Codina SJ, “Sueños de un viejo teólogo. Una Iglesia en camino”, Sal Terrae, Mensajero, 2017, p. 77).
[9] Es motivador escuchar las palabras del cardenal Newman: “El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje ‘instintivo’ la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad. Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro. La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración”, (John Henry Newman, “Discourses to mixed congretations” 5 [citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1723]).
[10] Martin Luthers Werke, “Der Brief an die Römer”, 56 Band, Hermann Böhlaus Nachfolger, Weimar 1938, p. 306; (en adelante citamos: WA).
[11] Martin Luther, WA pp. 65, 172.
[12] Karl Barth, “Carta a los Romanos”, BAC, Madrid, 1998, p. 210.
[13] Ulrich Wilckens, “La carta a los Romanos”, Rm 1-5 (Vol. I), Sígueme, Salamanca, 2006, p. 357.
[14] Puede verse nuestro artículo: Ricardo M. Mauti, “Martín Lutero: ¿hereje o profeta?, Anatéllei Año XX 39 (2018) 55-67.
[15] Cf. Comunità di Bose, “Il libro dei Testimoni. Martirologio ecumenico”, San Paolo, Milano, 2002, pp. 504-505.
[16] Cf. Walter Kasper, “El Año Paulino y las indulgencias ¿Obstáculo o ayuda para la unidad de los cristianos? En Walter Kasper, “La unidad de Jesucristo”. Escritos de ecumenismo 1 (OCWK 15), Sal Terrae, Santander, 2016, pp. 514-515.
[17] Cf. Bernard Sesboüé, “La questione delle indulgenze. Una proposta alla Chiesa cattolica”, EDB, Bologna, 2017, pp. 50-53.
[18] Cf. Roger de Vaux, “Instituciones del Antiguo Testamento”, Herder, Barcelona, 1976, pp. 246-247.
[19] Cf. Walter Brueggemann, “Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé”, Sígueme, Salamanca, 2007, pp. 772-773.
[20] Cf. José L. Sicre, “Con los pobres de la tierra. La justicia social en los profetas de Israel”, Cristiandad, Madrid, 1984, pp. 251, 308.
[21] Cf. Enzo Lodi, “Los Santos del calendario Romano”, San Pablo, Madrid, 1990, pp. 284-288.
[22] Aurelio Prudencio, “Himno en honor de la pasión del muy bienaventurado mártir Lorenzo” en Obras Completas, edición bilingüe preparada por Alfonso Ortega e Isidoro Rodriquez, BAC, Madrid, 1981, pp. 499-503.
[23] Joachim Jeremias, “ABBA. El Mensaje central del Nuevo Testamento”, Sígueme, Salamanca, 1983, p. 213.
[24] Cf. Otto Semmelroth, SJ., “Critica de la Iglesia”, Paulinas, Madrid, 1967, p. 13.
[25] Confirma aspectos económicos de este tipo de eventos, el testimonio de Monseñor Lucio Adrián Ruiz, de la Aquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz (Argentina), que trabaja en el Vaticano desde hace más de 25 años; hoy en el alto e importante puesto de Secretario General para la Comunicación de la Santa Sede; tuvo esta expresión en una “conversación de sobremesa” en un paso por Santa Fe, visitando el seminario donde se formó (en aquel momento yo era el rector), “la verdad que la fiestita de cumpleaños de Benedicto le salió un poco cara a la Santa Sede” (Testimonio escuchado personalmente).
[26] Sobre el “invierno eclesial”, puede verse: Juan Bautista Libanio, “La vuelta a la gran disciplina”, Paulinas, Buenos Aires, 1986; Joaquín Perea, José I. González Faus, Andrés Torres Queiruga y Javier Vitoria, “Clamor contra el gueto. Textos sobre la crisis de la Iglesia”, Trotta, Madrid, 2012.
[27] Cf. Gianluigi Nuzzi, “Las cartas secretas de Benedicto XVI. El libro que destapó el escándalo Vaticano”, Planeta, Madrid, 2012, pp. 109-120.
[28] Cf. Gerhard Lohfink, “La Iglesia que Jesús quería”, Desclée, Bilbao, 19865.
[29] Cf. Dietrich Bonhoeffer, “El precio de la gracia. El seguimiento”, Sígueme, Salamanca, 2007, pp. 16-17.
[30] Cf. Xavier Pikaza, José Antunes Da Silva (eds.), “El Pacto de las Catacumbas. La misión de los pobres en la Iglesia”, Verbo Divino, Navarra, 2016.