Presentación de "Biografía del silencio" (Siruela) Pablo D'Ors: "Hay confesiones de la fe en Jesucristo que, en mi opinión, no tienen nada de fe y mucho menos de Jesucristo"
(Pablo d´Ors, presentación de "Biografía del Silencio" -Siruela-, junto a José Antonio Pagola).- Mi primera palabra es de agradecimiento para vosotros, mis amigos y mis lectores, que habéis venido esta tarde aquí para acompañarme y arroparme en el bautizo de este octavo hijo mío.
Porque un libro es para mí como un hijo, en serio; y porque una presentación es como un bautizo. Sé positivamente que muchos de vosotros no sólo me habéis leído sino que me habéis subrayado, lo que por uno escritor es casi lo máximo. Sé positivamente que no sólo me habéis leído y subrayado, sino que me habéis recomendado y que hasta habéis comprado varios ejemplares para regalar. Vosotros me habéis dado vuestras impresiones, vuestros ecos, vuestra alegría de lectores, y eso para un autor es casi el cielo. Si la fortuna de un hombre se mide por la calidad de sus amistades, yo soy, sin duda, el más afortunado de los hombres. Gracias por estar aquí. Agradecimiento también, por supuesto, a José Antonio Pagola, primero por el trabajo que se ha tomado por leer a fondo mi librito y, segundo, por haberlo hecho de un modo crítico e interpelante, aunque siempre inmensamente respetuoso.
De todos los escritores y críticos que han presentado mis libros estoy satisfecho, pero de Pagola de modo particular, pues no se ha limitado a leer un panegírico, más o menos ditirámbico, de la obra en cuestión, lo que suele ser lo más fácil y habitual, sino a leerla en profundidad y con dos criterios: lo que el texto dice objetivamente y lo que él, como lector, recibe y recoge subjetivamente. Dicho esto, debo advertiros que ya imagináis que no elegí a Pagola como presentador de forma arbitraria o caprichosa.
Siendo la BdS un texto que, en apariencia, más podría ser suscrito por un budista que por un cristiano, necesitaba que sobre estas páginas cayera un ojo eminentemente teológico y, más aún, cristológico. A ver qué decía. Y ya lo hemos oído: como en todos sus escritos, pero en particular en sus homilías, Pagola ha sido sencillamente magistral y magistralmente sencillo. Y he de confesaros aquí que es de los poquísimos teólogos y hombres de iglesia contemporáneos cuyos textos no considero directamente soporíferos, sino todo lo contrario: estimulantes, proféticos pero humildes. Tiene el don de la claridad, de la profecía y de la humildad. Y no se me ocurre un mayor elogio. La pregunta de fondo que en este encuentro parece latir es: ¿hasta qué punto pueden el budismo y el cristianismo encontrarse y dialogar?
Esta pregunta tiene seguramente muchas respuestas teóricas, y todas ellas, seguramente también, dignas de interés. Pero lo más importante es, creo, que esa pregunta tiene respuestas biográficas, es decir, que hay personas que de hecho han dialogado o están dialogando como cristianos con el budismo. Yo soy, ciertamente, uno de ellos; pero me han precedido, y de forma incomparablemente más insigne, nombres como Thomas Merton, el padre Arrupe o Enomiya Lasalle. No puedo responder a todo lo que Pagola me hace notar en su texto, pero si me veo impelido a hacerme eco de alguna forma y, para ello, comenzaré con una anécdota que no tiene nada que ver con lo que él ha dicho.
Al terminar hace pocos días una conferencia, en el turno de preguntas un hombre se levantó y vino a decirme lo mucho que le satisfacía que últimamente había oído y leído el nombre de Cristo explícitamente citado por parte de periodistas, escritores o, incluso, autoridades públicas. “Me agrada que la gente no se avergüence de confesarse cristiana”, aseguró. Reflexioné entonces con los presentes y quiero reflexionar ahora con vosotros sobre este asunto.
Lo importante, para mí, no es que uno se atreva a confesarse en nuestra sociedad de hoy explícitamente cristiano; lo importante es desde dónde hace semejante confesión: si es simplemente para autoafirmarse, esto es, para decir “yo estoy aquí y tú estás allí”, o más bien para encontrarse con el otro. Dicho más sencillamente: mi actitud a la hora de esa confesión, ¿es de puente o de muro? Porque todos reconoceréis conmigo que hay muchas supuestas confesiones de fe que para lo único que sirven es para abrir más los abismos entre quienes dicen que tienen fe y quienes aseguran que no la tienen. Hay confesiones de la fe en Jesucristo que, en mi opinión, no tienen nada de fe y mucho menos de Jesucristo. Es simple fanatismo. Es simple ideología.
Y está movida por el deseo de revancha y por el miedo, que es lo peor. Por talante y por vocación, más que por virtud o por celo pastoral, yo soy uno que busca tender puentes. Ya lo dije en la presentación de mi anterior libro, “Sendino se muere”, y para ello recordé las palabras de José Sacristán en la película “Un lugar en el mundo”: “Soy un frontera”. Un frontera entre la sociedad y la iglesia, entre la cultura y la religión, y ahora, como ha quedado demostrado, entre Buda y Cristo.
BdS no es una confesión de fe, como en cierto sentido sí pudo serlo mi anterior ensayo, sino una confesión de mi búsqueda interior. Con esto quiero decir que la verdad, la belleza y el bien no tienen para mí copy right. Me interesan en cualquier caso, vengan de donde vengan. Esto no significa que esa verdad, esa belleza y ese bien no la haya encontrado yo fundamentalmente en Jesucristo, a Quien amo sobre todas las cosas. Lo digo por si alguien tuviera alguna duda, que seguro que sí. Las provocaciones de la reflexión de Pagola son múltiples, de modo que seré necesariamente sintético. “¿Acogida de qué?”, pregunta él. No hay que tener prisa en poner nombre a eso que acogemos, digo yo. Porque con la palabra muchas veces lo matamos. Así que nunca hay que bautizar nada si bautizar es domesticar.
En todo caso, si fuera obligatorio responder a ese “acogida, ¿de qué?”, diría “acogida de la acogida”. “Dios es una presencia buena”, dice Pagola. Sí, pero también terrible, añado yo, y fascinante, y desconcertante a nuestras categorías. ¿Amorosa? Sí, pero también esa categoría, la del “amor” nos la descabala. Para describir al Misterio, la palabra “amor” es tan relativa como “padre” o como cualquier otra.
Hoy no podemos hablar de un Dios Amor sin el background de todas las películas románticas que hemos visto. Por eso yo preferiría una descripción del Misterio más amplia y, sobre todo, más fenomenológica. “Dios no me invita a mí a la pasividad o a la no intervención”, dice Pagola. La pasividad de la que hablo en mi BdS puedo asegurar que es muy activa y, seguramente, mucho más trabajosa que muchas supuestas “actividades”
Y, por lo que se refiere a la “no intervención”, yo rezo para ser un buen mediador de Dios, sí, pero sobre todo para no ser un obstáculo de lo divino. En una hipotética entrevista a la feligresía saldría lo mucho que han ayudado algunos sacerdotes a sus fieles, pero también –y eso es lo que quiero subrayar- lo muchísimo que les han perjudicado en sus intentos de acercarse a Dios. Por esto hay que tentarse mucho la ropa antes de dar paso a cualquier intervención. Por eso defiendo muy a menudo la no intervención.
Dicho de otro modo: si la mayor parte de las veces que intervengo en mis problemas los estropeo todavía más, ¿por qué debo suponer que cuando intervengo en los problemas ajenos va a ser diferente? Esto no tiene nada que ver con ser indiferente ante el dolor ajeno. Pero creo que ante ese dolor, antes de precipitarse a intervenir, hay que mirar, luego mirar, y luego mirarlo otra vez, porque de esa mirada repetida podrá acaso nacer alguna intervención que será, con toda seguridad, muy diferente a la intervención que habría surgido sin todo ese proceso de contemplación. Creo, en fin, que no nos tomamos la meditación en serio. Creo que no nos planteamos en serio que resistir con amor la mirada al dolor ya es un proceso redentor, sin necesidad de ulteriores intervenciones. Creo que la mayor parte de nuestras intervenciones nacen de la culpa, y no de un corazón puro. Y que de esa cepa, la de la culpa, no puede nacer nada bueno.
Por lo que se refiere a la cita de Metz, de quien por cierto yo mismo fui alumno en Viena, lo de la espiritualidad oriental como “mística de los ojos cerrados” y la cristiana como la de “los ojos abiertos”, postura a la que Pagola se adhiere, me parece que desconoce el budismo y, todavía más, que lo ofende. Primero porque en el zen que yo he estudiado se me ha enseñado a no tener los ojos cerrados, sino precisamente entreabiertos, cosa que curiosamente nunca se me ha dicho en el cristianismo, donde la mayor parte de los creyentes rezan precisamente con los ojos cerrados.
Pero también y sobre todo porque Buda es por definición el Despierto, es decir, aquel que invita a estar atentos a este mundo. Metz simplifica y hasta trivializa el asunto; la cosa es mucho más honda Entiendo muy bien a Pagola cuando dice que no basta la escucha interior, y que hace falta la mirada al otro, sobre todo al sufriente. Pero es que el silencio del que hablo no es sólo callar; ni siquiera sólo silenciarse.
Es una forma de escuchar y de mirar. Esa escucha y esa mirada es meditación. Quiero hacer dos reflexiones a este respecto, y con esto termino: una más práctica y otra más teórica. Comencemos por la práctica. Desde muchas instancias se habla del egocentrismo exacerbado: los budistas hablan del ego y los cristianos del egoísmo. Pero ¿quién habla hoy del altruismo frenético (es decir, de esa supuesta ayuda a los demás que sólo está motivada por la mala conciencia y por la incapacidad de estar con uno mismo)?
En mi texto yo quiero advertir que no sólo el yo es peligroso, sino que también el “tú” es muy peligroso, que podemos hacer ideología tanto de lo uno como de lo otro. Por eso, al igual que antes decía “confesión sí, pero sólo si nace de la búsqueda del bien del otro, del tenderle un puente, no levantarle un muro”, ahora puedo decir “compasión sí, por supuesto, pero sólo si nace de la sabiduría, y eso es lo que he querido hablar en mi BdS. Por lo que se refiere a la observación teórica o, más rigurosamente, teológica, quiero plantear ahora lo más importante de cuanto hoy quiero decir.
Y es que el problema que se está planteando en esta atípica presentación no es entre cristianismo y budismo, como hasta ahora os he hecho creer, sino entre distintos tipos de cristianismo. De ningún modo me erigiría yo en defensor del budismo, dejando a Pagola la parte del cristianismo.
Yo soy cristiano, no budista, por lo que sostengo que mi visión es, cuanto menos, tan cristiana como la suya. Me explicaré. La conciencia se ha concebido en el cristianismo de dos formas distintas y hasta opuestas. Por una parte está la lógica de la identidad, que sigue el paradigma de los talentos, de la interioridad y del sujeto trascendental. En esta vía, subrayada sobre todo por el cristianismo medieval y moderno, el sacramento (de Dios) es, fundamentalmente, uno mismo. Y por la otra parte está la lógica de la vocación, que sigue fundamentalmente el paradigma de la voz y de la exterioridad.
En esta vía, subrayada fundamentalmente por el cristianismo contemporáneo, el sacramento (de Dios) es, fundamentalmente, el otro. Así que conciencia interna o externa, identidad o vocación. A mi parecer es claro que la visión de Pagola es mucho más contemporánea que la mía. Yo soy mucho más medieval, también quizá más postmoderno. Nos llevaría muy lejos ahondar en la concepción interna de la conciencia, que por cierto es la de santo Tomás, o la externa, que también tiene sus insignes representantes y cuya formulación más acabada es la de Emanuel Levinas, al que el propio Pagola ha citado. Para Levinas la pregunta no es “¿qué puedo hacer?”, puesto que podemos hacer demasiadas cosas.
La pregunta es, más bien, “¿qué debo hacer en vistas de lo que hay?” Esto es interesantísimo. Pero esto no es una clase de teología, gracias a Dios. Sólo diré que para los tomistas la conciencia nace del deseo, de la ontología de la persona. Que todo depende de la idea que tengamos de nosotros mismos; y que esta visión se mantiene hasta Heidegger, para quien la conciencia es el silencioso reclamo del yo que se llama a sí mismo al ser. Pagola cita a Von Balthasar; yo a Rahner, quien profundiza cristianamente esto cuando dice que el yo es la única palabra que Dios dirige al hombre; que Dios no tiene más palabras que yo mismo para mí, y que la vida está para descifrar ese mensaje divino que Él me dirige a mí con mi propio ser. A mí esta visión me encanta, huelga decirlo. Lo bonito de esta manera de entenderlo es que la ley no nace de una imposición de fuera -como si Dios fuera una especie de legislador extrínseco-, sino que esa lex es ya el deseo humano que tenemos inscrito en nuestros corazones.
Los ejercicios espirituales de San Ignacio se colocan precisamente en este nudo de discernimiento. El santo vasco se pregunta: “¿quién soy?, ¿para qué estoy hecho?”. Quizá por eso los jesuitas, y quienes tienen espíritu jesuítico, pueden dialogar muy bien con el zen. La concepción externa de la conciencia, en cambio, que es la que Pagola ha defendido, nace de la alteridad, de una instancia externa (Dios, el otro, el pobre...), de una voz que me llega desde fuera y que me interpela, sacándome de mí y creando una ruptura dramática entre yo y mi otro yo, entre yo y el otro, entre yo y Dios. La bella circularidad tomista entre gracia y natura, entre deseo y ley, ese bello sistema en que todo se conecta, se rompe con este extra nos. Este Dios bíblico y paulino irrumpe e interrumpe el círculo ontológico propuesto en la doctrina tomista.
Personalmente comprendo lo que esta visión subraya, pero lo comparto sólo parcialmente. La razón de mi prudente condivisión radica en que los que siguen esta visión parten de la idea de que los hombres vivimos permanentemente en lo inauténtico. Es cierto que a menudo no sabemos bien lo que nos conviene y que necesitamos en cierta medida (y ese es el matiz) una palabra que venga de fuera. Dicho para ser ser claros: ¿a qué dar prioridad: al deseo o a la llamada?
Os puedo asegurar que hace muchos años que dejé la teología, pero Pagola me ha provocado y he tenido que resucitar al teólogo que también yo, aunque pequeñito, llevo dentro. Como bien puede presuponerse, no se trata de elegir entre ambas perspectivas. Una buena teología necesita de ambas y precisa de poner en relación las dos ópticas. Y por eso precisamente invité aquí a Pagola. Porque la conciencia interna (que es lo que yo acentúo) sin el acicate profético de la conciencia externa (que es lo que acentúa él) conduce a la idolatría del deseo. Hace falta, pues, una luz de fuera, un correctivo bíblico e histórico. No debemos, pues, crear falsas alternativas. Personalmente, yo apuesto por la primacía del ser sobre el deber, de la ontología sobre la ética, pero reconozco que su planteamiento es más que legítimo, es necesario.
Creo que primero es la primera persona del singular, después la segunda; pero acepto que esa primera persona precisa también de la segunda. Terminaré diciendo que según como sea nuestra concepción de la conciencia, emergerá una imagen de Dios u otra. Para quienes ven la conciencia como yo, Dios será algo así como la quintaesencia de la realidad. Él tiene que ser necesariamente lo más íntimo de mí. Para quienes ven la conciencia como Paola y como la mayor parte del pensamiento contemporáneo, Dios será esa instancia que invita a la transformación de la realidad, ese abogado de lo que el hombre fue y está llamado a ser. Por fortuna, el Dios cristiano no es sólo lex paterna, que lo es; también es gratia materna. Por fortuna no es un Dios sólo Logos, sino también Pneuma. Y por fortuna, y también quiero subrayar esto- que en la iglesia hay tanto sacerdotes como profetas. Si sólo hubiera profetas, es decir, la instancia crítica, para mí al menos sería muy incómodo, y sobre todo muy cansado. No es casual que en la religión que profesamos la mayor parte de los presentes, existan, y ello desde el Antiguo Testamento hasta hoy, las dos instancias de representación de lo sagrado: los profetas con sus denuncias y anuncios, y los sacerdotes con su, con mayor o menor acierto, administración de la misericordia divina. Muchas gracias.