José Manuel Vidal Perdón, vergüenza, dolor y discernimiento colegial

(José M. Vidal).- A este Papa que habla con el ejemplo no le duelen prendas a la hora de 'normalizar' el papado y reconocer que, como cualquier ser humano, se puede equivocar. Y que, cuando se equivoca, no hay nada más digno y evangélico que pedir perdón. Lo pide en una carta desgarrada y dolorida, donde reconoce que ha errado gravemente (con todas las letras). Y se lo pedirá directamente, en lo concreto, en lo personal, invitando a su casa y acogiendo a las víctimas. Para llorar con ellos, intentar sanarlos, resarcirlos en lo posible y abrirlos a un futuro de esperanza.

Lo primero, pues, las víctimas, "vidas crucificadas", a las que "robaron la inocencia". De ahí, todo "el dolor y la vergüenza" del Papa. En segundo lugar, el agradecimiento a sus enviados, monseñor Scicluna y el reverendo Bertomeu, por escuchar "desde el corazón y con humildad".

Y en tercer lugar, el Papa llama al discernimiento colegial. Con todos los obispos chilenos, a los que convoca en Roma. Para tomar decisiones juntos. Y es, entonces, cuando rodarán cabezas. Con medidas "a corto, medio y largo plazo". Con un objetivo claro: "Reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia". Y ahí no le temblará el pulso a Francisco.

Entre otras cosas, porque el caso Barros se convirtió en algo paradigmático para la Iglesia universal. Primero por la valiente y evangélica resistencia de los laicos de Osorno, que se merecen un monumento. Y, después, tras la 'caja de resonancia' que, para el caso Barros-Karadima-abusos, supuso la reciente visita del Papa y su defensa, antes y entonces, del obispo acusado de encubrimiento. Ahora reconoce, que "por falta de información veraz". Es decir, algunos quisieron engañar al Papa. Y eso es algo gravísimo.

La carta del Papa, por otro lado, sigue la estela de la enviada por Benedicto XVI a los obispos de Irlanda del 19 de marzo de 2010, tras la crisis provocada en aquel país por el descubrimiento de numerosos casos de abusos del clero. Como aquella, también la carta de Francisco a la Iglesia chilena es una misiva dolorida y apremiante. Primero, por los abusos que también en Chile proliferaron. Y, después, por el continuo declive de la Iglesia chilena, que pasó, en las últimas décadas, de ser una de las instituciones más valoradas a convertirse en una de las organizaciones con menos credibilidad social.

Chile es, en estos momentos, un laboratorio en el que Francisco se juega parte de su credibilidad. También se juega ahí, con el Nuncio Scapolo de por medio (conectado con la 'cordada' de Sodano) una guerra más sutil y más profunda: la del Papa y el Cuerpo diplomático de la Santa Sede, que es el auténtico poder en la Curia y el ámbito curial que sigue sin ser reformado a fondo. La batalla de Scapolo puede ser la primera que gane el Papa en esta guerra.

En cualquier caso, una vez puesta en marcha la maquinaria resarcidora del Vaticano sólo puede concluir con medidas radicales: Renuncia entregada o pedida de Barros y demás obispos encubridores, atención a las víctimas, salida del Nuncio y búsqueda de un sucesor de Ezatti que esté en plena sintonía con Francisco.

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