Impresiones de Sor Lucía Caram en directo, desde el funeral de Francisco "Francisco no solo nos habló. Nos incendió el alma"

Desde la Plaza de San Pedro: despedida y compromiso: No vamos a aflojar. No vamos a abandonar el sueño. Vamos a seguir caminando. Vamos a hacer nuevas todas las cosas
Recé de pie, mirándolo, contemplándolo, sabiendo que no estaba allí, que ya había resucitado. Me tomé mi tiempo. Me quedé muy cerca, trayendo al corazón todos los momentos compartidos: sus gestos, sus palabras, su ternura, su fuerza de padre, de amigo, de defensor incansable
Ayer, a primera hora de la tarde, llegué a Roma. Entré por la puerta del Perugino y pude acercarme a la capilla donde estaba el Papa Francisco. Recé de pie, mirándolo, contemplándolo, sabiendo que no estaba allí, que ya había resucitado. Me tomé mi tiempo. Me quedé muy cerca, trayendo al corazón todos los momentos compartidos: sus gestos, sus palabras, su ternura, su fuerza de padre, de amigo, de defensor incansable.
Es difícil despedir a un padre. Es desgarrador dejar partir a quien nos ha acompañado a abrir caminos de Evangelio, a quien nos ha comprendido cuando otros sólo nos juzgaban. Hoy, en medio de una Roma colmada de peregrinos, lo que yo siento es un inmenso vacío, un dolor silencioso, pero también una gratitud que rebalsa.
Francisco no solo nos habló. Nos incendió el alma.
«Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encierro y comodidad.»
Sus palabras calaron a fuego. Nos empujaron a vivir una fe encarnada, comprometida, audaz.
Yo y mi comunidad nos hemos sentido confirmadas en la fe, en la esperanza y en el amor. Nos sentimos enviadas. Por eso abrimos nuestras puertas, ensanchamos el espacio de nuestra tienda, y clavamos fuerte las estacas, como dice el profeta. Porque Francisco nos lo había enseñado:
«¡Salgan a las periferias! ¡No se queden esperando!»
“Los pobres, los descartados, los que sufren, son la carne de Cristo, son nuestra prioridad, a ellos tenéis que acogerlos”
Sus gestos, su austeridad, su vida de servicio y de compasión nos marcaron un camino claro: el de una Iglesia pobre para los pobres. Una Iglesia sin oropeles, con olor a oveja, con manos heridas de tanto cargar al caído.
«El convento que se cierra pertenece a cuerpo de Cristo, que son los pobres”
Francisco no hablaba de teorías. Francisco vivía como creía.
Mientras rezaba de pie, mirándolo en silencio, no sentí que todo se apagaba. Sentí que algo nuevo nacía. El que nos ha dejado, vive. Vive en la Pascua. Vive en Dios. Y ahora, en este tiempo de dolor y de gracia, le pedimos que nos alcance desde el cielo el mismo Espíritu que lo animó:
«El Espíritu Santo transforma, renueva, crea armonía, empuja a salir, impulsa a anunciar.»
Ese Espíritu que incendió el corazón de Francisco es el que hoy le pedimos que vuelva a soplar con fuerza en nosotros.
Desde esta Plaza de San Pedro, llena y silenciosa, quiero decirle: gracias, Francisco. Gracias, amigo. Gracias, profeta.
No vamos a aflojar. No vamos a abandonar el sueño. Vamos a seguir caminando. Vamos a hacer nuevas todas las cosas.
Francisco vive. Y nos deja la misión de hacer de este mundo un lugar más humano, más fraterno, más parecido al sueño de Dios.
La muerte no tiene la última palabra.

Francisco vive en cada gesto de amor que sembró, en cada herida que curó, en cada puerta que nos enseñó a abrir.
Me quedé mirándolo, no para retenerlo, sino para dejarlo ir sabiendo que su espíritu nos sigue abrazando.
Su ternura, su coraje y su fe nos han marcado para siempre.
Gracias Francisco: Padre, amigo, Pastor. No te decimos adiós, te decimos: seguimos caminando contigo unidos en la Pascua
Regálame un abrazo de eternidad para seguir apostando por la Vida
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