Chirridos vaticanos ¡Santa Sede…!
Con lo que ya sabemos y nos queda por saber, nos chirrían las cortas sílabas de "santa" y de "sede", cuando nos referimos a la Iglesia y a no pocos de sus representantes en sus más altas esferas
Aún con la mejor de las intenciones burocráticas, es preciso y recomendable sugerir que, cuanto antes, lo de “santa” aplicada a “sede” se enrolle y esconda en el arcón de los recuerdos…
Son ya muchas las personas, quienes en el llamado Pueblo de Dios y en sus aledaños, toman conciencia de que, a la luz de los cánones y a la vista de gestos, comportamientos y ciertos adoctrinamientos, muestran serios reparos en seguir llamando santa a la “Santa Sede”, con tranquilidad de conciencia, exactitud y teología, “en el nombre de Dios” y “por los siglos de los siglos”
Con lo que ya sabemos y nos queda por saber, nos chirrían las cortas sílabas de “santa” y de “sede”, cuando nos referimos a la Iglesia y a no pocos de sus representantes en sus más altas esferas.
¿Acaso el solo hecho de tratarse además de un Estado libre e independiente –Estados Vaticanos-, con todas sus consecuencias, no comporta ya y de por sí, tentaciones y situaciones, de parte de sus miembros, de que por naturaleza jamás aspirarán a ser santos, ejemplares y mediadores entre Dios y los hombres?
¿Es que precisamente con la invocación de nombre tan sacrosanto y divino, y sirviéndose de cánones, leyes y normas, algunas de ellas con carácter sacramental, pueden darse por “prescritos” determinados escándalos cometidos por sus “autoridades competentes”, exonerándose de consecuencias tan nefastas para sus víctimas, familiares y el resto del pueblo?
¿Cómo la Santa Sede y quienes dicen y testifican ser sus legítimos y exclusivos representantes “por la gracia de Dios”, pueden reclamar para su actividad y ministerio, la calificación, hasta canonizada, de “referente ético-moral, en el cenit de cualquier horizonte de la existencia y convivencia entre los humanos?
La justificación de multitud de privilegios humanos y divinos, que reclaman para sí, y les fueron y son concedidos, a la institución “por ser Vos quién sois”, además de una ofensa a la colectividad, comporta la profanación de parte importante de la doctrina encarnada en los evangelios de la que la Iglesia vive y pervive.
El repudio de la figura del papa Francisco que fomentan algunos de los representantes más conspicuos -“ilustres y sobresalientes”- de la Santa Sede, con su correspondiente grey y acolitado clerical o laico, se aporta como prueba fehaciente -“digno de fe o que puede creerse de verdad”- de la falta de santidad de la Santa Sede, tal y como se han puesto las cosas, con la providencial ventaja de que hoy se sabe casi todo y es posible su publicación.
Por fin, la Iglesia -Santa Sede- está hoy en vías -itinerante- de ser presentada y representada con fidelidad por el papa Francisco, como en los tiempos más evangélicos de la historia, por lo que cualquiera de los graves obstáculos con los que intenten entorpecer su actividad y ministerio constituye un atentado a la fe y a la religión verdadera.
En la Santa Sede y sus alrededores, bulle en demasía el dinero. Este, por indulgenciados que sean los atuendos con los que lo administren sus racioneros, difícilmente es santo. El dinero es pecado, fruto del pecado o conduce al pecado.
¡Por amor de Dios y de la Iglesia…! No le prodiguen a esta la irreverente intitulación de “Santa Sede”. Todos somos pecadores. También lo es la Iglesia, con inclusión de quienes son porteadores de mitras y báculos, viven en palacios y se asientan en tronos y cátedras…
¡Santa Sede…! En la historia sagrada de los papas, publicada con las debidas licencias eclesiásticas, se refiere con documentación y buenas maneras, que los hijos de los Romanos Pontífices, cardenales, obispos y clérigos ni podían, ni pueden, alcanzar categorías y méritos filiales. A lo que más podían aspirar era, y es, a la de “nepotes”, es decir, sobrinos, con lo que, entre otras cosas, jamás les sería posible ser, ejercer y reclamar los derechos de herederos legítimos.
Como todos los adjetivos, y más los eclesiásticos, el de “santo” o “santa” demanda mayor consideración, objetividad, respeto, reconocimiento y religiosidad por parte del pueblo… Aún con la mejor de las intenciones burocráticas, es preciso y recomendable sugerir que, cuanto antes, lo de “santa” aplicada a “sede” se enrolle y esconda en el arcón de los recuerdos…