"Todavía quedan demasiados cardenales y obispos que sienten nostalgia de los arreos aristocráticos medievales en el vestir, en títulos y en reverencias" Sinodalidad como servicio: Reflexión para el Adviento
"Tenemos por delante posibilidades y retos que nos aportarán fertilidad pastoral en la realidad eclesial, si confrontamos con valor los problemas de fondo. Es todo un proyecto de reforma, desde y con el Pueblo de Dios"
"Hemos de decidirnos a ahondar en la urgencia de conformar una Iglesia servidora, formada por miembros servidores, de arriba abajo y de abajo arriba"
"Nos enfrentamos al reto de la autoridad como servicio, puro y duro, y a la lucha contra los abusos de autoridad por parte de aquellos que, desacertadamente, nominamos como 'Superiores'"
"Nos enfrentamos al reto de la autoridad como servicio, puro y duro, y a la lucha contra los abusos de autoridad por parte de aquellos que, desacertadamente, nominamos como 'Superiores'"
| Manuel Fernández, Sacerdote y Psicólogo
He venido servir, no a ser servido, dijo Jesús (Mateo 20, 28)
Estamos a las puertas del Adviento, un tiempo litúrgico de oración, reflexión y conversión. La asamblea cristiana se prepara a la celebración de la venida del Salvador, al misterio de la Navidad. Lo cristianos nos ufanamos de la venida de ese humilde Niño que se hace, en todo, de nuestra estirpe, y que eligió, contra todo pronóstico religioso, venir entre nosotros a servir, no a ser servido, a estar unidos por el amor, reflejo de su relación amorosa con el Padre.
Ha terminado, en Roma, la primera sesión del Sínodo sobre este tema. Algunos Obispos habían publicado ya sus Conclusiones a nivel diocesano, elaboradas con mayor o menor participación de las parroquias y de los grupos comunitarios. Se han aireado, desde el Vaticano y desde las iglesias locales, mensajes ambiciosos de optimismo pastoral para un futuro inmediato.
Pero, tal vez no hemos llegado al fondo de la cuestión de la Sinodalidad, y que Papa Francisco lleva tiempo proclamando a los cuatro vientos. Tenemos por delante posibilidades y retos que nos aportarán fertilidad pastoral en la realidad eclesial, si confrontamos con valor los problemas de fondo. Es todo un proyecto de reforma, desde y con el Pueblo de Dios.
Aparte de haber tocado, en la Asamblea, temas candentes, como el de la mujer en la Iglesia, el escándalo de los abusos de niños, entre otros, Francisco nos anima a ponernos a la obra de configurar una Iglesia de servicio, no de poder. A este respecto, él mismo recordaba las palabras del Cardenal Martini sobre el riesgo de querer “controlar a Dios”, encerrando su amor en nuestros esquemas. Y proclamó, entre otras recomendaciones: “Debemos luchar contra las idolatrías, que a menudo proceden de la vanagloria personal, como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez de dinero (el diablo está siempre en el bolsillo, no lo olvidemos), y la seducción del carrierismo. Pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad...”.
“Nosotros, fieles cristianos –sermoneaba un sacerdote en su homilía-, debemos rezar para que el Papa y los Obispos lleven a buen puerto el tema de la Sinodalidad y ésta se convierta en una realidad...” Y me pregunto yo: si la Iglesia somos todos los creyentes, ¿cuál es la trampa que emerge de este tipo de expresiones pastorales? Si los anteriores Sínodos eran cosa exclusiva del clero, ¿no tendremos en el inconsciente que las cosas han de seguir igual? ¿No será todo cuestión de meras palabras, de expresiones rimbombantes que dejan las cosas como están?
Por supuesto que las cosas han de hacerse con sentido y con orden; lo contrario podría conducirnos a un caos pastoral improductivo. Mas, hemos de decidirnos a ahondar en la urgencia de conformar una Iglesia servidora, formada por miembros servidores, de arriba abajo y de abajo arriba. De lo contrario, el reto histórico de la Sinodalidad, proclamado por Francisco y por la Asamblea Sinodal, no nos llevará a buen término en la solución de los graves problemas que padece hoy la Iglesia, y que parece que se seguirán agravando en el futuro.
Si los reyes de las naciones, ayer -todavía hoy- se atribuían el privilegio de estar más cerca de la divinidad que sus gentes, me atrevería a afirmar que ese modelo sigue imperando hoy en gran parte de la Iglesia. Se ha cambiado, frecuentemente, el servicio a los hermanos por la acomodaticia expresión de “la gloria de Dios”, realidad, muchas veces, sin contenido evangélico. Es decir, nos enfrentamos al reto de la autoridad como servicio, puro y duro, y a la lucha contra los abusos de autoridad por parte de aquellos que, desacertadamente, nominamos como “Superiores”. ¿Recordando palabras de Papa Francisco, sucederá todo esto por inconsciencia, por vanidad, por deseos de poder, por incompetencia de nuestros líderes?
No entiendo por qué hay eclesiásticos que se escandalizan ante este tipo de planteamientos, cuando el mismo Jesús lo constató -y reprendió- en sus discípulos (“no sabéis de qué espíritu sois…” Lc 9, 55). La actitud razonable sería aquella de analizar y evaluar comportamientos, comparativamente con aquellos que se muestran en los Evangelios. Toda institución humana, por principio, se basa en el ejercicio de la autoridad de un líder -o de un grupo reducido-, y de unos seguidores que acatan sus órdenes y les siguen; en nuestro caso, en nombre de Dios. Interpretando, nuevamente, las palabras de Francisco, algunos intentan emular a los tradicionales “trepas” eclesiásticos hacia las alturas del poder, haciendo “lobbies o cordatas”.
Todavía quedan demasiados cardenales y obispos que sienten nostalgia de los arreos aristocráticos medievales en el vestir, en títulos y en reverencias. No acabo de entender las justificaciones fáciles y frecuentes que les llevan a exhibirse en público -cual novias camino del altar- con sus mejores galas y vestuarios para impresionar a las gentes. En el fondo, no es sino una muestra socio-eclesiástica de poder. ¿Cuántas sotanas, bien planchadas, de tejido excelente, acompañadas de gestos cortesanos podrían entrar también en este tipo de consideraciones mundanas? Y la gran pregunta: ¿dónde queda el espíritu evangélico?
Ahondando en esta línea, he tenido la suerte de palpar la realidad de diversas comunidades y grupos cristianos, a través de no pocos países donde me ha tocado trabajar pastoralmente. Y también he podido constatar frecuentes abusos de autoridad por parte de aquellos que se sienten portavoces de Dios, cosa por demás peligrosa dogmáticamente, y de los que ya avisaba San Pablo a los Corintios. No toca ahora bajar al sucio terreno de los abusos a menores o a Religiosas, aunque no dejaría de tener algo que ver con las malas prácticas de la de autoridad eclesial. Más bien, acerquémonos a lo cotidiano del “aquí, mando yo”, o al común y ladino disfraz de paternalismo, incluido el anecdótico retintín de “hijo mío, lo hago por tu bien”.
No considero prudente ni serio analizar más profundamente las posibilidades fácticas de ser usado este camino, errático desde una perspectiva cristiana, entre Obispos, párrocos, sacerdotes, Provinciales Religiosos/as, líderes, o cualquiera de nosotros. De hecho, no es difícil constatar todo ello cuando se manifiestan actitudes y comportamientos que van por senderos contrarios al Evangelio. Y, si no, reflexionemos, una vez más, sobre las esclarecedoras palabras de Francisco, citadas a los inicios de este artículo.
El reto sinodal está pues servido. No hay duda de que constituirá una buena preparación, a través de estas cuatro semanas de Adviento, a la espera de la venida del Señor. Pienso que podría ser el entrante de una sabrosa y cristiana Cena de Navidad, conmemorando la venida del Salvador, aquel humilde Niño que proclamó a los cuatro vientos: “He venido a servir, no ser servido”.
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