"La nada puede ser transformada en fuego de amor" Teresa de Lisieux: caminando en “la noche de la nada”
"Durante el tiempo pascual se produce un vuelco brutal en el que permanecerá hasta su muerte: se introduce en la noche más absoluta"
"Y así, de golpe, la fe ya no aporta su luz ni da sentido a la noche. Teresa se adentra en una oscuridad total como un muro que impide toda claridad y que durará hasta el final de su vida. Es cierto que la vive con la esperanza de ver la luz, pero en el día a día lo que prevalecen son las tinieblas"
"Teresa empieza a descubrir que es posible amar y encontrarse con Dios en la nada porque esa oscuridad o silencio también ha sido -y está siendo- visitada por El"
"¡Gracias Jean-François Six por haber recuperado esta supremacía de la bondad, también presente en los escritos autógrafos -y no maquillados- de Teresa de Lisieux!"
"Teresa empieza a descubrir que es posible amar y encontrarse con Dios en la nada porque esa oscuridad o silencio también ha sido -y está siendo- visitada por El"
"¡Gracias Jean-François Six por haber recuperado esta supremacía de la bondad, también presente en los escritos autógrafos -y no maquillados- de Teresa de Lisieux!"
| Jesús Martínez Gordo teólogo
Es conocido que hay dos Teresas de Lisieux: la primera, la maquillada por sus hermanas (particularmente por Inés), y la segunda, recuperada, entre otros, por Jean-François Six a partir de la publicación de sus escritos autógrafos1.
1.- Una fe sin dudas y fuente de felicidad
Hasta la Pascua de 1896 Teresa goza de una fe viva y clara en la que el pensamiento de la eterna comunión del cielo constituía toda su felicidad. “¡Qué transparente y ligero – confesará - era el velo que escondía a Jesús de nuestras miradas!”.
Esta fe le durará hasta la noche del jueves al viernes santo de aquel año, es decir, del 2 al 3 de abril, fecha en la que tuvo un vómito de sangre que se repitió a la noche siguiente. Teresa acababa de cumplir 23 años en enero.
Los vómitos no la asustan, a pesar de que le indican que, tal vez, vaya a morir, lo que es su aspiración: “Tuve el consuelo de pasar el Viernes Santo según mis deseos. Nunca me habían parecido tan deliciosas las austeridades del Carmelo; la esperanza de ir al cielo me volvía loca de contento. Llegada la noche de aquel venturoso día, llegó también la hora de acostarse, pero, como la noche anterior, Jesús me dio la misma señal de que mi entrada en la vida eterna no estaba lejos”.
2.- “La noche de la nada”
Durante el tiempo pascual se produce un vuelco brutal en el que permanecerá hasta su muerte: se introduce en la noche más absoluta en la que el pensamiento del cielo, reconfortante hasta entonces, se convierte en un “motivo de combate y de tormento” al entrar en una experiencia profunda de la increencia: “Jesús -dirá- me hizo comprender que hay verdaderamente almas sin fe”, es decir, que existen personas que optan, con conocimiento de causa, desde una total libertad, por el rechazo de Dios.
En esto consiste lo que ella llamará la “prueba interior” que le “roba todo goce”. “Esto no es ya un velo para mí, es un muro que se alza hasta los cielos y cubre el firmamento estrellado”.
Incluso llegará a confesar: “las brumas que me rodean se hacen más densas, penetran mi alma y la envuelven de tal suerte, que ya no me es posible encontrar en ella la imagen dulcísima de mi patria. ¡Todo ha desaparecido¡”. Y “cuando quiero que mi corazón, fatigado por las tinieblas que lo cercan, descanse en el recuerdo del país luminoso al que aspira, mi tormento se redobla”.
Es así como irrumpe la opacidad más completa y como todas las luces se desvanecen quedando tan solo “el recuerdo del país luminoso”, la evocación de una fe antes clara y que ahora se ha trocado en noche y desnudez radical.
La dureza de la “prueba” la describe Teresa en otra ocasión con la ayuda de los siguientes términos: “Me parece que las tinieblas, apropiándose la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: ‘Sueñas con la luz, con una patria aromada de los más suaves perfumes. Sueñas con la posesión eterna del Creador de todas las maravillas. Crees poder salir un día de las brumas que te rodean. ¡Adelante! ¡Adelante! Gózate de la muerte que te dará no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada’”. Teresa se detiene en este punto y comenta: “No quiero extenderme más, temería blasfemar... Hasta tengo miedo de haber dicho demasiado...”.
Y así, de golpe, la fe ya no aporta su luz ni da sentido a la noche. Teresa se adentra en una oscuridad total como un muro que impide toda claridad y que durará hasta el final de su vida. Es cierto que la vive con la esperanza de ver la luz, pero en el día a día lo que prevalecen son las tinieblas. Quiere creer y espera en Jesús, pero ya no le ve.
3.- El intercambio entre la verdad y la bondad
Sin embargo, hay un punto de inflexión en esta oscura tiniebla.
Es cuando Teresa empieza a descubrir que es posible amar y encontrarse con Dios en la nada porque esa oscuridad o silencio también ha sido -y está siendo- visitada por El.
La nada puede ser transformada en fuego de amor. “Para que el Amor quede plenamente satisfecho, es necesario -afirma- que se abaje, que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada...”. Y es así como también descubre que al vertiginoso abismo de la nada corresponde la sima del Amor en lo dicho, hecho y encomendado por Jesús.
Como consecuencia de ello se asiste al desprendimiento de una fe que quiere evidencias y que sólo está movida por el deseo de ver y a la aparición de otra que no consiste tanto en verlo todo y en atravesarlo todo, sino en amar; sobre todo, en la noche.
4.- Y, finalmente, el primado de la bondad
Una fe, por tanto, que no se agosta por no ver, sino que, precisamente porque no ve, se hace más deseosa de “ejercitarse en el amor” como recuerda, citando a Juan de la Cruz y que visualiza el texto bíblico que transcribe en una libreta el otoño de 1896: “Si das al hambriento tu pan y sacias el apetito del oprimido, brillará en las tinieblas tu luz, y tus sombras se harán un mediodía” (Is. 58, 10).
El testimonio de Teresa de Lisieux muestra que el “jesu-cristiano”, amando a los últimos (con los que se identifica el Nazareno), está en la verdad definitiva, es decir, en relación con Dios; aunque sea en medio de la oscuridad racional y en la ausencia de su experiencia, supuestamente directa, en lo más íntimo de uno mismo.
¡Gracias Jean-François Six por haber recuperado esta supremacía de la bondad, también presente en los escritos autógrafos -y no maquillados- de Teresa de Lisieux!
1 J.-F. SIX, “Una luz en la noche. Los 18 últimos meses de Teresa de Lisieux”, Madrid, 1996. Los interesados en los detalles, bibliografía y ampliación de este asunto pueden consultar: J. MARTÍNEZ GORDO, “La veta agnóstica del cristianismo” en LUMEN 53 (2004 125-167