Sor Lucía evoca, desde el frente de guerra, los tres años de la invasión de Putin Ucrania, la soledad de la resistencia y el espejo de una Europa huérfana de líderes y referentes

Sor Lucia en Ucrania
Sor Lucia en Ucrania

"No es solo una guerra territorial, no es solo un conflicto entre dos naciones: es una lucha por la dignidad, por el derecho a existir sin que una bota extranjera aplaste la identidad de un pueblo"

"Pero, ¿desde cuándo la paz se logra a costa de sacrificar la libertad, lultrajar la dignidad y la claudicación de la justicia? ¿Desde cuándo se negocia con quien no busca acuerdos, sino anexiones y negocios propios?"

En las calles heladas de Ucrania, donde el frío cala hasta los huesos, la desolación convive con una esperanza obstinada, una llama que se niega a extinguirse. No es solo una guerra territorial, no es solo un conflicto entre dos naciones: es una lucha por la dignidad, por el derecho a existir sin que una bota extranjera aplaste la identidad de un pueblo.

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Pero hay otro enemigo que, aunque invisible, es igual de despiadado: la propaganda. No basta con los misiles rusos ni con las ciudades que han arrasado y destruido; ahora, al aparato de desinformación de Putin se suman las voces de poderosos aliados mediáticos como Donald Trump y Elon Musk. Desde sus tribunas, disfrazan la sumisión de “paz” y acusan a las víctimas de ser las causantes de su propio sufrimiento. Es la vieja estrategia del agresor: confundir, dividir, sembrar dudas. Mientras en Ucrania mueren inocentes, fuera de sus fronteras circulan las mentiras que pretenden justificar lo injustificable.

El mensaje es claro: capitulen, cedan, acepten las condiciones del opresor porque, al fin y al cabo, “es la única salida razonable”. Pero, ¿desde cuándo la paz se logra a costa de sacrificar la libertad, lultrajar la dignidad y la claudicación de la justicia? ¿Desde cuándo se negocia con quien no busca acuerdos, sino anexiones y negocios propios? Decirle a un pueblo invadido que debe rendirse para acabar con su sufrimiento es como decirle a una persona golpeada que deje de resistirse para que su agresor “se calme”. Es inmoral, inhumano y cruel.

La soledad de los valientes

Cada día, la sensación de abandono crece entre los ucranianos. Miran alrededor y ven cómo, poco a poco, algunas voces en Europa empiezan a titubear, a hablar de “fatiga bélica”, a sugerir que quizá es momento de encontrar un “punto medio”. Pero ¿qué punto medio puede haber entre la libertad y la opresión? ¿Entre la vida y la muerte? ¡Entre rendirte al invasor asesino y aceptar vivir bajo su yugo o defender la vida de un pueblo que tiene derecho a vivir en paz y libertad.

¿Qué punto medio puede haber entre la libertad y la opresión? ¿Entre la vida y la muerte? ¡Entre rendirte al invasor asesino y aceptar vivir bajo su yugo o defender la vida de un pueblo que tiene derecho a vivir en paz y libertad

El peligro de este cansancio colectivo no solo amenaza a Ucrania, sino a todo el continente. Creer que la violencia de un dictador puede ser contenida con concesiones es una ilusión peligrosa. La historia europea está marcada por los desastres que nacen cuando las democracias permiten que el miedo les dicte sus decisiones. La pasividad de hoy puede convertirse en la tragedia de mañana.

Porque este conflicto no es solo sobre Ucrania. Es un espejo en el que Europa debería mirarse: si hoy dejamos que Putin doblegue a un pueblo soberano, ¿qué nos hace pensar que no lo intentará con otros? ¿Qué mensaje estamos enviando a futuros tiranos?

El deber ético de no mirar hacia otro lado

Hay algo profundamente ético en la resistencia ucraniana. No luchan solo por su tierra, sino por el derecho a decidir su destino, a hablar su lengua, a vivir sin miedo a que una sirena antiaérea marque el final de su día. Y esa resistencia no puede estar sola.

Es fácil caer en la tentación de pensar que esto no nos concierne directamente, que es un problema “lejano”. Pero la indiferencia también es una postura moral. Callar, desentenderse, mirar hacia otro lado cuando un pueblo está siendo masacrado es tomar partido, aunque sea desde la omisión.

La pregunta, entonces, no es si debemos ayudar, sino cómo:

• Desarmando la propaganda: Cada uno tiene la responsabilidad de combatir la desinformación, de no dar espacio a las mentiras que blanquean la agresión rusa. La verdad es un arma poderosa.

• Exigiendo acción a nuestros gobiernos: El apoyo militar, humanitario y económico no es caridad, es un acto de justicia. La presión ciudadana cuenta, porque los políticos miden sus pasos según la voz de sus votantes.

• Apoyando a las víctimas: Hay formas concretas de ayudar, desde donaciones a organizaciones sobre el terreno hasta la difusión de voces ucranianas que narran lo que está pasando sin filtros propagandísticos.

Ayuda humanitaria para Ucrania
Ayuda humanitaria para Ucrania

Despertar antes de que sea tarde

El peligro no está solo en los frentes de batalla. Está en las mentes confundidas por bulos, en los líderes que dudan, en las sociedades que prefieren el silencio antes que la incomodidad de tomar partido. Si permitimos que el desánimo y la desinformación ganen, Ucrania no será el único pueblo arrodillado: será solo el primero.

La resistencia ucraniana nos recuerda que la libertad siempre tiene un precio. La pregunta es si nosotros, como europeos, estamos dispuestos a pagarlo o si preferimos la peligrosa comodidad de mirar hacia otro lado hasta que el problema nos alcance a la puerta de casa.

No es solo una guerra de Ucrania. Es una prueba de nuestra propia conciencia colectiva. La historia está escribiéndose ahora mismo, y cada uno de nosotros decidirá, con sus palabras y sus silencios, de qué lado quedará cuando se relea en el futuro.

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