"Solo hace falta que al otro lado haya una persona que, con corazón humano, la escuche y acoja" No fue una bronca: Fue una súplica
Marian Budde: "No me arrepiento de lo que le dije al presidente Trump. Es la palabra que tenía que decir tanto al pueblo como al presidente y es la que les ofrecí y, en particular, a él: tenga misericordia con los migrantes, gays, lesbianas y transexuales"
"Para ser una súplica -y lo es- está muy bien formulada, mejor argumentada y es indudablemente respetuosa"
| Jesús Martínez Gordo teólogo
Es lo que ha dicho la obispa episcopaliana, Mariann Edgar Budde, en una entrevista que -en español- se puede escuchar y ver en TikTok y que me permito reconstruir: no me arrepiento de lo que le dije al presidente Trump. Es la palabra que tenía que decir tanto al pueblo como al presidente y es la que les ofrecí y, en particular, a él: tenga misericordia con los migrantes, gays, lesbianas y transexuales. Mi intervención en el oficio religioso -prosigue- no fue una regañina o una bronca, sino una petición, una súplica en nombre de la gente más necesitada de nuestro país. En mis palabras no hubo ninguna falta de respeto al presidente. Reconocí que habia ganado las elecciones y que había muchas personas que le habían votado, incluidos los hispanos. Pero sí, es cierto -dijo en otro momento- que le percibí un poco frio e incómodo.
Ante el mensaje de Trump en las redes acusándola de ser una “odiadora de la línea dura de la izquierda radical”, de que “habló en un tono repugnante que no fue ni convincente ni inteligente” y de que, además, el servicio religioso fue “aburrido y no inspirador”, respondió que “esa era su opinión”. ¿La han amenazado? Le pregunta, seguidamente, la entrevistadora. “Sí, un poquito. De momento, debo tener cuidado”, pero son más las adhesiones que las amenazas. Y, a pesar de estas últimas, no son tiempos para estar en silencio”.
En un sistema democrático, continúa, seguimos teniendo la responsabilidad de decir “no” porque hay principios y valores morales que se deben respetar. En concreto, sabemos que hay personas y colectivos que están -y no para bien- en el foco de atención de la administración Trump. Pues bien, me parece necesario decirles que también somos muchas las personas que estamos con ellos, apoyándolas y haciendo todo lo que sea de nuestra parte: sencillamente, porque ellos también son parte de este país.
En la homilía del 21 de enero, Mariann Edgar Budde le había dicho al presidente Trump y a todo el mundo que quisiera escucharla que “Jesús se había desvivido por acoger a quienes su sociedad consideraba parias” y que, según las Escrituras -tan importantes, al parecer, para el presidente Trump- a Dios le importa más lo que hacemos y las consecuencias de nuestros actos “que las palabras que rezamos”.
Es cierto -prosiguió- que en toda contienda democrática hay perdedores y ganadores. Como también lo es que no todas las esperanzas y sueños particulares “pueden hacerse realidad en una determinada sesión legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generación”. Pero es, igualmente cierto, que “para algunos, la pérdida de sus esperanzas y sueños será mucho más que una derrota política: será una pérdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida”. Y esto último es particularmente preocupante en un país como el nuestro en el que “se ha normalizado la cultura del desprecio” amenazando con destruir nuestra unidad.
Por ello, prosiguió la obispa episcopaliana, permítanme sugerirles tres puntos fundamentales en los que se basa la unidad de este país. El primero, es “honrar la dignidad inherente a todo ser humano”. Ese fundamento nos lleva, en concreto, a rechazar “descartarnos, burlar o demonizar a aquellos con los que discrepamos, optando en su lugar por debatir respetuosamente nuestras diferencias y, siempre que sea posible, buscar un terreno común”.
El segundo punto fundamental de la unidad es “la honestidad”, en particular, con la verdad. Es cierto que “no siempre sabemos dónde está la verdad”, pero también lo es que cuando la conocemos nos corresponde decirla, incluso cuando, especialmente, nos cuesta”. Y, finalmente, la humildad porque todos somos seres humanos falibles, “cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos”. Y también porque “quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos, sin dejar lugar alguno a las dudas, de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados”.
Y para acabar, permítame, señor presidente, un ruego: “Millones de personas han depositado su confianza en usted y, como dijo ayer a la nación, ha sentido la mano providencial de un Dios amoroso. En nombre de nuestro Dios, le pido que se apiade de las personas de nuestro país que ahora tienen miedo. Hay niños gays, lesbianas y transexuales en familias demócratas, republicanas e independientes, algunos de los cuales temen por sus vidas. Y las personas que recogen nuestras cosechas, limpian nuestros edificios de oficinas, trabajan en granjas avícolas y plantas de envasado de carne, lavan los platos después de comer en los restaurantes y trabajan en los turnos de noche en los hospitales: puede que no sean ciudadanos o no tengan la documentación adecuada, pero la gran mayoría de los inmigrantes no son delincuentes. Pagan impuestos y son buenos vecinos. Son fieles miembros de nuestras iglesias, mezquitas, sinagogas, viharas y templos”.
Y poco antes de finalizar su homilía, le formulaba la última de las peticiones en estos términos: “le pido que tenga piedad, señor presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí. Nuestro Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra”.
Pues, la verdad, para ser una súplica -y lo es- está muy bien formulada, mejor argumentada y es indudablemente respetuosa. Solo hace falta que al otro lado haya una persona que, con corazón humano, la escuche y acoja. Por lo visto hasta el momento, parece que no lo va a haber, pero eso no restará ni un ápice a la calidad humana y cristiana del texto y de su autora. Al revés.
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