"Durante los carnavales, los grandes son los últimos y los pequeños los primeros" "Todos los carnavales, el mismo carnaval: expresión de la locura y el delirio sociales que permanecen ocultos"
"El carnaval tal vez sea la continuidad de una serie de ritos en recuerdo de los antepasados, de ceremonias funerarias, de las que guarda memoria la Ilíada y la Odisea"
"El carnaval es una reivindicación de todos aquellos que, por una razón u otra, se sentían víctimas de exclusión social"
"Las prácticas de inversión someten a sacerdotes, al papa, a los gobernantes a prácticas humillantes para ellos. Se puede decir que las relaciones de autoridad se invierten"
"El carnaval nos libera de los dioses que tenemos que respetar, de las leyes que tenemos que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que tenemos que practicar todos los días"
"Las prácticas de inversión someten a sacerdotes, al papa, a los gobernantes a prácticas humillantes para ellos. Se puede decir que las relaciones de autoridad se invierten"
"El carnaval nos libera de los dioses que tenemos que respetar, de las leyes que tenemos que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que tenemos que practicar todos los días"
| Manuel Mandianes antropólogo del CSIC y escritor
El carnaval tal vez sea la continuidad de una serie de ritos en recuerdo de los antepasados, de ceremonias funerarias, de las que guarda memoria la Ilíada y la Odisea. Todo enmascarado, por definición, es un ser que vuelve del otro mundo. Nadie, a no ser ellos, podría disfrutar de la libertad que disfrutaron y siguen disfrutando los enmascarados. Los muertos no se sienten afectados por una serie de normas que regulan la convivencia de los vivos; por esta razón aquellos disfrutan de muchas libertades que a éstos se les niegan. Los del otro mundo, que viven alejados de los urbanitas de este mundo, invaden el espacio urbano durante los días de carnaval.
El hombre celebra el carnaval desde que es hombre. El carnaval era, y aún conserva mucho de ello, un rito funerario. Los enmascarados disfrutan de todas las libertades del mundo, pueden ir más allá de los límites espaciales y temporales, saltarse las normas morales, sin que nadie tenga derecho a recriminarles nada ni llamarles la atención. Esta libertad sólo la pueden disfrutar los que vienen del otro mundo. Todo enmascarado es, por definición, un habitante del otro mundo que vuelve. Los días de carnaval, los habitantes del otro mundo invaden el espacio urbano habitado por los de este mundo. Éstos son vivos. Todas los habitantes del otro mundo que vienen a visitarnos son seres anónimos salvo muy raras excepciones.
Y tiene lugar en un momento preciso del calendario, determinado por la situación de la luna. El carnaval es, por definición, la última luna nueva de invierno. El 2 de febrero es el día en que, según la tradición europea, el oso sale de su madriguera para observar la luna. Si es luna llena, el carnaval no tendrá lugar hasta cuarenta días más tarde. El carnaval anuncia el final de los rigores del invierno y el estallido de la primavera. Por eso cambiar de celebración del carnaval sólo puede tener sentido por la pérdida de sentido del carnaval.
Hacía el 15 de febrero se celebraban las lupercales en honor de Lupercio, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales de Roma. Después de ser manchados con la sangre del macho cabrío sacrificado en la cueva de Lupercio y limpiados con un vellón de lana, los lupercos, seres muertos resucitados, volvían del otro mundo: salían a correr desnudos alrededor del Palatino, cargados de símbolos mágicos. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los carnavales.
El carnaval es una reivindicación de todos aquellos que, por una razón u otra, se sentían víctimas de exclusión social. Los ritos carnavalescos pasan por encima de la realidad. Mirado desde la lógica del estatus quo, el carnaval es una representación incoherente y absurda del mundo que aporta soluciones ineficaces pero lógicas y coherentes desde el punto de vista del subversivo. Las mascaradas que ahora llaman cortejos y desfiles, marcan la ruptura con la vida cotidiana y tal vez en el mundo sagrado de la fiesta.
Las prácticas de inversión someten a sacerdotes, al papa, a los gobernantes a prácticas humillantes para ellos. Se puede decir que las relaciones de autoridad se invierten, los que mandan obedecen y los que obedecen mandan; los grandes son los últimos y los pequeños los primeros. Los ritos de inversión indican que el periodo es de plena transición entre estaciones, el final del invierno, corte esencial en una cultura agrícola. Porque el carnaval siempre fue una ceremonia puerta de salida y de entrada. El testamento del carnaval, elemento integrante de la celebración, tal vez es un resto del antiguo teatro de carnaval. Todo el mundo lo espera con gran expectativa: es como el resumen de la vida social del pueblo. Nadie escapa a la sagacidad del bardo.
El reconocimiento de la existencia de carnavales, a veces diferentes hasta irreconocibles como tales si se comparan entre sí, no significa ni oposición irreducible ni equivalencia sino pluralidad muy de acuerdo con la posmodernidad. En nuestros días, el carnaval ha vuelto con tanta fuerza gracias al estado de emergencia de los individuos y de la sociedad, y a las nuevas categorías diferentes de las aristotélicas que constituyen un nuevo saber. Cuando los ritos que eran puntos de referencia dejan de ejercer como tales, los grupos se inventan. Hoy la cultura no se desarrolla por la asunción e integración de una herencia sino por una autocreación existencial que remplaza a la trasmitida por los antepasados.
A la manera de expresar estos contenidos, a las máscaras, a los vestidos se van adhiriendo circunstancias, modas contemporáneas, del momento y tradiciones locales que cada día duran menos por la movilidad y fluidez de las costumbres en una sociedad líquida como la nuestra. En la actualidad se cruzan y conviven diferentes sistemas de valores en las calles por donde se pasean los enmascarados que parecen imposibilitar una única interpretación del carnaval. Hoy el carnaval es como una manera de crear un sujeto colectivo compuesto de miles de individuos sin nombre e irresponsables de sus acciones, la búsqueda de placer sin límites, pero guarda elementos que solucionan el problema de la continuidad con su significado original.
El carnaval no reconoce los límites naturales del mundo griego cuyo traspaso era la hybris, ni tampoco los límites del mundo cristiano cuyos límites estaban definidos por los mandamientos y saltárselos era pecado. Lo que queda como fondo es la desmesura. Miles de participantes se parecen más a los miembros de una tribu de antepasados en la sabana africana que un grupo de gente de nuestros días. El carnaval rompe con las formas típicas de la vida social, con los hábitos cotidianos que identifican al grupo y al individuo que se disuelve en el acontecer colectivo, y se olvida del mundo; supera sus propios límites para fundirse con la naturaleza; al mismo tiempo, es, de alguna manera, la organización del caos.
El carnaval nos libera de los dioses que tenemos que respetar, de las leyes que tenemos que cumplir, de las virtudes y de los protocolos que tenemos que practicar todos los días. El amor y la embriaguez eliminan los límites con los otros individuos. La disolución de la conciencia individual causa placer porque destruye las barreras y los límites que la persona siente en la vida cotidiana. Todo lo que es profundo ama la máscara que es una respuesta a la experiencia de lo elemental. Muchos me han confesado que la conciencia se estremece al despertar de ese sopor y añora el volver a la inconsciencia de las tendencias naturales.
El carnaval es la personificación de esa fuerza desconocida, que no tiene nombre, la expresión de un deseo sin límite, un universo sin reglas anterior a la conciencia y a la capacidad de arbitrio. Lo luminoso de que hablan algunos teólogos, invisible inasequible. El carnaval expresa, canaliza, vehicula esa fuerza, ese abismo, al mismo tiempo que protege de ella en la medida en que la exterioriza. Sirve sobre todo, de pretexto y desahogo a lo irracional, de regresión del individuo a su condición de parte de la tribu, de pieza gregaria en la que, amparado en el anonimato cálido de la tribuna, da rienda suelta a sus instintos. “En el interior de la masa reina la igualdad”, dice Canetti. El hombre masa es la cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que repite en sí un tipo genérico, “es el hombre cuya vida carece de proyectos y a la deriva” pero se siente perfecto, piensa Ortega.
Las emociones son el principal factor de explicación del carnaval como el de otros muchos movimientos actuales. El carnaval es la expresión de la locura y el delirio sociales que permanecen ocultos. El miedo, la angustia y el terror se espiritualizan y se exorcizan de tal manera que no necesitan otra expresión. El carnaval da rienda suelta a las represiones, es la expresión del miedo a algo sin límites bien definidos. Los monstruos y las figuras representan y banalizan lo siniestro lo amenazante de la vida cotidiana. Los monstruos y los zombis que pueblan las pantallas de los cines y la televisión son un carnaval y el carnaval es como una película de monstruos.