Navegaba Benedicto XVI, con apariencia de novio tímido En carroza náutica hacia Santa María de la Salud

(Ángel Aznarez, notario).- "La Luz aquí, en Venecia, en verdad es de una potencia mágica y, con el debido respeto a Tiziano, el Veronés y Tintoretto, artista más grande que los tres juntos". (Del esteta Henry James en Italian Hours).  La mañana del domingo 8 de mayo fue, en el veneciano Parco San Giuliano, de brillo y luz con colores de oros y soles.

Luz, junto al Altar, con decoración de dorados mosaicos; luz en los cálices y copones colocados en la gran Mesa; luz por miles de gorras y viseras amarillas para esconder los fieles allí congregados sus cabezas al Astro Rey; y luz en oídos por músicas de orquesta y coros, y por la homilía papal para la esperanza y confianza. El cielo infinito quiso estar presente, sin nubes o estorbos, con su azul como pintura de Canaletto o como lapislázuli del Nilo de los faraones y de sus herederos, los coptos o egipcios.

La liturgia de la Santa Misa pudo ser sobresaliente, pero quedó en sólo notable por lo que, lamentablemente, es frecuente y que explicaremos a continuación. "Cuidado en las celebraciones eucarísticas" demandó horas después a los venecianos el mismo Benedicto XVI. Y lo explicamos ya: en el momento mas sagrado y sacramental (del Pan y del Vino) de la Misa, que son el de la Consagración y el de la Elevación -momento que, por ser muy sagrado, está fuera del tiempo-, el Papa, en el gesto litúrgico de la Elevación, muestra ostensiblemente en la muñeca de su brazo izquierda un reloj con correas negras, objeto muy ordinario y de lo humano efímero, que distrae mucho al contemplar, elevados, el pan y el vino, ya Cuerpo y Sangre.

Se sugiere, ahora y desde aquí al Maestro de Ceremonias de las Celebraciones litúrgicas del Papa, la siguiente alternativa: o bien que el Sumo Pontífice quite el reloj -que no lo precisa-, antes de la Misa, o bien que se sustituyan en el aparato de relojería las correas negras por otras blancas. Y es que a los sentidos, el de la vista incluido, a los que tanto tienta el maligno, no se les debe facilitar el extravio.

Del Jefe de los ceremonieros pontificios, el Maestro Guido Marini, genovés y no salesiano (lo más salesiano son sus gafas, parecidas a las de su Eminencia Bertone), sólo escribiré cosas buenas, pues lo hace muy bien. ¡Sí, sí, me gusta más que el anterior, también Marini (Pietro), ya Excelentísimo y Reverendísimo -y que Dios me perdone y, sobre todo, a él, a don Guido, que le saetearán por envidias-! Monseñor Guido, además, tiene ojos de místico y manos de ángel.

Ojos de místico, aunque con mirada de miope, lo cual es problema sencillo para el oftalmólogo pontificio. Manos de ángel que lo demuestra al ayudar al Papa a subir escaleras; realmente es como si al Papa lo ascendiera su custodio angelical --pronto su Santidad necesitará el otro bastón, el de madera, lo que le provoca tristeza, tal como resulta al verle los "ojillos", a veces muy tristes--.

El trabajo de don Guido es muy complicado, pues pretender alcanzar la perfección en lo litúrgico es cortejar con galanura a la neurosis. Ya escribimos hace años que el anterior Maestro (Arzobispo Piero Marini) mostraba en público tics de sospecha al tocar y retocar, como con ansiedad, el pectoral colgante. Monseñor Marini (don Guido), sentado en las ceremonias, con las palmas de las manos sobre las rodillas y con los flecos de su fajín de monseñor pendientes de su pierna izquierda, por rigidez corporal, recuerda a la estatuilla del "escriba sentado" de faraón del Imperio Antiguo, de hace muchos miles de años antes de Cristo.

Benedicto XVI regresó del Parque a la Sereníssima en un motoscafo por el Canalazzo, con saludos de los Gondolieri al modo habitual, con los remos en alto, que parecían un ciempiés gigante con las patas arriba. El Papa, vestido con sotana blanca, con muceta de damasco blanco con orla de armiño, con estola blanca y pectoral de oro, pronunció un discurso a la Asamblea para la Clausura de la Visita Pastoral Diocesana. Escuchamos con tranquilidad su interesante alocución, pero movimos la silla al oír: Ma Zaccheo, seppure ricco e potente, è piccolo di statura. Perció corre avanti, sale su un albero, un sicomoro ("Pero Zaqueo, aun siendo rico y poderoso, es bajo de estatura. Por eso corre y sube a un árbol, a un sicomoro").

Nada de extraño es que ricos y poderosos sean escasos de estatura, tal como pudiera deducirse del texto papal. Este escritor de escrituras, que, en la vida civil, trata y contrata con ricos y poderosos -algunos peligrosos- constata que bastantes son piccoli, muy piccoli, si bien ignora si se suben a los árboles. Es incluso normal, según la Psicología de profundis, que algunos se hagan ricos y poderosos, precisamente, porque son de bajura y no de altura. Fuimos a San Lucas (19.1-4), y en su griego precioso, comprobamos más precisión, pues el Evangelista no relaciona al rico (ploúsios) con la estatura (mikrós).

Las palabras de mi bendito Benedicto tuvieron el precedente de las pronunciadas, con la pasión habitual, por el cardenal-patriarca Angelo Scola, al que seguimos con interés desde hace años, pues leemos de él y le escuchamos todo lo que podemos. Se le escuchó el 15 de septiembre de 2004, en la vecina isla de San Giorgio Maggiore, con ocasión de un interesante debate de Ciencia Política (iniciativa de la Fundación Giorgio Cini), en la que el Cardenal hizo una importante introducción. Hace meses se le volvió a oír en el anfiteatro del Colegio de los Bernardinos, en Paris. Ser el señor Cardenal prójimo de "Comunión y Liberación" no debería ser inconveniente para otros destinos en Roma; sí en Roma y no en Milán.

Para rechazar inconvenientes, se debería tener en cuenta que don Luigi Giussani, aunque no es aún Venerable, en la tarde fúnebre del 14 de febrero de 2005, hizo algo como de "milagro" (entrecomillado). Con eso relacionado, hacemos una pregunta de respuesta fácil: ¿Quién fue el que pronunció esa tarde, subido al púlpito del Duomo milanés, el Sermón u Oración fúnebre impresionante, sin leer, estando allí, don Giussani insepulto, y que tanto "cantó", a pocos días de la muerte de Juan Pablo II? --sobre esto ya escribimos el 16 de abril de 2005 en El Comercio ("Ante el Cónclave") y el 19 de abril de 2005 en La Nueva España ("El gran elector: monseñor Ratzinger"); la elección papal se produjo en la tarde del mismo día 19).

Y de las alturas "escatológicas", descendamos a las aguas de la Laguna veneciana, por las que, en el ya crepúsculo dominical, en góndola blanca, aunque parecía carroza, navegaba Benedicto XVI, con apariencia de novio tímido, de blanco, camino del desposorio. Dado que los venecianos gustan de nombres fuertes, como de madrastra vengativa, a la góndola o carroza papal la nombran la Dogaressa, de la misma manera que llaman a la campana grande del campanile que mira a la Piazza y Piazzeta la Marangona, que redobla en LA.

El Papa, ya en el interior de la basílica de Santa María de la Salud, a los representantes del mundo de la cultura, del arte y de la economía de Venecia, pronunció otro magnífico discurso, para el que se sirvió de tres palabras, de riqueza metafórica: el agua, la salud y la Serenissima (en la referencia a ésta, Su Santidad utilizó conceptos de nuestra especialidad, de Teología política, muy interesantes, y que le habremos de citar en el libro que leerá en el Cielo).

En el texto leído, creímos ver, además de la mano del Papa, la pluma de su Eminencia Gianfranco Ravasi, cuya cabeza, por fuera, no admite adornos de peluquería por escasez capilar, pero que, por dentro, es de mucha sustancia -"en las grandes autopistas, se escribió, nunca crece la hierba"--. El nombre y apellido del Presidente del Consejo Pontificio para la Cultura fue oído en voz del Papa, en la Capilla Sixtina, la mañana artística e importante del 21 de noviembre de 2009.

Desde esa fecha, tenemos en el observatorio a monseñor Gianfranco, y ahora, este modesto escritor, con humildad, se atreve a opinar, en un unión de otros, que su Reverendísima es de mucha necesidad, para el presente y para el futuro, allí donde está, y, por supuesto, no más al Norte o tierra de lombardos. Vimos contento a Su Reverendísima Ravasi, hace unos días, en la catedral Notre-Dame con ocasión del Parvis des gentils.

En el discurso del Papa notamos y anotamos una ausencia: no hubo referencia a lo que ocurrió horas antes, en la noche del sábado, en Egipto, con :doce muertos, cientos de heridos e iglesias incendiadas en los enfrentamientos entre coptos y musulmanes. La ausencia la notamos más encontrándonos en "el puente entre Oriente y Occidente".

Y llegamos ya al incidente anunciado: Que, en una convocatoria al mundo de la cultura veneciana, no se invitara "de primeras", luego se trató de subsanar el error, a Amos Luzzatto, puede resultar incomprensible para los que no conocen las torpezas del Vaticano, cometidas en los últimos años y relacionadas con los judíos (ya escribimos aquí sobre ello en noviembre de 2010).

Es verdad que la comunidad hebrea de Venecia, con razón, en los últimos años, ha sido muy contestataria respecto a decisiones adoptadas en Roma; pero también es verdad la categoría intelectual, indiscutida, de Luzzatto (no bastó tratar de subsanar a posteriori la torpeza, haciendo danzar a obispos, cuales Romeos tras la Julieta y con cita en el discurso papal). Así mismo es verdad que Venecia, sin los judíos, queda amputada: por el importante e histórico Ghetto y porque en la Serenissima nació la judeofobia en su facción y ficción económicas, del judío muy avaro y pérfido, a causa de Shylock, protagonista de El Mercader de Venecia.

Terminamos ya este serial, con forma de artículos y con puntas de tridente, queridos todos de bondad, con alguna maldad, bien intencionada y exigencia de la libertad. Y terminamos al igual que comenzamos: "Pax tibi, Marce, evangelista meus. Hic requiescet corpus tuum".

FIN Y POR FIN

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