Francisco y la teología del llanto Las lágrimas de Dios. Una lectura de Semana Santa
"El 8 de diciembre pasado, el Papa conmocionó a todo el mundo con un gesto tan humano como es llorar en público, mostrando su humildad y humanidad"
"En el Jubileo de mayo de 2016, en el Año Santo de la Misericordia, Francisco concibió sus tres años de pontificado desde el papel crucial de la acción de llorar. ¿Por qué? Porque ponemos en funcionamiento la consolación y la esperanza. Ésta es la clave para sanar ante la indiferencia y el egoísmo"
"Francisco quiso en ese año mostrar una teología del llanto como una de las claves de su mandato petrino: 'Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón'"
"Tenemos el camino de la cruz que desemboca en la esperanza de una renovación radical de lo que podemos llegar a ser. Aprovechemos este legado "
"Francisco quiso en ese año mostrar una teología del llanto como una de las claves de su mandato petrino: 'Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón'"
"Tenemos el camino de la cruz que desemboca en la esperanza de una renovación radical de lo que podemos llegar a ser. Aprovechemos este legado "
| José Miguel Martínez Castelló
El 8 de diciembre pasado, mientras la inflación nos consumía, las hipotecas subían su mensualidad, en el Congreso se producía una lucha intestina por la legitimidad del Tribunal Constitucional y media España mantenía la tradición, a pesar de todos los cantos de sirena en contra, de montar el Belén, el nacimiento de Jesús que es la primera piedra que edifica la gran victoria frente a la muerte que acabará en la Pascua de Resurrección, el Papa conmocionó a todo el mundo con un gesto tan humano como es llorar en público, mostrando su humildad y humanidad. Este hecho significó un soplo de aire fresco a la sensación de crisis y desorientación que estamos viviendo.
En la Plaza de España de Roma, ante un monumento de la Inmaculada, al pronunciar su oración, expresó que le habría gustado agradecerle a la Virgen la paz del pueblo ucraniano y ruso. No pudo ser. Esas lágrimas tienen un significado especial en Semana Santa porque podemos entenderla desde este acto humano que nos desnuda y nos muestra a los demás. Podemos acercaros a la pasión, muerte y Resurrección desde los diferentes momentos donde se derraman lágrimas.
Pensemos en el Huerto de los Olivos cuando Jesús se enfrenta al demonio y experimenta la soledad ante el peso del pecado de toda la historia y la humanidad. Pensemos en las lágrimas de Pedro al comprobar que había traicionado a su maestro al que, antes, le había prometido seguirlo hasta la muerte. Pensemos en las lágrimas de María cuando contempla, sin poder hacer nada, cómo torturan, insultan y crucifican a su hijo.
Pensemos las lágrimas de Jesús cuando en la cruz exclama a su Padre por qué lo ha abandonado. Las lágrimas tienen un significado humano, pastoral y teológico que nos puede servir para comprender lo que implica seguir a Jesús, ser cristiano en estos tiempos donde todo se desboca y se diluye. Por ello, podemos entender las lágrimas desde tres perspectivas en estos días santos y de pasión.
Lágrimas e indiferencia
Una de las fortalezas de la Iglesia es la crítica que hace del mundo y de la historia desde el concepto sagrado de dignidad. Esto debería ser seña de identidad obligatoria de los partidos políticos, de sus iniciativas y propuestas. Dicha defensa de la dignidad ha trazado un hilo conductor en los magisterios de los últimos papas. Tanto Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han señalado que uno de los virus más potentes de este mundo es el relativismo que, desarrollado, desemboca en la indiferencia.
Hoy se cumple el principio de que todo vale, todo es asumible y posible. Sin embargo, no olvidemos que cuando todo vale, nada vale. Vivimos en el paroxismo de los derechos por y para todo; vivimos en un tiempo de cierta sensiblería; vivimos momentos donde es noticia el abandono de una camada de cachorritos y obviamos el abandono de personas mayores en las residencias o que un persona sin techo muera de frío bajo un puente. Así está constituido y hecho nuestro presente.
Francisco, desde la misa de su entronización, nos alertó la tragedia de que el mundo no llore, ya que está anestesiado por el consumo y la pretensión de juventud eterna que no acepta la lógica de la vida. Estamos tan ensimismados en nosotros mismos, en nuestros ombligos, que hemos olvidado que la v ida plena no está en las apariencias, en las riquezas y en las propiedades. La Semana Santa, en esencia, pone sobre la mesa la caducidad de este mundo herido y abierto en canal porque asume la donación y el servicio como muestras de debilidad.
Hoy lo importante es triunfar y, por el contrario, Jesús muere en la cruz a partir de una experiencia de donación absoluta. Sin el amor caemos en la indiferencia, puesto que la prioridad de mi vida soy yo, no los demás como nos enseña el Hijo de Dios. Su Reino es un dique de contención contra el síndrome del pasar de largo, de lavarse las manos ante la historia y sortear a todos aquellos que se quedan en los bordes de los caminos. Las lágrimas de Francisco son la expresión de que todo no nos es indiferente, que las realidades de este mundo nos afectan y que no tenemos otra misión que transformarlas para dignificar a toda persona.
Lágrimas y sufrimiento
Una de las acusaciones que siempre nos hacen a los cristianos es por qué Dios si es creador y bueno puede permitir el mal y el sufrimiento. Precisamente, como diría Josep Miquel Bausset, las lágrimas de Francisco y de todas las personas que lloran sabiendo que la vida no está escrita definitivamente, son las lágrimas que se unen también a las lágrimas de las mujeres que han perdido un hijo o que lo tienen en la cárcel.
El llanto de Francisco se une al llanto de las mujeres que son agredidas y violadas o que sufren viendo el hambre y el frío que tienen sus hijos. Las lágrimas del Papa son las de todas las víctimas de las guerras que no las han provocado y que están bajo el dominio de monomaniacos, como diría Zweig, que los llevan al matadero.
Las lágrimas del Papa se unen a todas las personas mayores que son abandonadas a su suerte sin atisbar en el horizonte una muerte acompañada y digna. Las lágrimas del Papa acompañan a esos cayucos que cruzan nuestros mares que orillan en hoteles y macro ciudades de ocio que se especializan en el narcotizante olvido del prójimo. Las lágrimas del Papa son, en definitiva, las lágrimas de Dios, las mismas que Jesús derramó ante la locura y manía constante y eterna de la humanidad por aniquilarse y violentarse.
Tú, estimado lector, como yo, somos los instrumentos de Dios. Su acción en el mundo viene mediatizada a partir de tu compromiso con su Hijo. Sólo resucitaremos en la medida que asumamos como proyecto el alivio del sufrimiento de mis hermanos.
La Semana Santa sólo servirá para actualizar este compromiso. Nada más. De lo contrario, estaremos ante un mero escaparate turístico y de vacaciones que se aleja de la radicalidad sacrificial de la vida de Jesús que se deriva del evangelio.
Lágrimas y esperanza
En el Jubileo de mayo de 2016, en el Año Santo de la Misericordia, Francisco concibió sus tres años de pontificado desde el papel crucial de la acción de llorar. ¿Por qué?
Cuando atendemos al llanto, a la ruptura emocional e interna de una persona por una experiencia determinada, ponemos en funcionamiento la consolación y la esperanza. Ésta es la clave para sanar ante la indiferencia y el egoísmo.
La misericordia significa llevar a nuestra vida, a nuestro corazón e interior, las miserias, los pozos negros, los pecados y vergüenzas de los demás. Francisco quiso en ese año mostrar una teología del llanto como una de las claves de su mandato petrino:
“Son las lágrimas las que pueden darle paso a la transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el círculo de pecado en el que muchas veces se está sumergido”.
Y añade: “Si ustedes no aprender a llorar no son buenos cristianos”. En los contextos de exclusión y marginación social se be con claridad. Hasta que no se llora, hasta que no se reconoce el mal afligido y causado, la transformación personal no se da. Por el contrario, cuando se llora con sinceridad, siendo consciente de mi pasado y de mis errores, ahí comienza el paso para ganar la libertad frente a lo que me daña y me destruye. Un año antes del Jubileo Francisco sorprendió al mundo, una vez más, publicando su Encíclica Laudatio si, su escrito ecológico, dicen algunos.
"No todo está perdido, porque los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse. Son capaces de mirarse a sí mismos y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad"
En cambio, estamos ante un texto que aborda la esperanza radical de encontrar caminos alternativos para habitar la Tierra de forma diferente. Esto no será posible si no se produce un cambio en el corazón de las personas, ya que puede remontar cualquier situación por trágica que parezca: “No todo está perdido, porque los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse. Son capaces de mirarse a sí mismos y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad”.
Que la Semana Santa y la Pascua de Resurrección nos ayude a asumir la libertad y la vida en todos sus matices, hasta el extremo mismo, cuando riamos y lloremos, cuando todo vaya rodado y cuando suframos una hecatombe. Tenemos el camino de la cruz que desemboca en la esperanza de una renovación radical de lo que podemos llegar a ser. Ojalá aprovechemos este legado que nos dejó Dios a través de su Hijo en forma de testimonio y que estos días vivimos de forma tan especial.
Feliz Semana Santa y Pascua de la Resurrección.
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