Antonio Aradillas Una liturgia viva para una Iglesia viva
(Antonio Aradillas).- Recientemente se celebraron en Roma, con solemnidad, historia y piedad, actos conmemorativos del nacimiento del Centro de Acción Litúrgica, con sacrosanta y particular mención para la Sacrosanctum Concilium, constitución del Vaticano II, "cuyas líneas de reforma general respondían a las necesidades reales, y a la concreta esperanza de una renovación". El tema de liturgia -"ritual ordenado por la Iglesia para celebrar los Oficios Divinos y especialmente la misa"-, es tan esencial, rico y de actualidad, que instó ya desde el principio al Papa Francisco a reclamar la atención y preocupación por el mismo. Explícito sabor "franciscano" contienen y difunden estas y otras palabras:
"No basta con reformar los libros litúrgicos para renovar la mentalidad". Los libros litúrgicos, y más los súper-encuadernados sin escatimar lujos y consagraciones, sirven de poco. Son fachada. A veces, solo fachada, o contenedores de fórmulas discutidas como la ociosa del "pro multis" o "pro ómnibus". Una vez más, tanto en la liturgia-liturgia como en sus alrededores, sobresalen e imperan la ornamentación y las ceremonias. La mentalidad, el espíritu, el acercamiento, el fácil acceso a la luz del misterio, importan muy poco, o nada, tal vez desde la falaz convicción de que el misterio es lo que salva y alimenta.
"El proceso de renovación de la mentalidad requiere tiempo, recepción fiel, obediencia práctica, sabia actuación por parte de los ministros actuantes y de los otros, de los cantores y de todos aquellos que participan en la liturgia". ¿Cuándo y cómo se le mandó, y demanda, a los "fieles" -laicos y laicas-, que participen en la renovación litúrgica de atuendos, colores, formas y fórmulas, distintivos, objetos y sujetos, ornamentos -paramentos-... portadores de ideas, contenidos y expresiones sagradas recomendadas para tratar a Dios y al prójimo? ¿Cuándo y cómo se les educa "en" y "con" liturgia? ¿Acaso esta, y precisamente en orden a la solemnidad de sus "funciones" y "funcionarios", que las caracteriza y define, resulta ser evangelizadora? ¿Hay constancia de que algunos increyentes se "convirtieran", a consecuencia de "asistir" a una misa, solo o fundamentalmente por el boato y el ritualismo al que se someten sus protagonistas?
"Es importante superar lecturas infundadas y superficiales, recepciones parciales y praxis que las desfiguran..." ¿Convierten o no, mayoritariamente las lecturas, sobre todo las del Antiguo Testamento, que se imparten en las misas, en relación con Dios, con el pecado, con la mujer, el infierno, la esclavitud, el sacrificio, los sacerdotes y los "Sumos Sacerdotes", y demás? ¿Se hicieron más y mejores ciudadanos y cristianos, quienes le prestaron mayor y más devota atención a las homilías? ¿Le hicieron sentir más pueblo-pueblo, y pueblo de Dios, los prontuarios homiléticos sacerdotales al uso, sin conexión con los "telediarios"?
"Una liturgia viva para una Iglesia viva". Tal y como siguen estando las cosas, la liturgia no es viva. No puede serlo. Está fosilizada. Cualquier reforma parcial, aún ornamental, que extra-oficialmente se le ocurra a alguien, quedará "ipso facto" descalificada. El pueblo es ajeno a la liturgia. Su participación en la de la misa es puramente ritual e impuesta, nada menos que como "precepto". Sus besos o abrazos de paz, no son signos -sacramentos- auténticos. Son garabatos. Salen de misa, y "si te he visto, no me acuerdo". Lo único que se les enseñó, y pronuncian los "fieles", es el "Amén", repetido una veintena de veces, e individualmente a la hora de "su" Comunión.
"Sin la presencia real del misterio de Cristo, no hay ninguna vitalidad litúrgica". Pero Cristo-Cristo ni es, ni está, solo en la Eucaristía. Es, y está, en el hermano...
"Por su naturaleza, la liturgia de hecho es "popular" y no clerical, siendo -como enseña la etimología-, una acción para el pueblo, pero también del pueblo". Pues, pese a toda la buena voluntad del Papa Francisco y a sus mejores anhelos, de "popular-popular" apenas si tiene algo la sagrada liturgia. Es, y está, clericalizada. En ella, de verdad que los únicos protagonistas son los clérigos, y más si, por "carrerismo", o por simple nombramiento, alcanzaron los puestos -tronos y sedes-, más "eminentes". Pueblo y liturgia estuvieron, y siguen estando, dematrimoniados. Una y otro se divorciaron con impunidad y -es lo más triste- hoy por hoy, sin posibilidad de volverse sacramentalmente a encontrar, como en el caso de las mujeres, si estas aspiraron a dejar de ser "siervas o esclavas" de los "ministros del Señor.
"La liturgia lleva a vivir una experiencia transformadora de la forma de pensar y de comportarse, y no a enriquecer el propio equipaje de ideas sobre Dios"... ¿Cuándo y cómo será verdad tanta belleza, al igual que lo será esta otra idea "franciscana" de que "en la oración litúrgica experimentamos el significado de la comunión, no por un pensamiento abstracto, sino por una acción que tiene por agentes Dios y nosotros, Cristo y la Iglesia"?
De todas formas, para apresurados y "apresurables", quede nítida y reconfortante constancia de que, en palabras del Papa, "la riqueza de la Iglesia en oración en cuanto "católica", va más allá del rito romano, que, aún siendo el más extenso, no es el único".