De La Almudena al Palacio Real, sólo hay un paso Las 'misas civiles', más religiosas que las 'eclesiásticas'
La desinformación les llevó a muchos a llamar “misa religiosa” a la celebración eucarística organizada por la Conferencia Episcopal Española (CEE) y “misa civil” a la presida por el Rey, con presencia de autoridades nacionales e internacionales
Sobre todo, y a consecuencia de la falta grave de formación-información religiosa que hoy se padece también entre los cristianos, no es de extrañar que su lenguaje litúrgico no resulte ser ni siquiera próximamente el adecuado. Se llega a tal conclusión cuando, por ejemplo, califican de “misa” a cualquiera de los actos piadosos que se celebran, o tienen lugar, en los templos o alrededores y con ornamentos sagrados Esta desinformación les llevó a muchos a llamar “misa religiosa” a la celebración eucarística organizada por la Conferencia Episcopal Española (CEE) y “misa civil” a la presida por el Rey, con presencia de autoridades nacionales e internacionales.
La justificación de una y otra “misa” residen en la conmemoración y recuerdo de las víctimas del “coronavirus”, y en agradecido reconocimiento a quienes –personas y colectivos- colaboraron de alguna manera a paliar los efectos de multitud de muertes tan desdichadas y en circunstancias tan crueles, inhumanas y anti-naturales.
¡Ah¡, “¿pero no fueron misas-misas de verdad las celebraciones de las que se nos ofrecieron detalladas noticias y referencias todos los medios de comunicación social, de cualquier tipo, tendencia y procedencia administrativa o empresarial?”. Es esta una pregunta que se formulan con rigor y extrañeza, no pocos, cristianos o no, que siguieron las ceremonias con emoción, puntualidad y devoción ciertamente piadosa.
Reflexionar sobre tal pregunta, con conceptos y terminologías no del todo “oficiales” –ni canónica ni litúrgicamente-. es tarea a afrontar con ponderación, seriedad “en salida” y en santa y sana conexión y compromiso con los tiempos que nos han correspondido vivir, sobre todo a quienes, por las circunstancias que sean, estamos obligados a dar cuenta de la fe recibida en el santo bautismo y durante todo el curso de la formación religiosa, y más de la que se apellida cristiana.
Misas- misas, y más en conformidad con los cánones así establecidos y registrados tanto lo mismo en los misales, como en el espíritu y exigencias sacramentales por parte del pueblo de Dios y del otro –que también es de Dios- , es tarea difícil e incómoda, aplicadas a las dos citadas celebraciones, objeto de esta reflexión, aún solo movidos por el ánimo de contribuir a espantar, dentro de un orden, parte de lo los “coronavirus” envenenados, portadores de tan universales desdichas y que elementalmente algunos se atrevieron a identificar con los murciélagos-mamíferos voladores, revestidos de misteriosos hábitos negros nocturnos.
Pero, al margen o por encima, de denominaciones todavía incompletas, al igual que de parte del contenido y expresión del mismo de las “misas litúrgicas” al uso, a la mayoría de los hombres de la calle, mujeres de casa y profesionales, jóvenes y personas mayores, les pareció la “misa por lo civil” tanto o más religiosa que la “eclesiástica”.
Este es el resumen de sus reflexiones:
“La misa por lo civil” fue mucho más breve y de la misma lo entendimos todo o casi todo. Se nos habló en nuestro propio lenguaje y con palabras idénticas cuando nos relacionamos con Dios, a nuestra manera, y cuando lo hacemos con el resto de las personas con quienes convivimos, o nos tratamos. De la “misa por lo eclesiástico” no podríamos referir lo mismo. De ella no entendimos nada, o casi nada, por ser más exactos y justos. Nos aburrimos. Y no comprendemos cómo para comunicarnos –rezarle- a Dios, e intentar educar piadosamente a los asistentes al acto que se dice litúrgico, hay que vestirse- “revestirse”- de “raro”, de absurdo y como si estuviéramos en los “Carnavales”, sin faltar palabras y gestos misteriosos y espectaculares. Los ritos, las ceremonias, el tono de voz, las palabras, los conceptos… no pertenecen ya a nuestros tiempos, sino a los de nuestros tatarabuelos, quienes por cierto hicieron uso frecuente de la expresión “predícame, padre, que por un oído me entra y por otros me sale”. De la lectura de los evangelios se deduce, “a las primeras de cambio”, que Jesús, a quien se les deben las misas, jamás habló de manera litúrgica, ni celebró en el templo –lugar sagrado- su cena, sino al aire libre o en casa de cualquiera de sus amigos…
En la “misa civil” aludida participó el pueblo, mucho más que en la “misa religiosa” de nuestras referencias. Lo hicieron, y estuvieron, en activo, lo mismo los hombres como las mujeres, Y las palabras que pronunciaron unos y otras estuvieron revestidas de autoridad, de sentimiento y de veracidad. Exactamente de idéntico modo a como lo hubieran hecho cualquiera de los asistentes a quién se le hubiera encomendado tal menester, para el cual no le hubiera hecho falta vestimenta o signo corporal alguno, por mucha fama y connotación de religiosidad que las “antiguas y santas tradiciones” le hubieran conferido, como en el caso de las mitras y de sus aditamentos, todos ellos enfundados en recuerdos “soberbiosos” y hasta paganos”.
En la “misa civil” , tanto o más que en la “eclesiástica”, la terminología y el entendimiento resultaron ser parejos en el uso y en la formulación de los buenos propósitos de enmienda por parte de todos. El tiempo dirá. Pero a las palabras y expresiones tales como “unión, reconocimiento de falta de previsión, colaboración entre sí y de aquí en adelante y por encima de las consabidas discrepancias, respeto, convivencia, unidad en la pluralidad, agradecimiento, sacrificio, dolor, esperanza, compromiso, profesionalidad, entrega, libertad, democracia, paz, capacidad de discernimiento, servicio al pueblo, pobreza y, en definitiva “común-unión”, se les rindió en las dos celebraciones culto supra- e “intra” religioso, que es lo que justifico las celebraciones, conservando sus diversos y específicos nombres y los de quienes fueron y actuaron de convocadores oficiales.
De todas maneras, y gracias sean dadas a Dios, desde la madrileña catedral de la Almudena al patio del Palacio Real, lugares en los que se celebraron las dos “misas” citadas, tan solo hay un paso…