"Todos los niños son santos de por sí" Los niños de Fátima y el Papa Francisco
(Antonio Aradillas, sacerdote y escritor).- A propósito del anuncio de la canonización de los niños de Fátima en la ya próxima visita del Papa Francisco al santuario, -en el que se refiere que en su día se les apareciera la Santísima Virgen-, con humildad y respeto muestro mi disconformidad con esta determinación o medida.
Me ahorro reseñar que tal desavenencia no empece en absoluto mi general aquiescencia con cuanto dice y hace este Papa y que, por supuesto, no me hace ser menos cristiano que otros que creen en estas y otras apariciones y revelaciones.
Los niños -todos los niños, -bautizados o no,- son santos de por sí, sin necesidad que de tener que pasar por el largo, intrincado, embrollado y carísimo trance del proceso del dicasterio romano encargado de la "Sagrada Congregación de las causas de los Santos".
La selección de solo algunos de ellos -un niño y una niña portugueses-, para ponerlos como ejemplos, y declararlos mediadores entre el pueblo de Dios y el resto de la humanidad, no parece coincidir con exactitud con el modo de pastorear la Iglesia que encarna el Papa Francisco, por lo que sería lógico pensar en otras razones como la condescendencia, la indulgencia o la contemporización ritual y piadosa.
Más que niños, sujetos y objetos de de apariciones misteriosas, por sagradas que sean, los tiempos y las circunstancias que en la actualidad viven la Iglesia y el mundo, son como más propicios a que les sean dedicados recuerdos y reconocimientos a quienes, siendo y por ser niños, encarnaron y encarnan en sus propias vidas, otros tantos testimonios de dolor y de sufrimiento, de por sí canonizables, que incuestionablemente los elevaron ya al honor de los altares, sin ceremonias o ritos de ninguna clase o condición.
Los niños, si son pobres, son más santos aún. Ahorrarse trámites y dinero en su reconocimiento oficial es obra y lección de misericordia y actualización del santo evangelio en cuyas páginas aparecen con nitidez y frescor las palabras de Jesús, repitiendo y suplicando "dejad que los niños se acerquen a mí, pues de ellos "es" -no será"- el Reino de Dios".
Son ya, y están, sobradamente canonizados, los hijos de las madres solteras. Lo son igualmente los hijos, frutos o sujetos de los malos tratos. Lo son quienes fueron vendidos o comprados, y más si tales operaciones comerciales fueron inspiradas por el afán o deseo de prostituirlos, engrosando las viles redes de la pornografía, nacionales o internacionales.
Son santos los niños a los que su progenitor les obligó a estar presentes, y ser testigos, de los malos tratos -léase también muerte violenta- , que deshumanizadamente les propinaron a sus madres, entre súplicas y ríos de lágrimas, aterizos de pavor y amedrentamientos.
Santas -santísimas- son ya las niñas, obligadas por sus familiares, intérpretes de tradiciones y leyes "religioso- machistas", a someterse a la ablación, o mutilación genital femenina, para convertirlas a perpetuidad, y por definición, en cosa u objeto de placer o de lujo. Una beatificación - canonización masiva, además con categoría de "mártires" celebrada por el Papa- resultaría más comprensible y edificante que la de los niños de Fátima, o de cualquier otra advocación mariana.
Para tal ceremonia, y otras similares, indudablemente religiosas, están de más los milagros que la burocracia curial eclesiástica les exige hacer a los aspirantes al "honor de los altares". Más que hacedores- creadores- de milagros, los niños son otros tantos milagros. Están de más los médicos para certificarlo. Es el pueblo de Dios, y no los empleados de los dicasterios, quienes atestiguan el número y la veracidad de los milagros...
¿Quién o quienes sufragan los gastos del proceso oficial de la beatificación de los niños de Fátima? ¿La Iglesia? ¿Alguna o algunas firmas comerciales? ¿El Gobierno portugués mediante instituciones u organismos con carácter turístico? ¿Resolvieron el problema a base de indulgencias, convertibles en bonos bancarios, a cuenta de la extinta Denominación de Origen anexa, o cercana, al Banco del Espíritu Santo? ¿Se responsabilizó de cuanto se gaste alguna organización o movimiento religioso con proyección internacional, plenamente identificada con la idea y procedimientos pastorales tradicionales, hasta el arribo al Vaticano del Papa Francisco?
Como los niños -todos los niños- son santos, y además, por niños, son de cristal, y no tienen secretos, ¿quién o quienes redactaron el misterioso, horripilante y manipulable "secreto de Fátima", por mucho que se certifique su autenticidad con prédicas y documentos manifiestamente mejorables?
¿Quién, o quiénes, fueron los redactores-amanuenses del susodicho "secreto", que habría de silenciarse sigilosamente durante un largo y misterioso tiempo, con amenazas, sustos, cismas, guerras y guerrillas aún en los estamentos cardenalicios y dentro y fuera de la Iglesia? ¿Acaso la Virgen Santísima, en portugués o en latín, no cuenta con todo el fiable ordenamiento jerarquizado de la Iglesia -teólogos y laicos- para hacer llegar su voluntad, y la de su Hijo, a todos los mortales?
Como cada día dan cuenta pormenorizada los medios de comunicación sobre la existencia y "actividades" de redes nuevas de pedofilia -sin olvidarse de nombres, "dignidades" y estamentos eclesiásticos-, celebradas las ceremonias de las beatificaciones de Fátima, con procesos canónicos o sin ellos, en el horizonte de la Iglesia habrán de entintarse de rojo litúrgico y martirial otras muchas fechas...
Solo con que el Papa Francisco prosiga su misión pastoral dirigiéndoles su mirada y gestos infinitamente tiernos y limpios a quienes se acerquen a ser "abueleados" por él, ellos -niños y niñas- quedarán beatificados y canonizados "por los siglos de los siglos, Amén", sin necesidad de ceremonias ni "milagros".
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