Es preciso urgir a los obispos españoles a darse cuenta de que viven en el mundo Descartar es desperdiciar: pederastia y palacios episcopales
Los máximos responsables de la CEE proclamaron recientemente su firme propósito de “descartar investigar activamente los casos de pederastia, a pesar de los indicios existentes”
La decisión del episcopado hay que enmarcarla en el rimero de noticias adyacentes, con situaciones y grados similares en las Iglesia de Francia, Alemania, Chile, Estados Unidos, Irlanda o Italia
¿Acaso a que los católicos de las referidas comunidades eclesiales son más “malos” y pan-sexualizados que los que componen, conforman y confirman las signadas con caracteres y procedimientos hispanos?
¿Acaso a que los católicos de las referidas comunidades eclesiales son más “malos” y pan-sexualizados que los que componen, conforman y confirman las signadas con caracteres y procedimientos hispanos?
Con rotundidad casi dogmática, los máximos responsables de la Conferencia Episcopal Española (CEE) proclamaron recientemente su firme propósito de “descartar investigar activamente los casos de pederastia, a pesar de los indicios existentes”. Así titularon los medios de comunicación social la información, subrayando la inexistencia de ningún “por ahora”, la fuerza del verbo “descartar” —“desechar o no tener en cuenta”—, y el sigiloso misterio que pueda entrañar el adverbio “activamente” —“poner en función o en activo”— en su pluralidad de acepciones.
Tal confesión-confusión episcopal es indispensable enmarcar en el rimero de noticias adyacentes, con situaciones y grados similares en las Iglesias de Francia, Alemania, Chile, Estados Unidos, Irlanda, Polonia, Italiaet sic de coeteris. “España es diferente”, y bajo tan poroso y llovedizo paraguas, podrían muy bien enmascararse situaciones y personas, cuyos nombres, reconocimiento y referencia pública le ahorrarían a la institución eclesiástica sobresaltos impensables.
¿Y a qué responde la decisión de la Iglesia, en su grado máximo de responsabilidad episcopal, seguir enclaustrando con las siete —¡siete!— llaves del sigilo sacramental, cuanto se relaciona con el tema de esta información? ¿Acaso a que los católicos de las referidas comunidades eclesiales son más “malos” y pan-sexualizados que los que componen, conforman y confirman las signadas con caracteres y procedimientos hispanos?
¿Es posible que con la rotunda negativa episcopal y el reducido número de victimadores, —por acción u omisión— , oficialmente registrado, reconocido y asumido, se pretenda todavía aparentar hipócritamente lo que fue y sigue siendo? ¿Es que, gracias sean dadas a Dios, alguien sus cabales, por mitrados que sean y estén, no habrá llegado ya a la fácil convicción de que hoy se sabe todo, o se sabrá muy próximamente, tal vez mañana por la mañana, con lo que tan solo se consigue embarrar y empozoñar el problema de tan innoble desprestigio para la Iglesia, comenzando por la jerarquía hasta el penúltimo acólito? ¿Cómo y de qué manera, ante los ojos de Dios y de los hombres, será factible aportar alguna explicación que merezca el título de decente —y de convincente— , y que excuse alguna brizna de irresponsabilidad o de duda?.
“Descartar la investigación activa de los casos de pederastia, a pesar del reconocimiento de determinados indicios”, es una de las aseveraciones anti-eclesiales que sea posible reseñar y dejar constancia de ella. Es frase —objeto— materia grave de confesión urgente, tanto pública como privada. Es soberbia y anti-evangelio. El papa Francisco es ejemplo de humildad, de humanidad, de reconocimiento y de aceptación de la verdad de la que, aquí y ahora, se hace luctuosa referencia, no es otra que la proclamada en los medios de comunicación, por lo que lo de “la prensa impía y blasfemia”, no puede ser más absurdo y mendaz y contraproducente.
A los responsables directos de la idea-frase, además de sugerirles que se percaten de una santa, sana y sabia vez de no ser portadores en exclusiva del bien y de la verdad, es preciso urgirles a que lleguen cuanto antes a darse cuenta de que viven en el mundo. En este, en el que tenemos y nos tiene. Y es que, a los vestidos y revestidos por dentro y por fuera, tan “de raro”, es una obra de misericordia y justicia recordarles que, por encima de todo, son personas normales, es decir, “que se halla en su estado natural o que presenta características habituales”.
No me resigno a dejar sin reseñar que en tal tarea-ministerio tienen parte importante de responsabilidad los “informadores religiosos”, que acolitean e inciensan en los gabinetes de prensa de los obispados, arzobispados et ultra.
Y, de todas formas, —¡aviso a navegantes!-, la Iglesia en Francia está dispuesta a dispuesta a vender sus bienes para indemnizar a las víctimas de la pederastia… ¿En cuanto se valora, por poner un ejemplo, la red de “palacios episcopales” de España —con puentes o sin ellos— cuyos usuarios son los señores obispos y adláteres? Vayan buscando tasadores.
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