Un santo para cada día: 16 de noviembre Santa Margarita de Escocia ( Reina piadosa y caritativa. Patrona de su País)
| Francisca Abad Martín
Es recordada esta gran mujer, por su fidelidad a la Iglesia Católica, por su gran generosidad con todos los necesitados y por sus grandes virtudes.
Era de estirpe regia, hija y nieta de reyes. Tenía por parte de padre sangre inglesa y por parte de madre sangre húngara. Había nacido en Mecseknádasd (Hungría) hacia el año 1046, cuando su familia se encontraba exiliada por la invasión danesa de Inglaterra y por ello creció en la corte del rey San Esteban, pariente de su madre. Su padre, Eduardo, nunca llegó a reinar, por las intrigas que había urdido el rey Canuto de Inglaterra, quien le usurpó el trono. Después de morir su padre, su madre decide volver a Inglaterra con sus hijos, al haber accedido al trono un hermanastro de su padre, pero una fuerte tormenta desvía el rumbo del barco y llegan a las costas de Escocia, que estaba gobernada entonces por el rey Malcom III, que era viudo. Al ver la belleza de Margarita y todas las virtudes que la adornaban, decidió casarse con ella. Margarita tenía entonces unos 24 años.
Como era una mujer, además de piadosa, inteligente y culta, transformó la corte escocesa, incluso el carácter de su esposo, que era de talante brusco y violento, si bien el contacto con ella fue dulcificando sensiblemente su forma de ser. Todos los días Margarita atendía a los pobres y enfermos que acudían a ella, incluso llegó a vender parte de sus joyas y de sus vestidos para poder socorrerles. A los enfermos les curaba personalmente, lavando y vendando sus llagas.
Tuvo 8 hijos, a los que educó en los valores cristianos; una de sus hijas, Matilde, llegó a ser santa. Influyó en la Iglesia de Escocia, hizo convocar Concilios, en los que logró extirpar ciertos ritos paganos, incluso logró erradicar muchos abusos que existían en las observancias religiosas, rescató también a muchos prisioneros ingleses detenidos en Escocia y construyó monasterios, albergues e iglesias, entre ellas la abadía de Dunferline, dedicada a la Santísima Trinidad, para custodiar una reliquia de la “vera cruz”. Contribuyó destacadamente para que el reinado de su esposo fuera uno de los más prósperos para su país, estando siempre dispuesta a lo que hiciera falta. Igual se la veía cabalgando entre los caballeros que bordando entre las damas, rezando con los monjes que discurseando con las personas cultas.
Con frecuencia utilizaba un piadoso libro de rezos primorosamente decorado, incrustado con piedras preciosas, al cual tenía un especial afecto y según cuentan en una ocasión cayó al fondo de un río sin que se dieran cuenta, hasta que llegaron al destino. Lo buscaron afanosamente y por fin allí lo encontraron, sin que se hubiera mojado ni deteriorado lo más mínimo. Se conserva en la Biblioteca Boldeiana de Oxford (Inglaterra).
En 1093 estando ella postrada en cama debido a una grave enfermedad, el ejército de Guillermo el Rojo de Inglaterra atacó las fronteras de Escocia. Malcom y sus dos hijos, Eduardo y Edgardo acudieron a defender el castillo de Aluwick, en Northumberlan y allí habrían de morir su esposo y Eduardo, uno de sus hijos. Al recibir la noticia su corazón quedó desolado, pero llena de resignación todo lo puso en las manos de Dios diciendo: “Gracias, Dios mío, porque me dais paciencia para soportar tantas desgracias juntas. Espero de vuestra misericordia que ello sirva para purificarme de mis pecados” A los pocos díasfallecía en el castillo de Edimburgo el 16 de noviembre de 1093, siendo enterrada en Dunfermline junto a su esposo. Fue canonizada por Inocencio IV en 1250, siendo venerada tanto por la Iglesia Católica como por la anglicana.
Reflexión desde el contexto actual:
Como vemos, la prosperidad cuando no existe el apego a las riquezas, no es obstáculo para la santidad. Tenemos el ejemplo de muchos reyes y reinas a lo largo de la historia, a quienes sus bienes solo les han servido para poder ejercer con mayor profusión la caridad con el prójimo. Margarita de Escocia en medio de la abundancia fue uno más de esos pobres de espíritu a quienes Jesús llamó bienaventurados, porque la riqueza o la pobreza espiritual, ni ayer ni hoy, dependen de que se tenga más o se tenga menos, sino que depende de la disposición del corazón y el grado de desapego de las cosas materiales.