"Sin moral, la política es una empresa más del capitalismo neoliberal" De la política pensada a la política practicada, una sima
"Nos estamos adentrando en sociedades muy opacas para el pueblo; y, sobre todo, sin capacidad cierta de intervenir frente a las corporaciones económicas e ideológicas"
"No todo se puede resolver a la vez y como queremos cada uno, pero los mínimos de justicia lo son siempre y para todos"
Mil veces hemos leído que la política en sentido estricto es el ejercicio del poder soberano del Estado para el logro del orden social en la población que lo sostiene. Todo el mundo sabe que cada uno de los elementos de mi afirmación debe ser cuestionado. Lo es el orden social, lo es la población que lo sostiene y lo es la legitimidad de origen en el pueblo.
Algunos preferimos hablar de bien común, ley justa y democracia. Uno de los pasos más difíciles de aceptar entre los jóvenes alumnos de filosofía política es si nuestros sistemas sociales son democráticos o, más bien, la simple formalización de un laberinto sin salida. A esta duda sucede otra, y es si podemos llamar estado de derecho a todos los que en el mundo cuentan por tales, al margen de sus leyes.
Cuando ya se progresa en el acuerdo de que el estado de derecho propiamente es el democrático, se vuelve a romper el hilo común del aula al considerar que la democracia no es real. Se llega a esta conclusión volviendo la vista al pasado. La historia de las formas políticas, pienso, no avala que cualquier tiempo pasado fue mejor que el nuestro.
Es cierto, según creo y debemos reconocer, que nos estamos adentrando en sociedades muy opacas para el pueblo; y, sobre todo, sin capacidad cierta de intervenir frente a las corporaciones económicas e ideológicas. Por mi parte, ajeno a las teorías de la conspiración, he de reconocer que a medida que entiendes algo de las relaciones internacionales, en todos sus planos materiales e ideales, y de las posiciones y aspiraciones de poder, cada vez es más difícil explicar el cómo de la libertad en las opciones económicas, políticas, bélicas y diplomáticas para los países medianos y marginales.
Esto en el aula provoca un nuevo dilema, el referido a qué hacer ante la dimensión estructural de la vida social porque en ella, frente a la personal, se impone el poder puro y duro; se concluye, por tanto, que si quieres cambiar el mundo, cambia tú mismo; cambiar cada uno es lo único que podemos mejorar, se dice. No lo comparto sin trenzar ambas dimensiones.
Como no se trata de enumerar todas las dificultades que la filosofía política encuentra en el aula, creo que alguna respuesta valiosa puede venir desde conceptos y vivencias que aguantan el vendaval de la duda, sin por eso ser metafísicos. Son conceptos éticos.
El primero de ellos es la justicia. Todo el mundo sabe y padece en más de una ocasión la diferencia que existe entre legalidad y justicia. Pues bien, la idea de justicia, la convicción moral de su valía, su sentido de equidad entre las posibilidades y responsabilidades, o de otro modo, de las oportunidades y las necesidades de cada uno -persona, grupo y país- son innegociables.
No se trata de negar lo debido al esfuerzo personal y social, vigorosamente aceptado, sino de poner negro sobre blanco cuánto de lo que llamamos “nuestro, por bien ganado”, no lo es tanto, como pretendemos; hay posiciones de herencia y lugar social privilegiado que nos facilitan bastante o mucho esos logros. Bastaría con echar un vistazo a unas pocas generaciones de nuestra historia personal y social; en la mayoría de los casos, habría sorpresas e imprevistos. Esto no es mío; los padres del cristianismo, en los primeros siglos de nuestra tradición, lo decían sin complejos sobre los ricos del tiempo.
La segunda referencia que debemos cuidar está constituida por el concepto “nosotros”. El “yo digo o pienso o pido o exijo” se entiende bien; desde niño sabe uno el uso de estas palabras, pero esto es tan seguro como tramposo. Hasta por egoísmo y seguridad, los otros me importan en sus vidas dignas, porque si fracasan, complicarán la mía; yo espero que antes de llegar a este pensamiento egoísta podamos comprender y defender que, sin los otros, en una vida equitativamente cuidada y exigida con ellos y para todos, no se da la condición ética para que podamos ver la nuestra sin mentirnos.
Toda la polémica sobre los menas, es un ejemplo, por difícil que sea abordarla en política, es incuestionable que debemos hacerlo para recomponernos como humanos. La política puede ordenar los procesos sociales complejos, como este, pero no puede ignorarlos cuando ya los tiene en casa. Es lo mínimo. Y comparar esta necesidad con otras que también lo son, y nuestras, es una salida por la tangente. La respuesta para la política es clara: resuelva usted las dos y busque cómo, porque hay salida en la equidad de esfuerzos.
No hay, por tanto, una disyuntiva de estos o los otros, sino de la equidad posible o de mínimos de justicia para todos. No todo se puede resolver a la vez y como queremos cada uno, pero los mínimos de justicia lo son siempre y para todos. Esto es la política y la sustancia moral que la sostiene: sin ello, la política es una empresa más del capitalismo neoliberal: realiza un servicio en condiciones de esclava y lo cobra a buen precio. No la quiero entender así.
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