La Semana Santa por dentro (I): Domingo de Ramos en Los Estudiantes de Madrid ¡Si yo solo quiero estar con ellos! Sea en la calle o en sus casas
María Santísima Inmaculada Madre de la Iglesia, titular mariana de mi hermandad, los Estudiantes de Madrid. Toda guapa vestida de reina porque este año recibe en su casa. El jueves, como cada año antes de Semana Santa, fue el vestidor a ayudarla
Todo el mundo nos pregunta a los hermanos si nos da pena no salir. Claro que nos da pena. Tenemos alma cofrade, alma de estar en la calle
El año pasado, en pleno confinamiento domiciliario, formamos la cofradía cada uno desde nuestras casas. Este, son María y Jesús los que no pueden salir de la suya. Pero no pasa nada. Vamos nosotros, peregrinos, a acompañarlos
El año pasado, en pleno confinamiento domiciliario, formamos la cofradía cada uno desde nuestras casas. Este, son María y Jesús los que no pueden salir de la suya. Pero no pasa nada. Vamos nosotros, peregrinos, a acompañarlos
| Begoña Aragoneses
La última vez que estuve en Sevilla fue en la Semana Santa de 2019. El Sábado Santo, día de espera infinita, me acerqué por la mañana a la capilla de los Marineros, en la calle Pureza, a ver a mi Esperanza de Triana. Allí estaba, ya más tranquila en su casa después de un Viernes de agonía y muerte y una Madrugá de doce horas recorriendo las calles detrás de su Hijo, el Cristo de las Tres Caídas.
La cera casi desaparecida, restos de petalás en el palio... Guapa. Y me contó una amiga sevillana, que es pozo de sabiduría cofrade, una anécdota preciosa. Todos los 24 de mayo, los salesianos de Triana (como los del mundo entero), sacan en procesión a María Auxiliadora y hacen una parada ante la Trianera. Y la mañana de un 24, una mujer mayor que había ido a la capilla a ver a la Esperanza, se plantó delante de Ella y le dijo, en voz alta, con una confianza cómplice de años y años de amistad:«Ay, hija, qué guapa te has puesto hoy, ¡claro, como tienes visita!».
Pues así está ya mi Señora, María Santísima Inmaculada Madre de la Iglesia, titular mariana de mi hermandad, los Estudiantes de Madrid. Toda guapa vestida de reina porque este año recibe en su casa. El jueves, como cada año antes de Semana Santa, fue el vestidor a ayudarla. Saya de salida, tocado de pecherín recuperado de su ajuar para la ocasión, con un brillo espectacular matizado por una mantilla antigua, manto en terciopelo azul muy oscuro bordado en oro.
Dicen que en un santuario mariano, si pones la cara pegada a las paredes, se pueden oír los latidos desbocados de la Madre, nerviosa y emocionada ante la visita de sus hijos. Como lo está mi Señora en su altar de la basílica de San Miguel, sede canónica de mi hermandad. En un Calvario que montamos el Sábado de Pasión con candelería, uno de los respiraderos del paso de palio y un monte de claveles rojos agranatados. En él está también san Juan, prestado por los hermanos del Gran Poder y la Macarena de Madrid.
Ambos, a los pies de mi Cristo, que lleva por segundos nombres de la Fe y del Perdón. La última Semana Santa que procesionamos, precisamente la de hace dos años, en el montaje de los pasos, cuando ya lo habían bajado de su retablo y estábamos a la espera de colocarlo con unas poleas en su paso, ahí tumbado entre los bancos, me acerqué a Él para darle un beso en la cara. Pero a modo de anticipo de lo que se nos venía encima, fui advertida: nada de besos, la talla es muy delicada, una joya del siglo XVIII, y hay que cuidarla. Fue el inicio de los besos del corazón.
Todo el mundo nos pregunta a los hermanos si nos da pena no salir. Claro que nos da pena. Tenemos alma cofrade, alma de estar en la calle. Como me decía el hermano mayor de la Macarena, una hermandad es una Iglesia en salida en toda regla. Los cofrades queremos estar en la calle acompañando a nuestros titulares. Este año lo impide la pandemia; otros, ha sido la lluvia, y entonces rezamos el vía crucis dentro del templo.
Claro que he echado de menos las ayudas en priostía limpiando la candelería. Echo de menos no haber ido a por mi papeleta de sitio, el olor al esparto del cinturón (todos los años rezando para no haber aumentado de talla, qué frivolidad). Echaré de menos la emoción de este Domingo de Ramos por la mañana, plancha la túnica deprisa y corriendo, coge el capirote de nazarena, los zapatos negros sin cordones (impecablemente limpios aunque volverán a casa llenos de goterones de cera), la medalla de hermana y ve volando a primera hora de la tarde a la basílica.
Echaré de menos la emoción de este Domingo de Ramos por la mañana, plancha la túnica deprisa y corriendo, coge el capirote de nazarena, los zapatos negros sin cordones (impecablemente limpios aunque volverán a casa llenos de goterones de cera), la medalla de hermana y ve volando a primera hora de la tarde a la basílica
Echaré de menos esa alegría de encontrarte con los hermanos en el pasadizo del Panecillo al llegar. Vístete la túnica, pide ayuda para colocarte bien la cola bajo el esparto. La Misa dentro de la basílica para los hermanos, los costaleros con sus fajas y costales que se meten ya debajo de los pasos para irlos colocando de cara a la puerta, mucha trabajadera les espera. Las damas de mantilla a punto, los monaguillos revoloteando, las aguadoras revoloteando más... La Madre ya con todos los cirios encendidos, el Señor, amor del verdadero, sufriente en su cruz. Aroma a incienso, la visita de nuestro arzobispo para darnos la bendición, las palabras de nuestro hermano mayor, «vamos a llevar a la Virgen y al Señor para que consuelen a las gentes de Madrid», para que curen las heridas del alma. «Vamos a testimoniar nuestra fe».
«Hermano mayor, la cofradía está formada», y ese momento único en que te pones el capirote y se abren las puertas de la basílica. Silencio total. Lo rompen con aplausos las gentes que llevan horas esperando a la puerta. Y a mí se me corta la respiración debajo del antifaz. Vuelve el silencio. Salimos a la calle, acompañando al Señor y a la Señora en su dolor. ¿Cómo no vamos a echarlo de menos?
Seis horas largas de andar, parar, la cera que gotea y te quema la mano, las saetas, la fe, la devoción de la gente. Sus miradas orantes a Jesucristo y a la Virgen. Miradas de ternura, tristeza, admiración, respeto, emoción, pena, súplica, felicidad, alegría, asombro, apagadas algunas, curiosas y chispeantes las de los niños. La banda. Mi Amargura. Mi Señora, detrás de mí, muy cerca porque en los últimos años me toca en ese tramo. Y delante, mi Cristo.
El año pasado, en pleno confinamiento domiciliario, formamos la cofradía cada uno desde nuestras casas. Este, son María y Jesús los que no pueden salir de la suya. Pero no pasa nada. Vamos nosotros, peregrinos, a acompañarlos. ¡Si yo solo quiero estar con ellos! Sea en la calle o en su casa. Y tan contenta. Porque la estación de penitencia es única pero no exclusiva. Y porque los besos del corazón no se limitan a unas horas de penitencia en las calles, bellísimas, sí, y emocionantes, pero unas horas. Son para cada día del año.
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