Felices quienes mueren cada día al pecado del egoísmo y renacen a una vida nueva. Quienes están persuadidos que el odio, la guerra, la maldad y la sinrazón jamás podrán vencer a las fuerzas de la vida.
Felices quienes saben descubrir, entre las realidades de muerte del mundo de hoy, signos de vida y esperanza.
Felices quienes alcanzan la convicción, desde su compromiso vital, de que tras las derrotas cotidianas, está latiendo la victoria de la vida.
Felices quienes riegan con gotas de vida, quienes siembran semillas de vida, quienes alientan deseos de una vida en plenitud.
Felices quienes han logrado percibir, detrás de la muerte de millones de inocentes, el dolor, la rebeldía, la audacia, la llamada a una entrega absoluta por la vida.
Felices quienes han transformado su existencia por los testimonios de los que han derramado su sangre por la vida de otros seres humanos.
Felices quienes creen en el Dios de la vida. Y quienes creen en una nueva humanidad que pueda ser feliz y disfrutar de la vida. Unos y otros, juntos, lograrán que triunfe la pasión por la vida, otra tierra más llena de vida.
Felices quienes descubren paso a paso, en su vida, que la última palabra no la tiene la muerte sino la resurrección.