Madre nuestra, oh Océano, oh Mar
Madre nuestra, oh Océano, oh Mar, el reflejo del Sol en ti reverbera y te dejas traspasar por su luz. Tú fuiste nuestro seno donde nos formamos durante millones de años, la bolsa amniótica que nos protegía y alimentaba. Hasta que maduramos y salimos a respirar de otra forma y a caminar sobre la tierra firme.
Desde entonces, si escuchamos nuestro interior, sentimos las mareas, las corrientes frías y calientes, el eco y el rumor del agua recorriendo nuestras venas y arterias. Tres cuartas partes de nuestro cuerpo es agua, por eso nuestro recuerdo y nuestro sueños vuelven siempre hacia ti.
Maldecimos tu nombre cuando dejamos de cuidarte y tratarte con respeto y cariño, vertiendo millones de residuos de todo tipo, creando enormes extensiones de desechos plásticos que contaminan y acidifican tus aguas, y envenenan toda su biodiversidad, a todos los seres vivos, nuestros hermanos, que habitan en tu seno.
Lo que debería ser un reino de paz y profundidad, un paraíso de belleza, serenidad y descanso, se ha vuelto un infierno, un estercolero, que muestra su creciente dolor por el cambio climático inundando los litorales, o dolorido por sus padecimientos vomita en forma de maremotos. Normalmente sobre las costas y las personas más empobrecidas y excluidas.
Los mares y los océanos quisieran ofrecernos lo necesario para alimentarnos, pero la sobreexplotación de una pesca insostenible e ilegal, la nefasta gestión costera, el enorme tráfico marítimo, la contaminación y los efectos del cambio climático, lo están impidiendo cada día más.
Solo nos podrán perdonar los mares y los océanos nuestra desidia, abandono y descuido, cuando dediquemos toda nuestra colaboración y esfuerzo conjunto, en revertir esta tendencia ecocida contra ellos y homicida contra nosotros mismos, porque de la sostenibilidad de los océanos depende el futuro del planeta Tierra y, por lo tanto, nuestro futuro como humanidad.
Amén. Solo será así si nos comprometemos a que así sea.