Hay un hueco
que atrae toda luz,
toda materia inerte,
toda herida abierta.
Un agujero negro que se alimenta
de la dicha y el dolor,
de la presencia y el desconsuelo,
y nada que pase bajo su órbita
puede rehuir su gravedad,
su intensa atracción.
Caverna luminosa,
sombra de un sol que te habita,
que se presiente en el ardor
del volcán durmiente,
incandescente del corazón.