Vosotros también fuisteis emigrantes
«Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Dt 19,19).
En el libro del Levítico (19,33-34) dice Dios: «Cuando un emigrante se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. Será para vosotros como el nativo: lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto». Esta última frase también aparece en el libro del Éxodo (22,20). En el libro del Deuteronomio (10,18; 27,19) se dice: «Vuestro Dios ama al forastero, a quien da pan y cobijo… Maldito quien tuerza el derecho del forastero». Así podríamos continuar con más textos del Antiguo Testamento.
He querido comenzar con estos versículos para dar más fuerza a mi argumento. Los cristianos creemos que en el espíritu y, muchas veces, en la letra de los libros de la Biblia está presente una ética que proviene de la misma voluntad de Dios. Y el deseo de Dios es que, como hemos leído anteriormente, amemos, protejamos, defendamos, hagamos justicia, alimentemos y vistamos… al emigrante. Si prescindimos de la palabra de Dios, la misma ética y práctica fraternal puede servir para cualquier otro creyente o no creyente.
En nuestro mundo actual existen millones de emigrantes externos, hacia otros países e internos dentro del mismo país, por diversas causas: por hambre, por trabajo, por persecución política, por su tendencia sexual, por ser mujer, por guerras o diferentes conflictos.
Y, en lugar de abrir las fronteras ante tanta gente necesitada, las cerramos, levantamos muros, ponemos alambradas con cuchillas o electrificadas… El dinero se puede mover libremente en nombre de la libertad. En nombre de esa supuesta libertad se viola, se oculta en guetos, se deja morir en las aguas del Estrecho… a las personas emigrantes, que solo desean sobrevivir con dignidad y en paz.
Creemos que solo tienen derecho a vivir en un país los nacionales, quienes tienen el DNI y los papeles en regla. El Derecho Internacional dice que cualquier persona es libre de emigrar a cualquier país. Pero los derechos están para violarlos cuando no nos convienen. Por otra parte, ¿quién puede decir que su sangre es pura y pertenece a un estado? Cada país proviene de una gran mezcla de otros pueblos y razas que han ido pasando y viviendo en él durante cientos de años. Nadie se puede considerar puro, nuestros padres y abuelos han sido muy diversos.
La diversidad, la pluralidad, las culturas y religiones de los emigrantes no merman, sino que enriquecen a cada país y a las gentes que viven en él, cuando los acogen, integran y se dejan afectar por ellos y ellas, sintiendo que forman parte de la misma familia humana.
No está bien visto en nuestra sociedad defender a los emigrantes, pues los discursos, las leyes de inmigración y las actitudes contra los inmigrantes por parte de diversos partidos (en especial los de ultraderecha), medios de comunicación y en las redes sociales, invita a pensar a la población que vienen solo a quitar el trabajo a los nacionales, a delinquir, a disfrutar de nuestras conquistas sociales sin ofrecer nada a cambio… Solo mentiras, manipulación, bajeza humana.
Una de las cosas más enriquecedoras humanamente es el contacto de unas personas con otras. Cuando nos relacionamos, dialogamos, conocemos sus costumbres, su religión, su forma de vida, su pensamiento… crecemos en inteligencia, tolerancia, respeto, aceptación, humanidad.
«Felices quienes han comprendido que la pluralidad, las culturas, la diversidad les enriquece, les hace crecer como personas, como hermanos de una sola familia humana».