Altamente peligrosas

¿Qué o quiénes me parecen altamente peligrosas? ¿Las gripes A, X o Z? ¿Las bombas? ¿Las botellas de los botellones? ¿Las ministras, diputadas, cantantes, las top models...? ¿Las granizadas de verano?

Pues no. Me parecen muy peligrosas las palabras que cada mañana oyen, oímos, bastantes cristianos en la Eucaristía. ¿Por qué peligrosas, sin son palabras de vida eterna? Pues porque no hacemos mucho caso de ellas. Las escuchamos, cumplimos, y a otra cosa. Son peligrosas porque hemos dejado de sorprendernos ante ellas y hemos aprendido a ignorarlas en la práctica. ¿Por ejemplo? Pues las de hoy mismo. Fijaos lo que han escuchado hoy muchos cristianos a primera hora de la mañana. Por un lado, a San Pablo pidiendo casi de rodillas a su comunidad de cristianos de Colosas que se lleven bien, con misericordia, que no se hieran unos a otros, que sepan "sobrellevarse" (o soportarse, según traducciones). Señal de que, al menos, alguno que otro ya había elegido como deporte favorito meterse con sus hermanos.

Colosenses 3: 12 - 17:

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, sobrellevándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.
15 Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.


Y luego, venían las palabras de Jesús en la versión de Lucas del sermón de la montaña (curiosamente, para Lucas no hay tal montaña, sino más bien una llanura). Os recuerdo parte del texto:

Lucas 6: 27 - 38:

«Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen [...]. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá


Yo esta mañana me he preguntado a la salida de la Eucaristía: ¿Cuántos cristianos hoy, al poco de escuchar estas palabras, estarán ya hablando mal de otros crisianos? ¿Cuántos se andarán tirando ya a la cabeza los nombramientos, dimes y diretes, latines y lenguas vernáculas? ¿Sotanas o camisas negras o de colorines...? ¿Cuántos juicios gratuitos hoy? ¿Cuántos insultos...? A un lado, a otro... aquí casi ninguno estamos libres de pecado, y aún así, tiramos bien agusto la primera piedra, y la segunda, y la tercera... Pablo y Jesús pidiéndonos compasión, perdón, caridad... y nosotros, hale, a lo nuestro.

¿Por qué este comentario en un blog dedicado a hablar más bien de pastoral juvenil, de jóvenes, del espíritu salesiano...? Pues porque tiene nucho que ver. Porque mi experiencia es que los jóvenes con frecuencia captan que dentro de la Iglesia y de las parroquias y comunidades con frecuencia no nos llevamos bien. Y lo dicen. Y en muchos/as esto influye decisivamente para alejarse de parroquias, grupos...

En el tiempo del primer cristianismo (con fallos, que los había), los no creyentes aún podían decir con admiración: "¡Ved cómo se aman!", y eso ya les evangelizaba. Ojalá no demos motivos para que digan: "¡Ved cómo se despedazan, ved cómo se atacan; como para entrar ahí..." Ojalá las palabras que escuchamos en cada Eucaristía no nos resulten peligrosas, sino portadoras de vida, porque estamos dispuestos a considerarlas e intentar aplicarlas.
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