Modelos o ídolos

Últimamente se suele citar con frecuencia una conocida frase africana: “Para educar a un niño se necesita toda la tribu”. Esto quiere decir que para formarse bien no basta con lo que ese niño oiga decir o recomendar a sus padres y profesores, por ejemplo, porque los chavales son como esponjas que aprenden e imitan todo lo que ven a su alrededor. Aún si sus padres les ofrecen unos valores y los viven con coherencia –que no es tan fácil-, desde muy pequeños observarán si dichos valores coinciden con los que viven sus amigos, compañeros, educadores, la gente que habla y sale en los medios, etc. y elegirán lo que más les guste o atraiga.

Vamos con otro ejemplo parecido. Hace unos meses se difundió en algunos países europeos un anuncio en que unos niños imitaban con total fidelidad las actitudes negativas de unas personas adultas (agresiones, violencia, malos modales, fumar, beber…). Las imágenes resultaban impresionantes por lo insólito de las situaciones, y acababan con una frase tan lapidaria como cierta: “Los niños hacen lo que ven”. Los psicólogos y pedagogos nos han explicado ya hace mucho lo que está detrás de estos dos ejemplos, y es que la mayor parte de la conducta humana se aprende por observación mediante modelado. Es tan sencillo de explicar como difícil de evitar: elegimos modelos y los imitamos.

Pues bien, si lo anterior es así, en seguida surge la pregunta: ¿Qué modelos ofrece hoy nuestra sociedad a los jóvenes? ¿Cuáles son los ejemplos que se les dan para imitar? De entrada, desearíamos que fueran personas que encarnen las mejores cualidades humanas: honestidad, sinceridad, valentía, esfuerzo, amor a la belleza, altruismo… Sin embargo, los medios de comunicación que llegan a los jóvenes (televisión, música, radio, blogs y espacios personales de Internet…) les ofrecen otros modelos, que son los que ellos privilegian como sus preferidos. Son deportistas de élite multimillonarios, actores y actrices, cantantes, top-models… todos deslumbrantes. En algunos casos, se juntan en el mismo personaje dos o más de esos rasgos. Así, los deportistas famosos son los nuevos ídolos sociales, en principio porque representan valores como el esfuerzo y la vida sana; pero, sobre todo, porque son jóvenes, guapos, famosos y muy ricos. Su estética es imitada por masas de aficionados y las empresas de moda se los disputan con contratos millonarios. Así no es de extrañar que los/as adolescentes griten: ¡Quiero ser como Beckham!, como en la interesante película inglesa de 2002 con ese mismo título.

Otras veces admiran a personajillos que consiguen sus cinco minutos de fama prestándose al último show televisivo de esos programas de grandes hermanos o primos en que se pervierte una y otra vez el famoso lema del circo del más difícil todavía en algo así como “¡Más bajo todavía!”. También tienden a imitar al chulo del barrio, al más matón de la pandilla, al que sabe jugar con los sentimientos y emociones de los demás y él nunca –aparentemente- se implica porque va de durillo/a…

Seguramente el primer y mayor malentendido viene de considerar modélicos a los diversos “ejemplares” mencionados. Más bien son ídolos que, si bien no exigen sacrificios humanos como los antiguos, sí reclaman la ofrenda de la admiración embobada, y sobre todo alienante, de sus seguidores. Nuestros manifiestos y leyes educativas, abundantes en buenos deseos, declaran que hay que buscar para las nuevas generaciones la excelencia personal, pero luego los ídolos envidiados y emulados por todos, por los jóvenes en primer lugar porque tienen menos modelos verdaderos de referencia, son estos ídolos con pies de barro, con mucha apariencia externa y casi nada de autenticidad y profundidad por dentro. El sociólogo y filósofo francés Jean Baudrillard, fallecido en marzo de 2007, reflexionaba en una de sus últimas obras sobre el hecho de que, cuando en el espacio de una semana murieron en 1997 la Madre Teresa y Lady Diana, el mundo homenajeó a ambas, pero sólo la segunda cosechó esa admiración envidiosa con que se veneran los ídolos envueltos en glamour y fama de nuestra era posmoderna. Y quizá no le faltase razón.

No es verdad que los jóvenes no necesiten modelos. Los necesitan y los buscan. Por eso no deberíamos ser hipócritas en proponer unos de palabra y otros con los hechos, y menos hacer negocio a costa de ello.

También Don Bosco sabía mucho de esa necesidad de ofrecer a los jóvenes buenos e ilusionantes modelos. Escribió unas sencillas biografías de los mejores chavales que pasaron por su Oratorio: Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besucco (cf. la imagen adjunta en un famoso cuadro de la Iglesia de san Francisco de sales de Turín). El primero ya es santo, el segundo y el tercero podrían serlo. Don Bosco sabía que un modelo atrayente, puesto delante de los ojos, vale más que mil discursos teóricos sobre los valores o la vida ética. Hoy, como ayer, hay también modelos de personas semejantes. Quizá tengamos que descubrirlos, prestarles atención y saber presentar su ejemplo.
Volver arriba