¿Pan de vida? ¡Noooo! ¡Pan de Vida!
Durante este paréntesis veraniego no he podido apenas escribir en este blog (campamentos, cursos, vacaciones…, en fin). Hoy me asomado un poquito al portal y repensado que quizá sobran noticias de “salsa rosa religiosa” y faltan páginas de evangelio, empezando por el que suscribe, ¿eh? También hay honrosas y jugosas excepciones. Y noticias tiene que haber, ¿eh?, cuantas más mejor, pero...
Os invito a que os fijéis un poco en el evangelio de este domingo que está ya acabando (16 de agosto). Os propongo un ejercicio de clase de Lengua. Leedlo como una redacción y contad las veces que salen las palabras VIDA o VIVO o VIVIR. Aquí tenéis el texto:
EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-58
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente:
- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
- ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
- Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.
¿Ya? A mí me salen 9 veces. Creo que San Juan habría suspendido por goleada esta parte de la selectividad por repetir la misma raíz nueve veces en pocas líneas. A no ser… A no ser que le preocupara otra cosa. Por ejemplo, transmitir aquella casi obsesión que había captado en Jesús. ¿Qué obsesión? Pues la de dejar claro que Él había venido a ofrecernos vida. Pero no cualquier vida, sino Vida con mayúsculas, vida en abundancia (Jn 10,10). Un Jesús que le dijo a aquella mujer samaritana, dos capítulos antes del texto de hoy, que dejara de beber agua de segunda categoría y fuera directamente a la fuente, para obtener vida a raudales y para siempre. Y que nos dejó como regalo la Eucaristía para que comiéramos y bebiéramos esa Vida, para que entrara en nosotros y saliéramos de esa fiesta más felices que unas castañuelas; porque esa Vida tiene que llegar a todos/as, también a los que ya no vienen. ¿Por qué? Porque “el pan que yo os daré lo es para la Vida del mundo”. Para la vida del mundo, para la felicidad del mundo, de todos los millones de hombres y mujeres que han existido, existen y existirán.
Y yo hoy me he preguntado: ¿De verdad lo vivimos así? ¿Participamos en la Eucaristía como un regalo de la Vida (con mayúscula, ¿eh?) de Jesús para todos? ¿Se nos nota al salir? ¿A quién damos vida y Vida? ¿A quiénes damos sentido y respuestas que les ayuden a comprender que la Felicidad es posible porque existe un Dios que se nos ofrece como regalo?
Oscar Wilde, tan atribulado, tan polémico por tantas cosas, era también un gran admirador de Jesús. Una vez escribió esto: “Vivir, lo que dice vivir, es algo que pocos hacen; la mayoría se limita a existir”. Existir, o sea, arrastrarnos por la vida (con minúsculas) sin ni siquiera oler las propuestas de plenitud que nos ha ofrecido Jesús.
Vivamos la Eucaristía con agradecimiento y llenos de felicidad. Dejémonos inundar de su Vida que llueve a raudales si nos quitamos el paraguas y los cascos de esas musiquillas que nos impiden oír la verdadera Música de Dios. Hace mucho que estoy convencido de que el secreto de que los jóvenes vuelvan a celebrar la Eucaristía es que percibieran esa felicidad plena en las caras, palabras y obras de los que seguimos celebrándola. Ya sé que otros prefieren poner el acento esencial en si se celebra en latín, en ruso o en esperanto; en si se mira hacia delante, hacia atrás o hacia Sebastopol. Es verdad que hay que celebrar la Eucaristía con belleza, con cariño, eclesialmente. Pero con todo respeto, porque lejos de mí querer ridiculizar a nadie, creo que nos estamos perdiendo en discusiones que no tocan ni de lejos el problema esencial.
¡Ánimo… y feliz encuentro con la Vida esta semana!
Os invito a que os fijéis un poco en el evangelio de este domingo que está ya acabando (16 de agosto). Os propongo un ejercicio de clase de Lengua. Leedlo como una redacción y contad las veces que salen las palabras VIDA o VIVO o VIVIR. Aquí tenéis el texto:
EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-58
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente:
- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
- ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
- Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.
Y yo hoy me he preguntado: ¿De verdad lo vivimos así? ¿Participamos en la Eucaristía como un regalo de la Vida (con mayúscula, ¿eh?) de Jesús para todos? ¿Se nos nota al salir? ¿A quién damos vida y Vida? ¿A quiénes damos sentido y respuestas que les ayuden a comprender que la Felicidad es posible porque existe un Dios que se nos ofrece como regalo?
Oscar Wilde, tan atribulado, tan polémico por tantas cosas, era también un gran admirador de Jesús. Una vez escribió esto: “Vivir, lo que dice vivir, es algo que pocos hacen; la mayoría se limita a existir”. Existir, o sea, arrastrarnos por la vida (con minúsculas) sin ni siquiera oler las propuestas de plenitud que nos ha ofrecido Jesús.
Vivamos la Eucaristía con agradecimiento y llenos de felicidad. Dejémonos inundar de su Vida que llueve a raudales si nos quitamos el paraguas y los cascos de esas musiquillas que nos impiden oír la verdadera Música de Dios. Hace mucho que estoy convencido de que el secreto de que los jóvenes vuelvan a celebrar la Eucaristía es que percibieran esa felicidad plena en las caras, palabras y obras de los que seguimos celebrándola. Ya sé que otros prefieren poner el acento esencial en si se celebra en latín, en ruso o en esperanto; en si se mira hacia delante, hacia atrás o hacia Sebastopol. Es verdad que hay que celebrar la Eucaristía con belleza, con cariño, eclesialmente. Pero con todo respeto, porque lejos de mí querer ridiculizar a nadie, creo que nos estamos perdiendo en discusiones que no tocan ni de lejos el problema esencial.
¡Ánimo… y feliz encuentro con la Vida esta semana!