Sacerdote y jóvenes: ¿una relación imposible? (1)
¿Por qué he recordado esta anécdota? Porque creo que lo que vio entonces el joven Juan Bosco sigue siendo hoy, 180 años después, un problema pastoral de rigurosa actualidad. La mayoría de los jóvenes y los sacerdotes habitan hoy en mundos paralelos. Mientas ese abismo no sea salvado o reducido, la transmisión de la fe peligra seriamente en nuestro mundo occidental.
He leído estos días un libro sencillo, y para mí muy acertado e iluminador, del Cardenal Walter Kasper. Se titula significativamente El sacerdote, servidor de la alegría (WALTER KASPER, El sacerdote, servidor de la alegría, Salamanca, Sígueme, 2008). Me ha recordado la anécdota arriba referida por estos rasgos que el Cardenal Kasper considera imprescindibles en los sacerdotes del presente y del futuro:
“Un buen sacerdote tiene que ser, antes de nada, un buen cristiano, como cualquier otro. Él no debe aspirar a ser siempre algo especial. Únicamente se puede aspirar a ser sacerdote con los demás, y no separado de ellos. Toda existencia cristiana es existencia sacerdotal, lo mismo que toda existencia sacerdotal debe ser, ante todo y fundamentalmente, existencia cristiana” (pág. 31).
“El servicio sacerdotal debe estar marcado en todas sus actuaciones por el origen cristológico. Ha de corresponder a la actitud básica de Jesús, que no vino a dominar, sino a servir. Así debe ser también entre sus discípulos (Mc 10, 42-45). A partir de esa base, los cargos no han de ejercer su carisma de forma despótica y con afán dominador; deben entender su carisma, al igual que todos los demás, como servicio a la edificación de la comunidad (1 Cor 12, 7; E 4, 12). No tienen que ser dueños de la fe, sino servidores de la alegría (2 Cor 1, 24). Con el lavatorio de los pies la noche antes de su pasión y muerte, Jesús nos dio un ejemplo de este servicio:). “Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho…” (cf. Jn 13, 1-17). Los sacerdotes y obispos habrán de ser personas espirituales y entender su ministerio como servicio” (p. 69).
“El sacerdote no debe prestar este servicio como un párroco o pastor independiente. Debe tomar como ejemplo a los apóstoles, que en el concilio apostólico de Jerusalén incluyeron a toda la comunidad para deliberar (Hch 15, 22). Según la tradición bíblica, pedir y aceptar consejo es expresión de una forma de sabia de gobernar por parte del rey. Ya Ignacio de Antioquía, que en la Iglesia primitiva defendió como pocos la autoridad del obispo, menciona la asamblea del obispo con los presbíteros […]. Muy en esta línea, el obispo mártir Cipriano declaró que no quería hacer nada sin el consejo de los presbíteros ni tampoco sin el consentimiento del pueblo de Dios […]. San Benito afirma expresamente que el abad debe escuchar a todos, “porque el Señor revela muchas veces a alguien más joven qué es lo mejor” […]. La resolución espiritual, tras la consulta y la deliberación, tiene poco que ver con la democratización, pero sí mucho con el carácter espiritual del ministerio. Tal resolución es necesaria en todos los ámbitos de la vida eclesial” (pp. 70-71).
Tras recordar la anécdota del joven Juan Bosco y estas palabras recientes de un Cardenal del Vaticano, no he podido por menos de preguntarme: ¿Encuentran hoy los jóvenes en parroquias y comunidades cristianas esos sacerdotes que se acercan a ellos con alegría y que comparten sus intereses y preocupaciones? ¿Ven a los sacerdotes como servidores que “lavan los pies” o que exhiben impúdicamente su poder y dominación? ¿Se sienten los jóvenes consultados y tenidos en cuenta por los sacerdotes y párrocos como miembros activos de dichas comunidades…? ¡Pues hay de todo! En días posteriores prometo seguir esta reflexión de este problema que para mí es esencial en la pastoral juvenil hoy.