Sacerdote y jóvenes: ¿Una relación imposible? (2)

Continúo aquí el post anterior recogiendo un artículo que escribí hace unos meses (octubre de 2008) en la revista de Pastoral JuvenilMisión Joven. Aquí va la primera parte:

En la labor evangelizadora de la Iglesia siempre se ha dado importancia a la juventud, viendo en ella con razón el secreto de la continuidad o ruptura de la transmisión de la fe cristiana. En años no muy lejanos, los ministros de la Iglesia, diocesanos o religiosos, contribuían de modo decisivo a la educación y socialización de los jóvenes (En este artículo, cuando hablemos de los jóvenes, nos estamos refiriendo –salvo que indiquemos lo contrario- tanto a ellos como a ellas). Aquellos tiempos pasaron hace ya décadas, y no tiene demasiado sentido que perdamos energías en lamentarlo. Hoy parece que, en la mayoría de las sociedades europeas, esa posición social de prestigio no es ya la visión del sacerdote que tienen los jóvenes, y no sólo en las grandes ciudades.

La sensación de muchos sacerdotes cuando dirigen la propuesta evangélica a los jóvenes se asemeja más bien a la que tuvo Jesús con aquel famoso “joven rico”, sólo que lo habitual hoy no es que los jóvenes se vayan tristes ante la exigencia evangélica, sino que ni siquiera se acercan a escucharla. Intentando huir de simplificaciones excesivas, pues -como suelen repetir los sociólogos, no hay juventud, sino jóvenes (cf., por ejemplo, JAVIER ELZO, Los jóvenes y la felicidad. ¿Dónde la buscan? ¿Dónde la encuentran?, Madrid, 2006)- y por tanto, múltiples posturas, también de cara a lo religioso, vamos a tratar de resumir los datos que describen esta situación y sus diversas causas, para apuntar algunos caminos de respuesta.


1. BREVE DESCRIPCIÓN DE LA VISIÓN JUVENIL DE LA IGLESIA

El mejor modo de estudiar la visión que los jóvenes tienen de los sacerdotes es describir primero su posicionamiento ante la Iglesia y el cristianismo en general, pues para ellos son precisamente los sacerdotes y religiosos/as la cara visible de la Iglesia Católica, pese a que la mayoría ha escuchado alguna vez que “la Iglesia somos todos, ministros y laicos”.


1.1 Postura religiosa de los jóvenes

De unos estos años para acá se vienen realizando numerosas encuestas a jóvenes que incluyen su opinión sobre la religión, el cristianismo y la Iglesia Católica. Es verdad que estos estudios no ofrecen nunca la verdad objetiva total, pero creo que podemos parafrasear sin equivocarnos el famoso dicho de Churchill sobre la democracia y afirmar que hacer encuestas es el peor método para conocer los valores de los jóvenes... exceptuados todos los demás. La Fundación Santa María ha sido la pionera en hacer en España estos estudios, y viene presentándolos, con una periodicidad aproximada de cinco años, desde 1984. Uno de sus último estudios, Jóvenes Españoles 2005, resumía así –copiamos textualmente del resumen facilitado a los medios en abril de 2006 por la propia Fundación- el perfil religioso de los jóvenes españoles:

“Los jóvenes españoles no encuentran modelos de religiosidad atrayentes por lo que se ha producido una precipitada aceleración del proceso de secularización. Hace diez años los jóvenes que se consideraban católicos eran el 77% y hoy, por primera vez en la historia, no llegan al 50%, un descenso de más de 25 puntos. Esto es debido, en cierto modo, a la creciente secularización de la sociedad, los cambios políticos en una dirección claramente laicista y la desconfianza que suscita la Iglesia entre los jóvenes. De ella critican su excesiva riqueza, su injerencia en política y su conservadurismo en materia sexual. En 1994, dos terceras partes de los jóvenes españoles afirmaban que eran “miembros de la iglesia y que pensaban seguir siéndolo”. En 1999 ya eran solo la mitad y en el año 2005 es un 29%. Por otra parte, sólo el 10% de los jóvenes se declara católico comprometido frente a un 20 que se caracteriza por la indiferencia religiosa, agnosticismo o ateismo. El resto, descontando una minoría religiosa no católica, se constituye por una gran masa de españoles que en mayor o menor medida están identificados con su condición de católicos, pero que se caracteriza principalmente por su pasividad. Hace diez años los jóvenes que se consideraban católicos eran el 77% y hoy no llegan al 50%. La Iglesia es la institución española que más desconfianza suscita entre los jóvenes”.


Otro estudio más reciente, el Segundo estudio de la Fundación BBVA sobre los universitarios españoles, presentado el 29 de noviembre de 2006, daba unos resultados aún más negativos sobre la imagen juvenil de la Iglesia, especialmente de sus ministros (Cf. http://w3.grupobbva.com/TLFB/dat/np_universitarios_06.doc, 29.11.06).

De estos y otros estudios se concluye que parece que la mayoría de los jóvenes españoles –especialmente universitarios- están alejándose del cristianismo y muy especialmente de la Iglesia institucional (y, por tanto, de los sacerdotes, que para ellos encarnan visiblemente dicha institucionalidad). Hemos dicho “la mayoría”, porque evidentemente hay una minoría de jóvenes católicos convencidos y que dan testimonio de una fe comprometida digna de admiración. Sin embargo, el sacerdote hoy debe ser consciente de que, de entrada, un grupo mayoritario de jóvenes se muestra prevenido ante él y rechaza su modo de vida y su mensaje.

Estos datos, más bien negativos, nos los podemos tomar de muchas maneras: preocupación, enfado, defensa, indiferencia… También se pueden asumir como un reto estimulante y que nos impulse a reconocer fallos y responsabilidades y adoptar compromisos y actitudes concretas. Si reconocer con honradez la realidad es una reacción responsable, así lo hace precisamente el recientemente publicado Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2006-2010, que reconoce que se da hoy “una débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes” (Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2006-2010, nº 4. El texto es accesible en la web de la Conferencia Episcopal española.


1.2 Situación de los sacerdotes ante el alejamiento religioso de los jóvenes

¿Cómo encuentra, en este comienzo del siglo XXI, esta situación religiosa juvenil a los sacerdotes, diocesanos y religiosos, inmersos en la acción pastoral y evangelizadora? Llevamos décadas hablando de la importancia de la Pastoral de los alejados. Pues bien, la mayoría de los jóvenes están efectiva y afectivamente alejadísimos de la Iglesia.

Ahora bien, ¿tienen los sacerdotes facilidades y ánimos suficientes para acercarse a ellos? El clero en Europa occidental experimenta un aumento en la media de edad que no ha cesado de incrementarse en los últimos 30 años. Estos sacerdotes ven cómo el trabajo de mera conservación pastoral (atender sacramentalmente en las parroquias y unidades pastorales a “los que nos vienen”) ya absorbe todas sus energías. ¡Cuántos sacerdotes atienden cinco, seis, siete pueblos, y viven un fin de semana es una auténtica locura al encadenar una eucaristía detrás de otra…! Siendo menos, mayores, con más trabajo… ¿cómo encontrar tiempo y ganas para buscar a unos jóvenes alejados que encima tienen tan mala imagen del sacerdote? Por supuesto que se nos ocurren motivos de fondo para animarles: han de intentarlo porque en los jóvenes se juega la continuidad del cristianismo europeo, y porque se les ha confiado una tarea que es consustancial al evangelio mismo: “Id y proclamad…” (Marcos 16, 15); “Salid a los cruces de los caminos e invitad…” (Mateo 22, 9); “Os haré pescadores de hombres” (Mateo 4, 19), “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1 Corintios 9, 16)…

Pero ya que hemos citado frases del evangelio, tampoco olvidemos que el mismo Señor Jesús nos dijo que a veces sólo nos quedará decir “pobres siervos somos y hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lucas 17, 10). Por eso, dado que las fuerzas son ya menos y la situación más inhóspita que hace décadas, veamos cómo podemos actuar con inteligencia para hacer mejor y con más eficacia “lo que tenemos que hacer” en la relación pastoral con los jóvenes.

Queremos añadir aún tres consideraciones que debemos tener en cuenta. En primer lugar, hay que recordar que los jóvenes viven de un modo muy acentuado un rasgo de la religiosidad actual, al que la socióloga inglesa Grace Davies llamó creer sin pertenecer (en inglés se trata de un juego de palabras: believing without belonging). Hoy un sector amplio de la sociedad occidental cree que puede relacionarse con Dios sin necesidad de los ministros de la Iglesia. Se trata de una verdadera desinstitucionalización religiosa. Lógicamente, esta lejanía de lo institucional-eclesial se traduce en alejamiento del sacerdote, que representa precisamente aquello que no reconocen… El sacerdote que trabaje en pastoral con jóvenes deberá invertir tiempo y fuerzas para ganar una credibilidad personal con los jóvenes, pues la función o rol que desempeña (si se nos permite hablar con este lenguaje, no del todo apropiado para describir un ministerio eclesial) no le garantizan la escucha y aceptación de su mensaje. No obstante, cuando Jesús o Pablo anunciaban el Reino de Dios o el evangelio, tampoco tenían captada de entrada la benevolencia de los que les escuchaban. Tenían que acreditar con su vida y con sus acciones coherentes su mensaje. Esto conlleva una exigencia de crecimiento en coherencia y madurez humana, además de cristiana, en el sacerdote que trate pastoralmente con jóvenes. Aunque sea exigente y asuste saber que la credibilidad del mensajero puede empañar la eficacia y aceptación del mensaje evangélico, hemos de acostumbrarnos a esta situación. A la vez, puede servir como reto a la ahora de formarse continuamente y cuidar –por el bien de los destinatarios y de la propia Iglesia- una maduración personal rica y coherente.

En segundo lugar, hay un hecho social que afecta a todas las personas adultas en cualquier relación que quiera ser educadora con los jóvenes, y es la dificultad de encontrar tiempos y espacios de convivencia entre adultos y jóvenes. En nuestra sociedad, cada vez más, adultos y jóvenes llevan vidas paralelas. Esto se ve sobre todo en los tiempos y espacios elegidos libremente, o sea, durante el fin de semana o las vacaciones. Donde están los primeros, no están los segundos; cuando los primeros duermen, los segundos están despiertos (y al revés). Es evidente que podemos aplicar esto al horario medio de los sacerdotes, diocesanos o religiosos. No sólo hay lejanía, sino de hecho imposibilidad casi física de horarios similares. Hoy por hoy, es casi surrealista pensar que a las 4 de la mañana vayan a estar despiertos y por las calles para contactar pastoralmente con los jóvenes… Se podría parafrasear aquí el famoso dicho de Epicuro sobre el ser humano y la muerte: “Si están levantados los jóvenes, están acostados los sacerdotes; si están levantados los sacerdotes, están acostados los jóvenes…” Este dato es mucho menos anecdótico de lo que parece. Viene a decirnos que en el tiempo libre, que sigue siendo el más apto para un encuentro pastoral, hay casi imposibilidad física de encuentro y diálogo. En algunos sitios se buscan soluciones creativas, por ejemplo las eucaristías bien preparadas para universitarios los domingos al final de la tarde (y no por la mañana, ¡están durmiendo!)…

En tercer lugar, hay un serio problema de lenguaje en la relación entre adultos (incluyendo a sacerdotes) y adolescentes y jóvenes. Los jóvenes no entienden ciertos lenguajes de los adultos (por ejemplo, la liturgia y el lenguaje de los textos eclesiásticos), y también al revés: bastaría hacer un examen a un adulto de 50 o 60 años para ver hasta qué punto es capaz de interpretar el idioma de los adolescentes en los mensajes de móvil o en los chats entre adolescentes en el Messenger. Anécdotas aparte, este problema de lenguaje es muy serio al hablar de la relación entre sacerdotes y jóvenes. Si “de muchas maneras habló Dios…” (Hebr 1,1), ¿qué habría que hacer hoy en su nombre y en esta situación juvenil concreta…?

(... Continuará...)
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