¿Qué anunciamos? ¿Cómo lo anunciamos?

Mientras espero el autobús, que tarda mucho, he comenzado a observar a una chica de unos 20 años que está en la acera de enfrente. Está de pie en la puerta de una tienda de telefonía, que parece su centro de operaciones. Pasea delante de dicha puerta y lleva un megáfono en la mano. Repite una serie de frases a gritos y con la mejor de sus sonrisas. Son gritos, por cierto, bastante fuertes, pues a ratos consigo entenderla por encima de los ruidos de numerosos autobuses y coches.

Su energía y entusiasmo me llaman la atención y empiezo a prestar atención y escuchar (antes sólo oía gritos inconexos) lo que dice. ¿Habrá encontrado la fuente de la eterna felicidad? ¿Se casará pronto? ¿Habrá aprobado unas oposiciones…? Vaya, parece que no es para tanto. Sólo anuncia una oferta de llamadas gratuitas de cierta compañía de aparatos telefónicos. La decepcionante letra pequeña del contrato sólo la descubrirá el que entre a la tienda a preguntar.

Me llama la atención tanta energía y derroche de sonrisas para tan pobre causa. De hecho, según pienso eso, sucede algo que me lo confirma. Una dependienta sale de la tienda y le dice –supongo- que tiene sus cinco minutos de descanso. Entonces se sienta en el bordillo de la acera, toma un refresco que le pasan y cambia en unos segundos de cara. Ahora pone una inconfundible cara de cansancio y de hastío. Seguramente está hasta las narices de gritar durante varias horas un mensaje estúpido en el que no cree. Y en esos cinco minutos en que puede ser ella misma, no oculta su vacío y aburrimiento. Alguno le dirá que encima debería dar las gracias de tener un trabajo tan creativo y transformador. Ella podría responder con aquella frase de una novela de Stendhal: “No hay nada más trágico y descorazonador que morirse de aburrimiento antes de cumplir los 20 años…”.

Sin embargo, ¿cuántas veces anunciamos el tesoro escondido que es el Evangelio con las mismas pocas ganas que esta chica? ¿Por qué los cristianos y agentes de pastoral sentimos a veces la misma falta de entusiasmo después de una Eucaristía o de la proclamación del evangelio, o más aún tras una aburrida homilía? ¿Por qué anunciamos con tan poca vida la Vida? ¿No tienen ninguna razón los jóvenes cuando dicen que nuestras historias les aburren…? Os invito a pensar vuestra respuesta a estas preguntas.
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