Una alegoría que encarna ternura y poder Pedro Miguel Lamet: "Según el Buen Pastor, el cristianismo es la religión del 'tú'"
Los pastores en su mayoría en tiempo de Jesús tenían fama de tramposos ladrones y salteadores.
Jesús es el pastor bueno (kalós: bello, es más que bueno). Para él no somos un número, somos un nombre, “un tú”. El cristianismo es la religión del tú,
El concilio Vaticano I y Pío IX defienden la tesis de que la Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales.
Mientras que el Vaticano II subrayó la dignidad del Pueblo de Dios, la colegialidad, los sínodos, las Conferencias Episcopales.
La Iglesia no es una democracia, es mucho más, es una comunión, el encuentro de muchos "tú"
Jesús es la puerta que se cierra para cobijarnos y se abre para que seamos nosotros mismos.
El concilio Vaticano I y Pío IX defienden la tesis de que la Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales.
Mientras que el Vaticano II subrayó la dignidad del Pueblo de Dios, la colegialidad, los sínodos, las Conferencias Episcopales.
La Iglesia no es una democracia, es mucho más, es una comunión, el encuentro de muchos "tú"
Jesús es la puerta que se cierra para cobijarnos y se abre para que seamos nosotros mismos.
La Iglesia no es una democracia, es mucho más, es una comunión, el encuentro de muchos "tú"
Jesús es la puerta que se cierra para cobijarnos y se abre para que seamos nosotros mismos.
La alegoría del Buen Pastor y la puerta de las ovejas siempre han sido entrañables para conocer a Jesús, y lo son especialmente en estos momentoS que vivimos. Impactó a la primitiva Iglesia, ya que su efigie aparece muy pronto en las catacumbas y sarcófagos, una imagen evocadora especialmente para los que iban a morir. Como veremos, en el relato de Juan, a diferencia de los sinópticos, el texto se mueve entre la simbología teológica y la diatriba contra los malos pastores.
La economía de los pueblos de la cuenca mediterránea se sustentaba en dos pivotes: La agricultura y la ganadería, dos tesoros: la viña y el rebaño. Los pastores en su mayoría tenían fama de tramposos ladrones y salteadores. Por ejemplo, la Misná lo consideraba un oficio “despreciable”, por lo que estaba prohibido comprarles leche, lana o cabritos.
Jesús es el pastor bueno (kalós: bello, es más que bueno). Para él no somos un número, somos un nombre, “un tú”. El cristianismo es la religión del tú, de la relación íntima y personal. Este pastor nos acompaña, pero no nos sustituye, no nos priva de libertad. El evangelio no es una obligación, es una invitación al seguimiento. Su figura encarna ternura, mansedumbre, paciencia hasta la muerte, hasta “dar la vida” y también poder: su mano es fuerte, nos sostiene en valles oscuros. Estamos en buenas manos.
Este pasaje también es diatriba contra los malos pastores, los fariseos, con los que acaba de tener un enfrentamiento en la curación del ciego. Está inspirado en el capìtulo 34 de Ezequiel donde el profeta reprocha a las autoridades de Israel que no han sabido pastorear a su pueblo.
El concilio Vaticano I y Pío IX defienden la tesis de que la Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales, que comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño. Este no tiene otro derecho que dejarse conducir. La verdad y el poder los tienen el obispo y el señor cura. Así ha sido siempre. Con esta categoría hemos vivido a lo largo de la Historia de la Iglesia hasta el Vaticano II, que subrayó la dignidad del Pueblo de Dios, la colegialidad, los sínodos, las Conferencias Episcopales, los consejos presbiterales y pastorales, que lamentablemente no han tenido demasiado éxito. Una descentralización que el papa Francisco quiere superar.
¿Es que la Iglesia es una democracia? No, es mucho más, es una comunión, donde no somos un número, sino un pueblo sacerdotal, de reyes, de Dios; no un rebaño cerril, sino el encuentro de muchos “tu” que caminan juntos con Jesús hacia el Padre.
Jesús es también la puerta por la que entran y salen las ovejas. La puerta por donde se entra a la casa del Padre. Y la puerta también por donde se sale fuera libremente a dialogar con otros y ayudar a los demás. “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos”.
¡Cómo hemos valorado la puerta estos días de confinamiento!
Jesús es la puerta que se cierra para cobijarnos y se abre para que seamos nosotros mismos.