A los 30 años de su muerte, homenaje a una figura que resurge como un profeta Llanos grita desde la tumba
El Ayuntamiento de Madrid rendirá un homenaje al padre Llanos junto a su monumento erigido en el Pozo del Tío Raimundo, este jueves 10 de febrero a las 12 de la mañana con motivo del treinta aniversario de su muerte. A continuación, se inaugurará una placa conmemorativa en el edificio que fue su capilla en el barrio y hoy es la Fundación Llanos
El padre Llanos es una figura que resurge como la de un profeta que, adelantándose a su tiempo, dio una arriesgada respuesta a estos desafíos de ahora mismo, como si despertara a gritos desde su tumba.
Porque Llanos poseía un carnet de “ciudadano del mundo” y educaba para la universalidad frente a la miopía de los nacionalismos y patrioterismos.
Sus recuerdos inéditos que rescaté de viejos archivos revelan a un soñador despierto, que entre “depre y depre”, había vivido a flor de piel la guerra: momentos como cuando recibía en Portugal la noticia de sus hermanos asesinados.
Gracias a Llanos la Pasionaria murió católica
Porque Llanos poseía un carnet de “ciudadano del mundo” y educaba para la universalidad frente a la miopía de los nacionalismos y patrioterismos.
Sus recuerdos inéditos que rescaté de viejos archivos revelan a un soñador despierto, que entre “depre y depre”, había vivido a flor de piel la guerra: momentos como cuando recibía en Portugal la noticia de sus hermanos asesinados.
Gracias a Llanos la Pasionaria murió católica
Gracias a Llanos la Pasionaria murió católica
El Ayuntamiento de Madrid rendirá un homenaje al padre Llanos junto a su monumento erigido en el Pozo del Tío Raimundo, el jueves 10 de febrero a las 12 de la mañana con motivo del treinta aniversario de su muerte. A continuación, se inaugurará una placa conmemorativa en el edificio que fue su capilla en el barrio y hoy es la Fundación Llanos
Con la pesadumbre encima de los nuevos muros que dividen nuestro mundo, amenazas de guerra, el resurgir de los nacionalismos, la corrupción política y la tragedia de los refugiados e inmigrantes, se cumplen 30 años de la muerte del padre Llanos, una figura que resurge como la de un profeta que, adelantándose a su tiempo, dio una arriesgada respuesta a estos desafíos de ahora mismo, como si despertara a gritos desde su tumba.
Recuerdo que, hundíidos los zapatos en el barro, dejábamos el tren en Entrevías y nos adentrábamos en un mundo aparte, llamando Pozo del Tío Raimundo. Eran los conflictivos sesenta. El que susescribe estudiaba entonces filosofía en Alcalá de Henares e iba semanalmente a ayudar al padre Llanos en la catequesis de niños ojerosos, hijos y nietos de los obreros inmigrantes que, procedentes de Jaén, Extremadura y pueblos de Toledo, habían levantado sin permiso aquel submundo aparte del arrabal. Y algo insólito en aquellos años del franquismo: antes de dar las clases izábamos la bandera de la ONU y cada día la de un país, incluido la URSS ante el señor Horacio, “el único alcalde democrático del franqusimo”. Porque Llanos poseía un carnet de “ciudadano del mundo” y educaba para launiversalidadfrente a la miopía de los nacionalismos y patrioterismos.
Con el equipo del Pozo Al final de su vida, con un joven drogata
De aquellos años llevo clavada en la memoria la figura de un José María canoso, enroscado en su manta, y aporreando una vieja Underwood en su gélido cuchitril, y luego en el Común de Trabajadores, dormitorio corrido que apestaba a pies y colillas. Aquel hombre me desconcertó desde el primer momento. ¿Era el mito vivo, el jesuita que con cincuenta años dejó el centro de Madrid y su pasado de Cruzada para vivir con los más pobres? ¿Cómo había pasado de capellán a la Falange a “cura rojo”, y de poeta exquisito a revulsivo del mundo obrero?
Recuerdo que un día cuando llegué en plenas Navidades y pregunté por él, me dijeron: “ ¡Uff, Llanos no sale de su cuarto hace tres días!”. ¿Por qué razón?, inquirí. “Es que le han robado el Niño Jesús de la capilla”. Aquella anécdota de “santo cabreo” me dio una clave para entender su alma paradójica, esa mezcla explosiva de delicadeza interior y malas pulgas, de niño y loco, de soñador y depresivo de la que hacía gala. Llanos era un poeta, un intelectual y en el fondo un hombre frágil, pero con intuiciones y carácter de líder valiente y creativo. El teólogo José María Diez Alegría, con el que charlé largas horas para escribir también su biografía, añadía que -artista como Picasso-, su gran amigo y “alter ego” pasó de una “época azul” a otra “rosa”. O respecto a su carácter añadía, que, “como en la Iglesia tiene que haber de todo, él le decía: ‘Llanos tu eres la vesícula biliar del Cuerpo Místico’”.
Precisamente con Díez-Alegría y durante el destierro en Bélgica, donde ambos hicieron sus estudios de filosofía, arranca el impulso creativo de este jesuita singular. Allí fundó un grupo de compañeros que, con el nombre de el “Nosotros” se dedicaba a lo que Llanos llamaba “vivir abismos”, es decir formularse las grandes preguntas del hombre. Así se adelantó con tiempo al Concilio; tanto que los superiores se asustaron y disolvieron el grupo.
Sus recuerdos inéditos que rescaté de viejos archivos revelan a un soñador despierto, que entre “depre y depre”, había vivido a flor de piel la guerra: momentos como cuando recibía en Portugal la noticia de sus hermanos asesinados o decía su primera misa en Granada, en pleno fervor posbélico, ayudado por su padre, vestido de uniforme de general. Siempre le acompañó lo que Alegría llama ese “dolor de estrellas”, que creo esencial para entenderle cabalmente.
¿Que cómo se compagina eso con un liderazgo revolucionario y levantar el puño con Carrillo en el primer mitin pecero de la democracia? Del mismo modo que sus meriendas con la Pasionaria, mientras entonaban juntos “Cantemos al amor de los amores”. He probado documentalmente que gracias a estas Dolores Ibárruri murió católica.
En el fondo ese dolor de estrellas era el secreto de la osadía de Llanos. Un ensueño que no le impidió cristalizar realidades. Como cuando se fue a manifestar ante el ministerio de la Vivienda contra la proyectada M-40, que se iba a cargar al Pozo, y el trazado acabó rodeándolo.
Pasaron los años y mi amistad con Llanos se consolidó, sobre todo en los tiempos en que yo dirigía el semanario católico Vida Nueva. Llanos era un obrero de la pluma y se ganaba la vida escribiendo artículos. Defendía, siguiendo nada menos que a Pío XII, la necesidad de la existencia de una opinión pública dentro de la Iglesia, y la ejercitaba sin cesar a veces levantando tormentas en defensa de la paz, la tolerancia, la igualdad y la justicia. Pero a la postre nadie osaba callarle, porque nadie pisaba el barro como él. Conservo cartas preciosas que acompañaban sus colaboraciones, que él llamaba “desahogos” desde su “rincón” y desde un “evangelio, cada vez más sorprendente para este viejo”. “Lamet querido -confesaba- no temas publicarlos, que el ‘cura rojo’ tiene tan mala fama que todo los suyo cabe en el cesto” . Y añadía: “ De veras, no creo tener mala milk; sólo es cuestión de años y chochez”.
Ya seriamente enfermo, me escribía en 1986: “ Mi cansancio es feroz, pero creo también que en la otoñada crece mi fe en Jesús, y en mi memoria mi afecto hacia ti. Me quiero ir definitivamente, pero también estaré allí contigo”. Ese era Llanos, el amigo de todos, en quien, por encima de sus ideas cabían desde Marcelino Camacho a Calvo Sotelo; de Solana a Martín Artajo; de Tierno a Álvarez del Manzano, pasando por Menéndez Pidal, Umbral, Fraga, Tamames, Arupe, Ruíz Giménez, la Pasionaria y un largo etcétera.
Entre papeles viejos he encontrado un artículo inédito del padre Llanos, que, tras ser cesado director de la revista, no pude publicar. Este párrafo le retrata: “Perdonadme, pero resulta hasta grotesco salirnos con que Jesús en su mensaje vino a defender los derechos humanos. La misma paz citada y proclamada por él no se identifica de todo con lo que hoy pretenden los pacifistas, les supera. Y lo mismo se diría de la justicia -Jesús vino a salvar, después dijeron que salvar era justificar-, la cual, como la liberación, es algo tan profundamente humano que no cuadra, sino con el mensaje evangelizador. ¿Por qué este afán eclesial de entrometerse en todo tarde e inoportunamente?”
Aquella libertad profética no podía proceder solo de su dolor de estrellas, sino de una profunda y meditada fe: “Mi tema, aflorado y hasta desafiante siempre fue Jesús”, me confesaba al final. Era el Llanos que igual leía salmos o recitaba a Alberti y Neruda en sus interminables eucaristías como montaba guardia en la Dirección General de Seguridad para sacar de allí a un amigo.”Se parecía el autorretrato de Rembradt del museo de Amsterdam”, dice Alegría. A mí no dejaba de evocarme una extraña mezcla del San Manuel Bueno y Mártir de Unamuno, el Nazarín de Galdós y el frágil cura de aldea de Bernanos, eso si, con ciertas pinceladas del Che Guevara. Tan inclasificable como para que ante su tumba se abrazaran al unísono el piadoso rezo del rosario y el canto de la Internacional. Y para que ahora gritara indignado contra las pateras, los campos de refugiados, la guerra de Siria, las amenazas de guerra en Ucrania y el egoísmo de la Unión Europea que solo se mira el ombligo.
* Pedro Miguel Lamet es autor de Azul y rojo: biografía del jesuita que militó en las dos Españas y eligió el suburbio, editado por La Esfera de los Libros.