Las palabras y el lenguaje I: La Hostia y las ostias. ®

(Adaptado de un artículo que me publicó www.minutodigital.com el 9 de agosto de 2009).



Déjenme reflexionar sobre las malas palabras y el submundo de la blasfemia.

Terminada la Guerra de 1936-39 se recuperó una ley anterior para erradicar, o al menos disminuir, la costumbre de blasfemar y decir palabras malsonantes. Cuando era niño, terminando la década de los años 40, me chocó un caso que creo ilustrativo. Un carretero que llevaba arena a un contratista de mi padre era famoso por ser muy mal hablado y, sobre todo, blasfemo.

Varias veces los municipales le amenazaron con multarle pero él protestaba que nunca blasfemaba.
- Que sí que blasfemas, Tibur, y te vamos a multar.
Y él contestaba muy enfadado y a voz en grito:
- ¡Me cag... en la H...! ¡Que yo no hago eso, me cag... en D...!

Este recuerdo muestra que muy poca gente cuando pone en su boca la palabra hostia tiene real intención de ofender a Dios..

La idea de que los idiomas se adaptan a las costumbres de los tiempos no vale para justificar su degradación. Al contrario, lo normal es un círculo vicioso que degenera más y más la sociedad. La sociedad no es un ente abstracto, está compuesta de individuos concretos, como esa persona que tanto se parece a nosotros en el espejo. Por tanto, decir que la sociedad se degenera es decir que tú, lector, y que yo y todos sufrimos esa inducción por el envilecimiento de la lengua. Y esto se prueba del modo contrario pues siempre fue que ennoblecer el habla produjo ennoblecer las costumbres. Y, si no lo creen, pregunten a Mr. Higgins y a su pupila Eliza Doolittle. (My fair Lady, del mito de Pigmalión según la versión de Bernard Shaw)

De hablar mal en las cantinas de los puertos, se pasa, en escalada insensible, a las fábricas, a los foros políticos, a los palacios plebeyizados y a las sacristías. Si acaso hubiese un plan destructor de la sociedad, un plan siniestro, críptico, para envilecernos a todos y con tal común denominador dominarnos, no hay duda de que sería el lenguaje la primera herramienta de la que echar mano. Algo que hace desconfiar de la avalancha infecciosa de guiones y doblajes que se nos sirve en las series de televisión.

En este cuadro no podemos olvidarnos de los que presumen de franqueza, de llamar al pan, pan, y al vino, vino; porque dicen que "así de claro se habla en la lengua de Cervantes" . Algo que, evidentemente, no es garantía de sinceridad sino de licencia para la grosería y mala educación. Los del pan-pan y vino-vino suelen ser, no siempre son, personas que suponen la falta de tono, la ordinariez, incluso el insulto, como alarde de fuerte personalidad. No ven que lo único que consiguen es aislarse como en gueto entre gente "non sancta", gente de la que Jesús de Nazaret nos mandó cuidarnos. (Mt 7, 6) Porque el habla grosera envilece de manera inevitable a toda la persona.

Hablar mal, soez, con tacos y alusiones de burdel cada seis palabras, aparte de empobrecer socialmente al malhablado es también muy contagioso. Por eso es normal que el que tiene la sensibilidad de darse cuenta del mal siente la urgencia de apartarse. Porque siempre es lo mismo, la mano sucia mancha la limpia y aquella sigue sucia. De Cervantes digamos que las palabras malsonantes las ponía en boca de personajes villanos. Esto es, de la llamada entonces gentuza.

Ahora, pasemos a hablar de la blasfemia. Afortunadamente el nombre sagrado de Hostia muchos lo usan como el carretero Tibur. Posiblemente haya una mayoría de blasfemos que no tiene intención de ofender a Dios, el Verbo que se hizo carne, y que millones de personas creemos presente en la Sagrada Hostia. Por razón inexplicable esos 'inocentes' blasfemos son utilizados para beneficio del infierno.

Y tanto ellos, como los interesados en la ofensa, seguramente desconocen que por las brigadas especiales de la Policía de muchos paises, así como en los sanatorios psiquiátricos, se constata que la blasfemia, aún la no intencionada, suele provocar el aturdimiento moral que lleva al satanismo, a los rituales de asalto de tumbas, misas negras, etc. Se dice que la blasfemia contra el Santísimo Sacramento nació en las logias de la masonería, cuando para alcanzar cierto grado se empezó a exigir pisar la Sagrada Hostia como afirmación del candidato en su renuncia a la fe cristiana.

En cuanto 'ostia’, sin hache, en tanto que golpe, hemos de decir algo curioso y poco sabido.. La palabra latina ostia significa puerta y por extensión entrada: el puerto de Roma se llama de Ostia por llamarse así la ciudad puerta de la llegada a la Roma antigua.

“Ostias” se llamaba a los empujones y palos que daba el “ostiario” (orden menor de la Iglesia, hoy sólo conservada por los Neocatecumenales) como guardián de 'la puerta', para apartar a la nube de mendigos que estorbaba el paso. (cfr. Fernando Mourret, Historia de la Iglesia).

De todos modos, por odio a la Iglesia cuya esencia es Cristo-Dios (el por todos perseguido) o incluso, créanlo, por desprecio a la trascendencia del alma humana, este parónimo de Hostia ha dado a su uso un real y ostentoso ánimo de blasfemar. No saben que la blasfemia, incluso la no intencionada, señala al que la dice como Cervantes calificaría a sus más bajos personajes.

Y, finalmente, qué absurdo más grande es blasfemar, esto es, tener tal intención. Quien conserve un hilo de lucidez acerca de la - posible, si acaso cierta, por qué no indiscutible - existencia de Dios, ¿cómo se atreve a ofenderle en ninguna de sus representaciones? Y si no se cree en su existencia, ¿por qué la ociosidad de hacerle propaganda? Por un lado están los que creyendo en Dios le ofenden y se exponen al castigo; por otro, los que maldiciendo a quien no cree que exista se colocan en el disparate.

En ambos casos una estupidez propia de la obediencia a la moda.
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