Serán beatificados mañana, como un nuevo modelo de santidad Nicolás Castro y Reyes Us, mártires indígenas de Guatemala
Arriesgaron su vida llenos de fe y en defensa de la justicia. Sabían que los iban a matar. El 23 de abril de este año serán beatificados Nicolás y Reyes, junto con otros cinco catequistas y los tres sacerdotes del Sagrado Corazón
Estas beatificaciones abren la puerta a un nuevo modelo de santidad que tiene en cuenta la transformación del corazón del ser humano y la transformación de las estructuras sociales de acuerdo al plan de Dios
Durante el gobierno militar del general Lucas García en Guatemala, los sacerdotes de la parroquia de Uspantán, departamento de El Quiché, fueron expulsados. Su delito, defender la dignidad de los campesinos indígenas históricamente marginados y reprimidos. Tres sacerdotes españoles, Faustino Villanueva, José María Gran y Juan Alonso Fernández, misioneros de Sagrado Corazón, fueron asesinados. El obispo Juan Gerardi sufrió amenazas de muerte. Los militares prohibieron a los catequistas reunirse en sus comunidades para celebrar la Palabra de Dios.
Ante la represión gubernamental tanto en Quiché como en Alta Verapaz, en algunas aldeas los catequistas enterraron en su propia casa la Biblia, envuelta en una bolsa de plástico por temor a que el ejército los identifique. Sobre ella colocaban flores y una vela. Por las noches se reunía la familia con algunos miembros de la comunidad para orar sobre la Biblia enterrada y entre todos resucitaban la Palabra de Dios, recordando textos bíblicos. La Biblia fue considerada por las fuerzas gubernamentales como un libro subversivo y comunista.
Los catequistas de Uspántán y Chicamán, al norte de Quiché, dijeron: “Si no nos dejan reunirnos en el oratorio para celebrar la Palabra de Dios, lo vamos a hacer en la montaña o de noche en nuestras casas”. E insistían: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Dijeron también: “Ahora más que nunca necesitamos el Cuerpo de Cristo para que nos dé valor y fuerza”. Entonces, simulando que iban al mercado de un pueblo del vecino departamento de Alta Verapaz, caminando más de 35 kilómetros a pie, acudían a la parroquia más cercana de la diócesis verapacense, San Cristóbal Verapaz, para llevarse la comunión a sus aldeas y distribuirla en la celebración de la comunidad.
Entre estos catequistas destacan Nicolás Castro, originario de una aldea de Chicamàn y Reyes Us de Uspantán. Un día se presentaron en la parroquia de San Cristóbal Verapaz y con timidez le dicen al párroco: “Usted perdone, Padre, usted sabe lo que estamos sufriendo en nuestras comunidades. Nosotros queremos la Comunión, pero si nos descubre el ejército o los escuadrones de la muerte nos mataría. Por eso aquí traemos unas tortillas de maíz secas para que nos coloque las sagradas hostias entre ellas y también una pequeña cajita de plástico, que esconderemos entre el maíz”.
Al ver la fe de aquellos hombres, al sacerdote se le hizo un nudo en la garganta y no pudo responderles. Tomó las tortillas de maíz y el recipiente plástico y se los llevó al altar. Después de la misa fue colocando ocho o diez hostias entre tortilla y tortilla y llenando el pequeño recipiente. Los envolvió en un pañuelo grande y se los entregó. Con un profundo respeto y veneración aquellos buenos hombres tomaron las sagradas hostias, las guardaron en su morral, oraron en silencio y emprendieron el regreso a sus aldeas. Una jornada a pie, al otro lado del río Chixoy.
El 29 de septiembre de 1980, a las 11 de la noche unos hombres golpearon la puerta de la casa de Nicolás y, al no obtener respuesta, la derribaron. Entraron dentro e intentaron llevárselo, pero él se defendió agarrándose fuerte al horcón de su humilde casita. Sabía que si se lo llevan es para torturarlo y obligarlo a delatar los nombres de los demás catequistas de la zona. Ante la imposibilidad de sacarlo, uno de aquellos hombres le dispara tres tiros y se marchan. Nicolás cayó al suelo tendido en un charco de sangre. Su esposa y su madre, nerviosas y llorando, no sabían que hacer. Los niños, atemorizados, se escondieron. Nicolás, con voz agonizante, dirigiéndose a ellas le dice: “Hínquense de rodillas y oren a Dios por ustedes porque van a sufrir mucho, yo voy a morir, pero sé que voy a resucitar… cuiden mucho de los niños”. Terminando de pronunciar estas palabras entregó su espíritu.
Las beatificaciones por martirio, justificadas con testimonios verificados, son otra fuente de la memoria histórica y comprender el conflicto armado interno. Los beatos vivieron su fe en Sololá, Huehuetenango, Izabal, Quiché. Viernes Santo, un buen momento para tenerlos presente. pic.twitter.com/JaKEcXwna5
— Alfonso Muralles (@PonchoMuralles) April 2, 2021
Tenía 35 años. Nicolás murió indefenso y pobre, como valeroso testigo de la fe, cuya entereza nos recuerda la de los primeros cristianos, mártires de la persecución romana. Esa misma noche mataron a otras dos personas de la comunidad: Diego Quixtán y José Pacheco.
Reyes Us, originario de la aldea Macalajau del municipio de Uspantán. Campesino indígena quiché. Líder comunitario, cooperativista, promotor de salud y catequista. Motivado por su fe, organizó a las comunidades para la defensa de la tierra amenazada por los grandes terratenientes. Luchó por el derecho a la salud y a la educación de las comunidades campesinas. “Si no hay organización no podremos lograr nada. Con la participación de todos podremos alcanzar la justicia social y salir de la pobreza y de la ignorancia”, decía.
Hombre lleno de Dios, dedicó sus mejores días al servicio de la comunidad. Vivía impactado por la Palabra de Dios y buscando que toda la gente pudiera alcanzar un mínimo de desarrollo y bienestar. Gastaba sus mejores esfuerzos promoviendo y atendiendo la salud de la gente. Salía a ver a los enfermos, los atendía a la hora que fuera y en casos de gravedad, si era necesario, ayudaba a las familias a trasladarlos al hospital.
Predicaba que hay que luchar por lo espiritual y por lo social, tomando como ejemplo la vida de Jesús que se preocupaba de los pobres, los enfermos, los hambrientos y denunciaba con valor las injusticias que se cometían. Un día, Reyes, reunió a toda su familia y le dijo: “Yo estoy perseguido y tal vez va a llegar un día en que me van a matar; cuando eso suceda quiero que ustedes se ayuden mutuamente y luchen porque yo lo que quiero es el bien de la gente”. Dijo esto llorando porque él sabía que lo iban a matar, ya había recibido amenazas de muerte. Como Jesús en la Cruz, recomendando el amor, el 21 de noviembre de 1980, varios hombres, miembros de los escuadrones de la muerte al servicio del ejército, lo asesinaron a pocos metros de su casa.
El 23 de abril de este año serán beatificados Nicolás y Reyes, junto con otros cinco catequistas y los tres sacerdotes del Sagrado Corazón. Estas beatificaciones abren la puerta a un nuevo modelo de santidad que tiene en cuenta la transformación del corazón del ser humano y la transformación de las estructuras sociales de acuerdo al plan de Dios. Es la santidad de hombres y mujeres nuevas que trabajan por una nueva humanidad de justicia y fraternidad.
(Estos testimonios están recogidos en el libro Sangre de Mártires, Dieron la vida por los pobres. F. Bermúdez, Editorial Alfaqueque, 2020)
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