El desamor a la vida
| Gabriel Mª Otalora
Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. Aún así, no hay consenso sobre si es un problema social o lo es también de salud mental, como afirma la OMS. Sin olvidarnos que muchos accidentes pueden ser suicidios encubiertos, y que el estigma asociado al suicidio empuja a los familiares a ocultar la verdadera causa de la muerte. El problema es que el suicidio sigue siendo socialmente invisible. No se habla de ello, luego “no existe”.
Las motivaciones son recurrentes: acabar con un sufrimiento psíquico o físico insoportable, sentirse una carga para los demás, considerar que la vida ya no tiene sentido... Probablemente el aislamiento, la soledad y la falta de motivos para levantarse cada día, abrazar y ser abrazados, expliquen mejor este fenómeno. Sin olvidarnos de las personas relacionadas socialmente, pero que se sienten mortalmente solas. Y todo este colapso interior se vive generalmente en secreto.
La apuesta común de los especialistas es doble: lo primero, verbalizar, hablar de los sentimientos como medio de liberación y apoyo social. No vale reducir la información a cuando el suicida es famoso, tan cercano al sensacionalismo y al peligro de la conducta imitativa o ´efecto Werther´. Y a la vez socializar esta realidad sin refugiarse en el silencio informativo ante la vergüenza o la culpa a la hora de afrontar el problema. Ni silencio ni sensacionalismo. Mientras los suicidios no aparezcan machaconamente en los medios de comunicación y luego en estadísticas, no se logrará hablar desde un problema social abordado desde la solidaridad necesaria. El tabú y la vergüenza, la insuficiencia en la información y en el abordaje multidisciplinar, más allá de la psiquiatría, lastran los avances.
Algunos lo consideran un acto de valentía, pero ningún experto entiende que deba plantearse como una solución racional o inteligente.
Me parece interesante la reflexión del especialista C. A. Soper sobre el fondo de esta espinosa decisión, visualizando la muerte como una escapatoria: “puedo parar el dolor si me quito la vida”. Pero esto no explicaría por sí solo, dice Soper, el hecho de que una minoría toma esta decisión. Son muchísimos más quienes sufren dolores de desamor, psíquicos o/y físicos, y no se suicidan. La explicación está en nuestros mecanismos psicológicos que funcionan como defensas contra la tentación de quitarse la vida para acabar con un dolor insoportable, y sin expectativas de disminuirlo.
Si dichos mecanismos defensivos de la vida no existieran, probablemente la especie humana se habría extinguido. Personas con enormes padecimientos (campos de exterminio, por poner un ejemplo extremo) no quisieron suicidarse. Y al revés, sufrimientos aparentemente menores, acaban en el suicidio de quien los padece.
Se juntan muchas cosas: el dolor crónico, intenso y emocional por fracasos puntuales (económicos, rupturas familiares…), junto a problemas de autoestima y personalidad. Sin una válvula de escape, que muchos no tienen, la ideación suicida es la consecuencia de sentirse atrapado entre sentimientos muy negativos. Por eso el silencio es el peor enemigo del suicidio; hay que hablar de ello y exteriorizarlo porque facilita la prevención y la petición de ayuda. Si logramos popularizar la magnitud del problema evitamos mucho dolor que ahora está en ciernes. Que por algo la solidaridad es medicina para todo lo importante.
El problema autolítico no es menor que en otras latitudes. Sobre todo con este empeño social de esforzarnos por dar la sensación de buen balance, en lugar de compartir aquello que nos machaca el ánimo. Tampoco existe todavía una visión socio solidaria cuando intuimos cerca este sufrimiento. Aún así, los avances existen porque somos conscientes al menos de que el dolor anímico acecha a todo el tejido social; al ser un problema global se ha convertido en acicate para crecer en comprensión y solidaridad, y para tomar mejores medidas preventivas y paliativas.
Queda camino por recorrer porque asusta acercarnos a esta realidad tan dolorosa como silente. En este tiempo de verano donde las vacaciones son noticia, quedan para la foto los desplazamientos y las imágenes de playas a rebosar que oculta a quienes no pueden cambiar de aires ni disfrutar de descanso. Algunas de esas personas sufren desamor por la vida. Estemos atentos, a la escucha, desde la sonrisa del corazón si se tercia dar de nuestro tiempo. Y en cualquier caso, pongamos nuestras oraciones en este colectivo pidiendo luz y fuerza para que amen la vida de nuevo. Hagamos valer nuestra apuesta interior para ser luz de quienes menos luz tienen.
PDTA - Nos encontramos de nuevo el 20 de julio.