El Supremo Arte de la Guerra

Sun Tzu está considerado como el gran estratega militar del Oriente antiguo. Su El arte de la guerra sigue siendo un manual fundamental para la formación militar y para el desempeño de la propia vida en momentos de conflicto. La filosofía del genral Tzu se puede resumir en estas frases: "Todo el Arte de la Guerra se basa en el engaño. El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar". La guerra es el instrumento de los imperios para imponer su gobierno y sostenerlo, por eso, la guerra puede ser también el medio imprescindible para oponerse a esos mismo imperios, pero se trata de una guerra desigual, una guerra en la que los opositores a los imperios no tienen armas, ni tan siquiera ejércitos organizados, solo tienen su conciencia, su dignidad y su ira, santa ira, que permitirá sacar fuerzas de donde no hay, aunar esfuerzos entre todos los seres humanos que se oponen a la barbarie de los imperios y establecer una lucha que lleve al enemigo a la derrota. Porque el supremo Arte de la Guerra, como nos eneseñó Sun Tzu, es el engaño, es someter al enemigo sin luchar y para eso no se necesitan ni armas ni ejércitos ni matar a nadie. Hay que ser muy inteligente para aplicar esta máxima, gentes como Gandhi lo fueron y, a su modo, vencieron. Hoy debemos aplicar una máxima similar: hemos de declarar la guerra al imperio, a los imperios, pero debemos establecer la táctica militar de Tzu: vencer mediante el engaño, recordando estas sabias palabras del general chino: "Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su egoísmo", o con estas otras palabras: "siéntate a contemplar el río mientras das cuerda a tu enemigo para que se cuelgue".

Sí, estoy convencido, ha llegado el momento de declarar la guerra al imperio, pero para ello necesitamos un ejército disciplinado, capaz de obedecer las órdenes y de seguir la estrategia. No será necesario poseer armas, ni usar la violencia, bastará la estrategia, porque nuestro fin, dadas las circunstancias históricas, es la victoria, no la mera perseverancia. Hemos de vencer a un enemigo, poderoso, arrogante, vanidoso, pero muy inteligente y que sabe que su posición depende de infundir el miedo. Por eso, la primera orden es no tener miedo. Si no nos enfrentamos con armas tenemos la primera victoria en nuestras manos, pero hay que dar un paso más. Siguiendo a Tzu, hay que utilizar las tropas del enemigo para destruirlo, eso significa que hay que vencer convenciendo a sus tropas, que no son otras que todos los seres humanos que creen en el imperio y lo sostienen con sus ideas, sus votos, sus compras, sus trabajos. Será necesario hacer una labor de zapa constante en el territorio enemigo, de tal forma que sus tropas se pasen a nuestro bando llegado el momento. Fomentaremos todo lo posible su arrogancia y su egoísmo, hasta el punto de incrementar su ceguera para evaluar la situación. Como no habrá lucha armada, se consumirá en su propia ira y, al final, acabará rendido a nuestros pies. Mientras alimentamos su ira, le daremos cuerda para se cuelgue, mientras contemplamos sentados pasar la corriente del río.


El Imperio Global Posmoderno es un gigante con pies de barro. Todo su poder se basa en el incremento de la riqueza mundial y en el aumento del miedo de los hombres y mujeres que tienen que sostenerlo. Pero el Planeta no puede soportar más esta carrera suicida y ya está dando muestras de cansancio. Ha llegado el momento de lazarse a la guerra contra el este último imperio, no con espada, ni con onda, ni siquiera con la fuerza. Nuestras armas son la verdad que subyace a nuestra causa, las condiciones objetivas del Planeta, herido de muerte, y la convicción de nuestra fe, fe que nos permite contemplar nuestro mundo como un lugar bueno donde vivir todos como hermanos. Eso es posible y solo necesitamos convencernos de ello. Haremos creer al imperio que no luchamos, que no somos muchos, que no somos fuertes, que no tenemos armas; engañaremos al imperio y así, mediante el supremo Arte de la Guerra, venceremos, sí venceremos... o moriremos, pero lucharemos hasta el final. Un vida sin lucha no merece ser vivida, por eso lucharemos, sabiendo que la victoria final está asegurada para el que lucha. El que muere en Cristo está vivo, quien vive para sí pierde su vida, quien la pierde por el Reino la recupera. Esta es nuestra fe, esta es la fe de los hombres y mujeres que aman la vida, que sueñan la justicia, que sostienen el amor. Para quien así se ha comprometido no hay más amenaza que la de resurrección.
Volver arriba